NOTA ORIGINAL MILENIO
El principal empresario de México, Carlos Slim, dijo que las acciones de resistencia civil encabezadas por Andrés Manuel López Obrador han sido una “locura mexicana kafkiana”. ¿El psiquiatra Slim? Por meterse en lo que no debe, ayer le dio una severa tunda la analista Denise Dresser, una señora muy talentosa a la que sólo he visto una vez en persona y muchas en la televisión, en la que invariablemente luce más aguda y con mejor presencia que sus acompañantes.
El novelista Mario Vargas Llosa escribió en un reciente artículo algo así como un análisis de López Obrador y se expresó también como psiquiatra: llamó al tabasqueño mesiánico, desenfrenado, inconsistente e insensato, y además diagnosticó que actúa movido por la ira y la frustración. Freud no lo hubiera dicho con más autoridad. Falto de la más elemental lógica, Vargas Llosa dijo: “Es sin duda cierto que hubo errores (en las elecciones del 2 de julio), fallos técnicos, sin duda intentos fallidos o logrados de alterar los resultados en determinados centros de votación, algo que es irremediable en un país que sólo ha comenzado a perfeccionar y modernizar sus instituciones democráticas”, pero nada de eso fue suficiente, en su opinión y en la de sus fuentes, para modificar el resultado de una contienda que se decidió por medio punto porcentual. Ridículo. Habló como los magistrados del Tribunal Electoral: hubo fraude, sí, pero nomás poquito. El peruano de seguro cree en los embarazos a medias.
Ni duda cabe, como ha dicho el psicoanalista Alberto Sladogna, la política mexicana vive la etapa de su psiquiatrización. Y esto sí es muy grave.
El principal empresario de México, Carlos Slim, dijo que las acciones de resistencia civil encabezadas por Andrés Manuel López Obrador han sido una “locura mexicana kafkiana”. ¿El psiquiatra Slim? Por meterse en lo que no debe, ayer le dio una severa tunda la analista Denise Dresser, una señora muy talentosa a la que sólo he visto una vez en persona y muchas en la televisión, en la que invariablemente luce más aguda y con mejor presencia que sus acompañantes.
El novelista Mario Vargas Llosa escribió en un reciente artículo algo así como un análisis de López Obrador y se expresó también como psiquiatra: llamó al tabasqueño mesiánico, desenfrenado, inconsistente e insensato, y además diagnosticó que actúa movido por la ira y la frustración. Freud no lo hubiera dicho con más autoridad. Falto de la más elemental lógica, Vargas Llosa dijo: “Es sin duda cierto que hubo errores (en las elecciones del 2 de julio), fallos técnicos, sin duda intentos fallidos o logrados de alterar los resultados en determinados centros de votación, algo que es irremediable en un país que sólo ha comenzado a perfeccionar y modernizar sus instituciones democráticas”, pero nada de eso fue suficiente, en su opinión y en la de sus fuentes, para modificar el resultado de una contienda que se decidió por medio punto porcentual. Ridículo. Habló como los magistrados del Tribunal Electoral: hubo fraude, sí, pero nomás poquito. El peruano de seguro cree en los embarazos a medias.
Ni duda cabe, como ha dicho el psicoanalista Alberto Sladogna, la política mexicana vive la etapa de su psiquiatrización. Y esto sí es muy grave.
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