Epigmenio Ibarra
2013-06-21 • ACENTOS
Apenas cumplidos los primeros seis meses de gobierno las cifras demuestran no solo el fracaso rotundo de un hombre, Enrique Peña Nieto, sino, sobre todo, el de un régimen incapaz de generar paz, riqueza, bienestar, desarrollo para la mayoría de los mexicanos. De un régimen que solo es capaz de enriquecer a quienes lo dirigen y lo sirven, a sus cómplices y a los poderes transnacionales a los que, todos ellos, se someten.
Atrás ha dejado la realidad al discurso propagandístico del “México exitoso y competitivo” que machaconamente se repite, por todos los medios, desde el año pasado. El cambio no llegó. Menos el progreso. La guerra que nos ha desangrado continúa, pero ahora rodeada por un ominoso silencio. La estridencia “bélico-patriotera” de Felipe Calderón ha sido sustituida por la estridencia “motivacional” de Peña Nieto. Ruido, solo ruido el de ambos, pagado con nuestros impuestos, para cubrir los tristes datos que la realidad arroja.
El crecimiento de solo 0.8% en el primer trimestre del año, las alzas brutales en los alimentos (400% en el precio del tomate, 20% en el del huevo ya de por sí disparado, de 20 a 30% en el de las verduras) los escandalosos, inexplicables e indignantes gasolinazos evidencian que la carga de este fracaso la llevamos todos a cuestas, sobre todo ese 59.1% de la población que pertenece a los que el INEGI llama “estratos bajos” de la sociedad. Los pobres entre los pobres, para hablar sin eufemismos.
Lo que Peña Nieto no dice es que este fracaso histórico no es resultado de la falta de competitividad, sino del saqueo sistemático al que los presidentes, secretarios de Estado, gobernadores, alcaldes y síndicos, policías y funcionarios de todos los niveles, líderes sindicales y gremiales de los gobiernos de su partido han sometido por décadas al país.
Lo que Peña Nieto no dice es que si se suman los miles de millones sustraídos por personajes como su pariente y padrino político Arturo Montiel o como sus correligionarios Humberto Moreira, Andrés Granier, Cavazos Lerma, Yarrington, Mario Marín —por hablar solo de los más recientes escándalos de corrupción— muy otra sería la situación en este país herido, humillado, aletargado y tantas veces saqueado por los mismos.
¿Cuántas guarderías, escuelas, hospitales? ¿Cuántas viviendas, cuántos parques? ¿Cuántos kilómetros de caminos y carreteras, puentes, presas? ¿Cuántos puestos de trabajo? ¿Cuántas vidas hubieran sido mejores, cuántos sueños se habrían cumplido? ¿Cuánto se hubiera hecho en este país, por el bien de tantos, si antes con coraje, dignidad y firmeza se hubiera detenido, si se detuviera hoy a los saqueadores?
Lo que Peña Nieto no dice es que no son sus “reformas estructurales” lo que este país necesita con urgencia, sino una operación de limpieza profunda que pasa, necesariamente, por el fin de este régimen que tanto daño nos ha hecho. Modernos y competitivos nos harían, para variar, la integridad y decencia de nuestros gobernantes, el estricto apego a la ley, el sufragio efectivo y no el comprado, la rendición de cuentas, el fin de la impunidad.
Nada más arcaico que la rapacidad de esos que han hecho de la corrupción la base fundamental de la vida en este país. Nada más poco competitivo que seguir mostrando al mundo el mismo rostro de siempre. Ese que se considera, en todos lados y para nuestra vergüenza, el símbolo de la voracidad y el cinismo. ¿Creerá Peña que los poderosos con los que se codeó en Londres no saben de dónde viene? ¿Qué representa? ¿Que los convenció aquello de la nueva cara del PRI?
Tampoco dice Peña Nieto que la corrupción y la ineficiencia van de la mano y que busca en el extranjero, ofertando Pemex al mejor postor, detonantes de un desarrollo que por esa vía jamás ha de llegar. Menos nos habla de la labor de demolición sistemática e integral de la empresa paraestatal. Cuatro sexenios lleva el régimen dinamitando su prestigio, saqueando sus arcas, atrofiando su operación, corrompiendo sus estructuras. No solo quieren deshacerse de Pemex, quieren que seamos nosotros quienes lo exijamos, quienes, de esta manera, adormecidos por la propaganda, nos peguemos un tiro en la sien.
Buscando una solución mágica en la inversión extranjera, Peña Nieto ha descuidado, por otro lado, el principal motor del desarrollo. Un escandaloso subejercicio del gasto público de 10.5%, el mayor en el arranque de un sexenio en mucho tiempo, nos habla de la ineficiencia brutal de esta administración y de este régimen que, como dice Rolando Cordera, tiene entre sus logros “la masificación de la pobreza y de la informalidad laboral”.
Lo que Peña Nieto no dice es que el México que él ve desde sus oficinas blindadas, por la ventanilla del helicóptero, en sus actos de gobierno rigurosamente vigilados o en la pantalla de la tv en nada se parece al México real; el que ellos creen aguanta todo. “Poco dinero en manos de muchos es distribución de la riqueza. Mucho dinero en manos de pocos es la puerta para todo tipo de injusticias”, dice Luiz Inacio Lula da Silva, y en esas estamos sumando injusticias, sumando infamias.
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