MARCELA TURATI Y EZEQUIEL FLORES
2013-07-27 17:12:44 · COMENTARIOS DESACTIVADOS
POLÍTICA SOCIAL
La Cruzada Nacional contra el Hambre arrancó en el municipio de Mártir de Cuilapan, Guerrero. Y empezó mal. El problema del pueblo era la falta de agua, pero el gobierno federal decidió regalar tazas de baño, pisos y fogones a quienes no los necesitaban. No cumplió promesas que les había hecho a los habitantes y desató conflictos entre ellos. Los verdaderos marginados se quedaron como estaban, pero eso sí, Enrique Peña Nieto disfrutó de un pueblo maquillado y con letrinas nuevas para recibirlo.
MÁRTIR DE CUILAPAN, GRO.- Como poseída, la anciana Filobonia Guevara echó abajo, en un solo día y con ayuda de un nieto, la agrietada fachada de yeso que vestía su casa de adobe. La mujer contrató a un pión para el día siguiente y esperó a los forasteros que prometieron llevarles el cemento, la pintura y el rodillo para que pusiera bonita su vivienda y el presidente pudiera verla.
Peña Nieto llegó, resucitó la Cruzada Nacional contra el Hambre en este “municipio piloto”; culpó del retraso del programa a los señalamientos “infundados” de lucro electoral, hizo un recorrido y se marchó, pero la casa de Filobonia quedó cacariza, con las tripas de fuera, mostrando al mundo los palos que la soportan y los muros de zacate y lodo cocido.
Nadie le llevó los materiales porque se decidió cambiar el recorrido presidencial. Ni siquiera llegó la pintura rosita que había elegido para acicalar su casa con trazos alegres, como los que disfrazaron las casas de las calles principales por las que fue paseado el mexiquense.
A la mujer le quedó el consuelo de ver al presidente a lo lejos, detrás de un corralón, donde los mártires hicieron honor al nombre de su pueblo y lo esperaron durante horas sin agua y sin comida. Por suerte el esfuerzo de Filobonia no fue uno de los que terminó en desmayo por hambre, como el de una docena de acarreados.
“Nos encerraron durante la mañana, ni agua ni nada, casi todo el día. Tan siquiera comida que nos hubieran dado, ¡pero nada! Ni el material que me dijo el señor que vino que no era de aquí, ni la pintura, aunque dejamos copia de los papeles que nos pidieron. Ellos le dieron a quien quisieron, a los que ya tienen”, rumia la mujer mientras hace cuentas del costo de la reparación.
Filobonia no fue de las protagonistas del montaje preparado para el primer mandatario. Por cosa de calles su casa no formó parte de la escenografía levantada por beneficiarios del Programa de Empleo Temporal, que recogieron basura y pintaron fachadas con los colores del eslogan de la estrategia. El tour del Sin-Hambre, en cambio, hizo repetidas escalas en una casa blanca, cuyo propietario –un sonriente cosedor de balones de futbol– también creyó en las promesas de los desconocidos que lo visitaron, le pidieron sacar sus cosas y a su familia y en seis días estrenó vivienda, como indica el mosaico encementado en la fachada.
“Cuando me dijeron ‘te hacemos tu casita’ creía que me iba a pasar lo de El Chavo, que le invitan una torta de jamón y luego Quico se la cobra; pero sí, fui beneficiario, me siento bien aunque mucha gente no está de acuerdo, que por qué nos dieron a nosotros… Y sí, hay muchos otros muy jodidos”, dice Paulino Lázaro Cabañas, que si no es el hombre más feliz del municipio al menos es el más famoso. “Aquí estuvo el presidente con nosotros. Han venido muchos. Vino Televisa”.
Sonríe y arruga la cara como en el video (con sello del gobierno de la República) en el que Peña Nieto y los invitados vieron “el milagro” de este municipio-laboratorio, a hora y media de Chilpancingo.
“(Todos los centros de salud) ya cuentan con 100% del personal… Estamos trabajando para que todas las casas tengan muros, techos, pisos firmes… El nuevo sistema de agua potable satisface la necesidad de las familias… Gracias a la gran participación social estamos realizando las acciones que pidió la comunidad”, son algunas de las mentiras del video que saltan a la vista cuando se les contrasta con una visita de campo y varias entrevistas, como hizo este semanario.
Una muestra es el remozado Centro de Salud, pintado para tapar una cuarteadura dejada por un sismo. Ahí, uno de los cuatro médicos contratados para cumplir la promesa de cobertura las 24 horas dice incrédulo: “Dos días antes de que viniera Peña nos cambiaron todo el mobiliario y nos surtieron la farmacia. Así es casi siempre, porque desde mayo no teníamos medicinas, por eso la gente se molesta. A ver cuánto nos duran”.
Siguen en espera de los estuches de diagnóstico, pero el aparato de ultrasonido que recibieron como regalo está intacto. Explica: “Nadie lo sabe usar”.
El montaje del milagro
“Bienvenido a Apango, Tierra del mezcal”, indica el letrero que da la bienvenida a este municipio de 21 mil habitantes (la mitad, indígenas nahuas), que día y noche trenzan palmas que venden a dos pesos la tira. Apango es la cabecera de Mártir de Cuilapan.
Aunque está catalogado como de pobreza extrema, Apango no es de las poblaciones emblema de la miseria. Ahí, según el médico, las muertes no son por desnutrición sino por hipertensión y diabetes, males causados por los malos hábitos alimenticios y la falta de ejercicio.
Apango no es de difícil acceso, como los municipios de La Montaña; tampoco tiene presencia de delincuencia organizada, narcotráfico, pleitos religiosos o guerrilla, que siempre dificultan emprender cualquier obra.
Sus principales problemas son el analfabetismo (alcanza 86%) y la falta de agua potable (que mata al provocar diarreas y obliga a los pobladores a esperar una pipa surtidora de líquido o la lluvia).
Las autoridades municipales perredistas no se explican por qué fue elegido como el experimento con que se calaría la promesa presidencial de saciar el hambre a 7.4 millones de mexicanos de 400 municipios. Promesa que, conforme pasa el tiempo y se enfrentan señalamientos “injustificados”, sufre sus primeras modificaciones, pues en el relanzamiento postelectoral de esta cruzada (que antes ya había sido lanzada tres veces) Peña Nieto sorprendió al decir que este año la atención alcanzaría para 80 municipios.
Lo acompañaba su gabinete, con Rosario Robles como oradora estelar. A ella, panistas y perredistas le aplicaron un “estatequieta” cuando olieron que la cruzada podría influir en la balanza electoral. Esa parálisis técnica ha sido la justificación del retraso de la estrategia, que conjunta 70 programas de seis secretarías y que no termina de arrancar.
Tres veces los mártires de Cuilapan esperaron ansiosos la visita del presidente. A fines de abril el Ejército arregló techos, remozó fachadas, pintó casas, cortó cabellos, arregló dientes y puso anteojos al por mayor, pero el invitado nunca llegó. Dicen aquí que por miedo a enfrentarse con el sindicato de maestros, que tenía “vuelto pa’rriba” al estado.
Desde esa vez colgaron la manta del balcón que da a la plaza. Con ella pidieron al presidente que construya una presa para saciar la sed.
Antes de que Sin Hambre amadrinara a Apango, sólo iba a recibir 27 millones de pesos de la Federación vía Ramo 33. La Secretaría de Salud contemplaba como única transferencia 5 mil pesos para pintar la clínica, pero por ser el municipio piloto invertirá 11 millones. De la SEP recibirá más de 60 millones, principalmente para rehabilitar las escuelas. Por Sedatu, 18. Por Sagarpa, seis. Por la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI), 43. Por Conagua, cuatro. Por Sedesol es incalculable.
El alcalde José Guadalupe Rivera Ocampo, un abogado a quien señalan como cercano al político Armando Ríos Piter, admite que la gente hubiera preferido una megainversión en agua potable porque es la principal necesidad y la causa del subdesarrollo. “Si no resuelven el problema del agua ¿cómo vamos a producir alimentos o a engordar animales? Si los maestros no dejan de faltar a clases, por más que se invierta en escuelas los niños van a seguir saliendo de primaria o hasta secundaria sin saber leer ni escribir”.
Debajo de la alfombra
Hasta la comunidad de Xicomulco (a 40 minutos de la cabecera) nunca llegaron Robles o alguno de sus pares a supervisar las obras presumidas.
Aunque en la entrada un letrero deslavado presume que el sexenio pasado la CDI invirtió 1.5 millones para construir el sistema de agua potable, si los pobladores quieren el líquido tienen que caminar una hora a La Esperanza o comprarle a la pipa que pasa dos veces por semana. Para bañarse y lavar ropa o trastes comparten con el ganado la laguna contaminada, en el centro del pueblo.
La señora Petrita Ortiz, designada por toda la comunidad para integrar el Comité de Vivienda con otras cinco mujeres, fue beneficiada con piso y baño, pero no se explica cómo se decidieron los apoyos: “Fuimos casa por casa con los de Sedesol, ellos decidieron dar piso, techo, baño. Les decíamos: ‘A este le hace falta esto’, pero ellos piensan diferente: ‘No, pues aquí no hace falta nada, vamos a otra casa’. Luego la gente se enojó; pensaron que nosotros tuvimos la culpa”.
De las 200 viviendas de este pueblo, una treintena alcanzó pisos de cemento; seis, fogones y 60, baños secos. La gente rumorea que el próximo año les construirán casas y les llevarán –por fin– agua potable. Unos albañiles levantan la que será la primaria. Pero sus preocupaciones no se agotan ahí.
“Los maestros faltan mucho. Ya no queríamos dejar entrar porque tardaron un mes que no vinieron. Muchos que salen de la primaria no saben las tablas, a veces ni el abecedario”, dice la señora.
Las mujeres que la rodean comienzan a contar sus penurias. “La Casa de Salud está de adorno. No tenemos médicos ni medicinas, queremos enfermera, hay muchos alacranes güeros que pican mucho a los niños, tenemos que llevarlos a La Esperanza o Apango; allá cobran y si no te controlas en 10 minutos se subió todo el veneno. También hay mucha diarrea”.
Lorena Mendoza, dedicada a la cría de cerdos, corrió a inscribirse al programa para vivienda. Le dijeron que ya estaba cerrado pero que dejara sus papeles porque aún quedaban fogones (estufas de cemento y ladrillo). Otro día le avisaron que había sido nombrada presidente del Comité de Fogones.
“Pensé que sería una semana pero me tuve que dedicar más de un mes, encargar a mis hijos, porque llegaba a casa hasta la noche. Estaba sola. Cuando llegó el cemento me querían cobrar mil 500 pesos para descargar, y en el ayuntamiento no quisieron prestarme ni a los policías, decían que consiguiéramos el dinero. Pregunté por las otras personas que formaban el comité y fui a buscarlas, pero las señoras no quisieron hacerse cargo porque nadie les preguntó.”
Ella y su marido se subían a los camiones, contaban las cubetadas de material y los tabicones, reñían con quien sorprendían llevándose de más, descargaban en cada casa. Hasta que Lorena se colapsó y fue internada en un hospital. Entonces supo la noticia.
“Se me vino una hemorragia y lo perdí. Desconocía que estaba embarazada”, dice triste. Una vez dada de alta volvió a integrarse para terminar la labor impuesta. Aunque le pidieron que firmara facturas no supo cómo se eligió a los beneficiarios. Todavía hoy recibe quejas de gente que la culpa de la exclusión. “Yo no supe cómo estuvo”.
A lo largo del recorrido realizado por Proceso una de las quejas más repetidas es ésa: que le dieron fogón a señoras con casas de dos pisos –como la suegra del alcalde, a uno de los tíos de su esposa y a un expresidente municipal– y dejaron sin beneficio a familias que cocinan sobre piedras.
De pronto nadie puede explicar por qué le regalaron casa a alguien como Paulino, el hombre sonrisa de los balones, que tuvo la fortuna de vivir en la calle asignada para el recorrido, y no le tocó a los hermanos Ronco Zacarías, que viven en la periferia de la cabecera, en casas improvisadas con varas de cañuela, bajo láminas, y cuyas familias se empapan con cada lluvia. Ellos, en cambio, no saben por qué los seleccionaron para ponerles un baño.
El dinero no luce en el municipio-piloto, donde la necesidad es tan grande que se ven los beneficios a puras salpicadas.
El alcalde defiende la selección de beneficiarios que, asegura, se hizo en asambleas públicas, con aval del municipio. Se le pregunta por qué su suegra es beneficiaria. “Yo no la mantengo. Si calificó no se le puede negar. Hay personas que se inscribieron a todo y salió el que calificaba”.
Al recorrer las calles de la cabecera es notorio que todos se sienten damnificados. La esposa del expresidente municipal panista Crisósforo Nava señala que los beneficios se repartieron entre perredistas, porque a su casa ni pintura le tocó, aunque está enfrente de la plaza.
“Dicen que hicieron reuniones, pero aunque vinieron los de Fonhapo ya traían las listas hechas. No salí en nada de lo que me anoté porque no soy de su partido. Supuestamente el apoyo es a los más pobres, pero son para la gente del PRD. A la gente necesitada de otro partido no le dan”, dice enojada la señora Teresa Sánchez, mientras atiende la ferretería donde también está el Comité Municipal del PAN.
En la colonia de San Felipe la gente festeja al santo patrono y come frijoles y tamales en casa de la mayordoma. Otros matan una vaca, la despellejan y destazan a la vista de los curiosos. A unos metros de donde come el alcalde se ve una caseta con el logo morado de la cruzada y un letrero que indica: “Baño 2 pesos”. Es nuevo, pero a los dos días se zafó el lavabo. Aunque tiene un tinaco arriba para limpiar el escusado, no hay agua. Si se quiere que corra por la regadera tiene que treparse y llenar el tinaco a cubetadas.
La misma historia. “Quería una barda completa y una lámina para que no entraran los alacranes, porque pican a los niños, pero no me la hicieron completa y me dijeron que no porque me dieron baño”, se queja Rodelia Pacheco, quien ya tenía una caseta con escusado.
Se acercan otras mujeres que piensan que esta reportera viene a anotarlas a los beneficios de la cruzada y comienzan a recitar sus desgracias, como la casa de palos podridos que se va quedando sin columna vertebral y está a punto de venirse encima, y que no calificó para tener lámina. Se quejan de la señora Victorina, que tiene casa de dos pisos en el centro pero recibió vivienda por pasar unos días en la periferia fingiendo miseria. Igual que la dueña de la tienda de ropa. Y la de la huarachería del centro.
Todos, con la sensación de ser damnificados, a pesar de que alguien decidió por ellos que debían estrenar tazas de baño.
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