Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
Twitter: @JorgeMoch
Nosotros los chairos
Aunque nos sigan acusando de
malos perdedores, de mesiánicos,
de necios, enfermos de poder y otras
lindezas, preferimos esos insultos
a formar parte de un régimen corrupto.
Andrés Manuel López Obrador
Será cosa de la edad, que ya me voy acercando al “tostón” y se ensanchan los abismos generacionales, o que llevo cosa de un año en eso de las redes sociales, o que simplemente me falta pedalear más las calles, pero hasta hace poco no sabía de la existencia de la palabra “chairo”, a la que desde ahora, más por comodidad que otra cosa, le desatornillo las comillas.
Resulta que chairo es una especie de insulto. De insulto clasista. Lo usan personas jóvenes para referirse con desprecio a los seguidores de los movimientos populares, más exactamente a seguidores y simpatizantes de López Obrador, a los que por cierto también nos llaman “pejezombis”, porque según los detractores de cualquier cosa que huela a convocatoria lopezobradorista quienes simpatizamos con su obcecada y muy digna oposición a los despropósitos de la derecha entreguista –y aquí ya deslicé también yo un juicio de valor con el adjetivo– no tenemos pensamiento propio. Pero cuidado: sí colectivo.
Chairo, imaginé al toparme con la palabra en comentarios cargaditos de amoniaco en Twitter, viene de chaira: chaqueta, manuela, puñeta. Un chairo sería entonces algo así como un onanista. Un onanista mental, ¿o social? Lo confirmé hace poco que pregunté a un tuitero, de ésos que con toda cómoda cobardía insultan y “trolean” desde el anonimato, qué es un chairo. Agresivo, aceptó que sí, que es un término clasista que se usa para agredir a los chaqueteros mentales que nos oponemos sistemáticamente (no, no usó la palabra “sistemáticamente”, ésa se la presto yo para tratar de clarificar la confusa vorágine de su rencor) a Peña Nieto y seguimos a López Obrador, dijo, sin voluntad propia. Yo le pregunté que, si esos éramos los chairos, quiénes eran ellos, los que nos llamaban así. Entonces, con toda la fragilidad argumental que puede ofrecer un adolescente –no importa la edad, adolecía de vocabulario, de agudeza, de motivos defendibles y fundamentalmente adolecía de información verificable– me dijo que los de nuestro bando, es decir los chairos, a los que son como él los llamamos… conformistas. Mira tú, qué elegante.
Me parece que el asunto va más allá de lo ideológico. Es otro tipo de encarnizamiento. En la confrontación sin fin que parece ser la herencia de dos sucesivos fraudes electorales, el de 2006 y el de 2012, las tribus de militantes y simpatizantes nos radicalizamos: los pejezombis contra los pandejos –o priandejos– y también contra los peñabots de filiación obviamente priísta. Lo de conformistas entonces me sonó a autoindulgencia.
Parece que el empleo de chairo tiene más bien ese dejo clasista: un desprecio aburguesado para quien forme parte del movimiento popular que representan los reclamos de López Obrador. Tiene que ver con la ropa de imitación, con los que tienen el último iPhone y suelen pernoctar en la Condesa y pueden, imagino, mimetizarse con parafernalia hipster pero se van de vacaciones a Miami, Cancún o Los Cabos, y posiblemente de preferencia matriculados en universidades o colegios particulares. Van a bares de moda. Si tienen que trabajar, quizá lo hacen apadrinados por un político de derechas o en el negocio familiar, que suele ser de los que pagan a sus empleados pobres, en lo posible, el salario mínimo y las “prestaciones de ley”. Lo de chairos tiene que ver con el horror que en tod@ niñ@ bien concitan los rumbos de La Merced o Neza, tan lejos de Las Lomas o Santa Fe. Los que nos llaman chairos y se burlan cuando tratamos de polemizar con ellos son, me invento, de los que hacen circular en correos electrónicos, otra vez cobardemente anónimos, esa infamia vulgar que pretende envilecer a la UNAM. Son los que se creen a pies juntillas las vocerías oficialistas de Loret, Villalvazo, Alemán… Suelen provocar usando siempre las mismas frases: “pónganse a trabajar”, “yo sí trabajo”, y pretenden ofendernos diciendo que López Obrador es nuestro dios, nuestro amo y supongo que cualquier tontería parecida concebida en la mente frágil de alguien que, siendo quizá inconsciente receptor pasivo resulta en alfeñique moral que ataca a la oposición, porque le incomoda la confrontación con la propia indolencia ante la rapacidad del régimen, o por incapacidad para pelear por el derecho colectivo. O simplemente porque alguien apocado y cobarde es incapaz de sumarse a un movimiento que se confronta con el poder y no logra entender que ser chairo no requiere tantas poses y tampoco deja dinero, y a pesar de todo ello somos tantos. Y que ser chairos es mucha honra.
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