PATRICIO MONTESINOS
El imperio de Estados Unidos está histérico y desesperado ante el creciente avance internacional de China y su influencia en Latinoamérica, región considerada todavía por la Casa Blanca su traspatio, y donde Beijing intensifica sus vínculos políticos, económicos y comerciales.
A juicio de expertos, son numerosos los ejemplos que de-muestran que el gigante asiático le arrebata terreno en todo el mundo a Washington, y particularmente en América Latina, en detrimento del viejo dominio norteamericano sobre la Patria Grande.
China ha incrementado sus nexos en todas las esferas con los países latinoamericanos envueltos en procesos revolucionarios, como Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Ecuador y Cuba, por citar algunos, y emprende megaproyectos conjuntos de desarrollo económico y social en esas naciones.
Entre los más recientes figuran el "Gran Vivienda", de Venezuela, el canal y la vía ferroviaria interoceánicas en Nicaragua y Bolivia, respectivamente.
Al mismo tiempo, le quita el sueño a Washington el denominado eje chino-ruso, que sin duda alguna ha modificado la correlación de fuerzas en el mundo, y ha puesto en estado de coma su hasta ahora supremacía unipolar.
Moscú también ha profundizado las relaciones con América Latina en diferentes campos, y además, junto a Beijing, logró impedir en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que el régimen norteamericano consumara su pretensión de invadir Siria, con el respaldo de sus aliados de la en crisis Unión Europea (UE).
Reportes de prensa difundidos recientemente refirieron que el binomio China-Rusia puede llevar a la bancarrota a Estados Unidos, que dicho sea de paso, parece apostar por la fuerza, como acostumbra a hacer, para conseguir frenar la influencia de ambas potencias.
Otras informaciones publicadas en los últimos días revelaron que Washington planea una eventual guerra biológica contra territorio ruso, mientras refuerza su capacidad militar en Japón para preparar una supuesta agresión castrense al gigante asiático.
Ambos posibles planes de Estados Unidos no son otra cosa que el pataleo propio de un imperio, que, por su política agresiva, pierde cada vez más influencia, y su poderío planetario se vislumbra sentenciado a muerte.
Implicarse en conflictos bélicos con Moscú o Beijing seria cavarse su propia tumba.
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