Revista Contralínea
13. noviembre, 2012 Álvaro Cepeda Neri
Antes cómplices (¿Colosio?), Salinas y Zedillo terminaron como enemigos a muerte. Con lujos (¿financiados por su compadre Carlos Slim, si recordamos la privatización-regalo de Teléfonos de México?) y el Océano Atlántico de por medio, Salinas se escondió en Irlanda casi 6 años, aunque de vez en vez andaba de incógnito por nuestro país. Como Calderón a López Obrador en 2006, en 1988 le hizo de chivo los tamales a Cuauhtémoc Cárdenas; luego, tutti contenti se entendieron en secreto y Cuauhtémoc consumó la traición a los que sufragamos por él. Hoy ya tiene otra biografía en la película El ingeniero.
Zedillo se fugó a territorio estadunidense, becado como asesor por cuatro de las empresas que privatizó, y para taparle el ojo al macho consiguió en la Universidad de Yale un seminario para enseñar a combatir globalifóbicos, además de una chamba efímera en la Organización de las Naciones Unidas. También apoyó cuanto pudo la victoria del Partido Acción Nacional en 2000, y dándoselas de “gran demócrata” participaba en foros internacionales, donde nunca dijo que para esa hazaña habría de poner en ridículo al mediocre Labastida (Lavestida, le apodó Fox). Y ordenó al entonces priísta y al que fuera su secretario de Gobernación, Diódoro Carrasco (hoy panista a las órdenes de la señora Gordillo), negar dinero y facilidades al Partido Revolucionario Institucional (PRI) y a los gobernadores. Sin cash, el PRI se fue a pique. Fox asaltó Los Pinos con su actitud cocacolera… Y llegó también Marta con sus depredadores hijos que, como creyentes de golpe de pecho, entraron a la corrupción como su dios manda.
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