28 de mayo de 2013

HASTA CATÓN APLAUDE A AMLO por llamar a la paz y la vía política como lo hace por años

Armando Fuentes Aguirre Aplauso para AMLO - 27/05/2013 | Periódico Zócalo:
¡Clap, clap, clap, clap, clap, clap, clap! ¿A quién aplaudes, fruslero escribidor, con tan vehemencia grande? (Transposición se llama esa figura). Óigote y véote aplaudir así, entusiasta -y además con las dos manos, para mayor efecto-, y no doy crédito a mis oídos y a mis ojos. Eres generalmente dado a la acrimonia, cual si en tinta biliaria mojaras tu desmañada péñola, de modo que ver en tu columnejilla una ovación así es cosa insólita, inaudita, desusada, excepcional. Pero ya lo dice el expresivo lema de la Universidad de California del Sur: “Palmam qui meruit ferat”. “Lleve la palma aquel que la merece”. Dedico ese aplauso a Andrés Manuel López Obrador, por las aladas -no haladas- palabras que en un discurso pronunció. Dijo el pasado y futuro candidato presidencial: “... La vía electoral es la opción. Está llena de obstáculos, pero no veo otra. 

La vía armada, la violencia, no destruye el autoritarismo: lo perpetúa...”. Hay quienes insisten en decir que AMLO es un político violento. Encuentran base para fundar su dicho en acciones como la tristemente recordada toma de Reforma. Sus palabras, empero, desmienten esa imagen. Todavía hay quienes piensan que con las armas se puede y debe hacer que cambie este país. En tan enorme desatino incurrió el movimiento zapatista, que en un principio puso a pobres a matar a otros pobres. (Y eso con bendiciones -o al menos con omisiones- episcopales). López Obrador rechaza expresamente la vía armada, y propone el camino democrático, así esté lleno de obstáculos y estorbos, como único medio para cambiar las cosas en el País. La apuesta del tabasqueño es por la política, no por la agitación ni la violencia. Eso merece reconocimiento. Sin ninguna reserva expreso el mío, y como prueba fehaciente repito aquel aplauso: ¡Clap, clap, clap clap, clap, clap, clap!... Don Geroncio, octogenario caballero, casó con una frondosa dama de 30 años llamada Pomponona. Cuando le propuso matrimonio le dijo con la mayor sinceridad: “Pero debes saber desde ahora que por razones de edad no tengo ya completas mis facultades físicas”. “Eso no importa -respondió ella-.

Lo que cuenta es la herencia. Perdón: quise decir la querencia”. Para efectos de la luna de miel los hijos de don Geroncio -las hijas, sobre todo- determinaron que los novios durmieran en habitaciones separadas, a fin de que las tentaciones de la carne (que, dicen algunos teólogos, en el hombre sólo desaparece unos 15 días después de la muerte) no expusieran al valetudinario novio a sufrir algún síncope provocado por el esfuerzo de hacer obra de varón. ¡Qué equivocados estaban todos! La noche de las bodas, cuando Pomponona empezaba apenas a conciliar el sueño, oyó que alguien llamaba discretamente a la puerta de la habitación. La abrió, y ahí estaba don Geroncio. Para sorpresa de la desposada el maduro galán la levantó en sus brazos -hagan ustedes de cuenta como Rhett Butler a Scarlett O’Hara en “Lo que el viento se llevó”-, y tras ponerla sobre el lecho le hizo el amor apasionadamente, cual si tuviera 74 años -mi venturosa edad- y no 80. Consumada esa refocilación don Geroncio regresó a su cuarto, y Pomponona quedó en el tálamo nupcial sumida en ese dulce sopor evanescente que experimenta la mujer tras el acto del bien cumplido amor. No había cerrado aún los ojos la feliz esposa cuando otra vez oyó unos toquecitos en su puerta.

Acudió a abrirla. Sorpresa: Ahí estaba otra vez don Geroncio. Esta vez ni siquiera la llevó a la cama: La recostó en la alfombra y ahí la poseyó otra vez con igníferas demostraciones de pasión. Terminado ese segundo trance el ardiente amador, sin decir palabra, volvió a su habitación. Casi no tuvo fuerzas Pomponona para subir al lecho. ¿Pensarán mis cuatro lectores que ahí acabó la historia de esa noche de arrebatos? ¡No! Por tercera vez oyó la exhausta novia que alguien llamaba a la puerta de su cuarto. La abrió. Adivinaron ustedes: era -otra vez- don Geroncio. Le dijo a Pomponona: “Vengo, esposa mía, a consumar nuestro matrimonio con el primer acto de amor”. “Pero, marido -respondió ella asombrada-. Ya estuviste aquí dos veces, y consumaste doblemente nuestra unión en modo tal que me dejaste exánime, agotada”. “¡Ah! -suspiró apenado el viripotente señor-. No me acordaba. Te lo dije: no tengo completas ya mis facultades”... (Nota explicativa: don Geroncio acostumbraba beber las miríficas aguas de Saltillo. Por eso al menos una de sus facultades la tenía completísima)... FIN.
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