Cabezalcubo:
En 1982 yo tenía dieciséis años y vivía en una Guadalajara que todavía tenía a la avenida Vallarta por alameda arbolada antes de degradarla, previa tala brutal, a eje vial en permanente embotellamiento. No había retenes ni soldados en las calles, ni un adefesio amarillo en la glorieta de Mariano Otero. Una tarde de ese 1982 me fui solo al cine. En Plaza Vallarta estaba el Cinema Vallarta –los constructores de la plaza y los dueños del cine no debieron brillar por sus luces creativas en lo que a nombres se refiere–, hoy también desaparecido como la mayoría de los cines en México ante el devorador monopolio infeccioso de salitas multiplex. El Cinema Vallarta era una inmensa galería de gruesos paredones de concreto texturizado y pintado de marrón, tan del gusto setento-ochentero de la élite pseudoarquitectónica tapatía de entonces; una cueva perfecta para los fajecines de rincón o para, como era mi caso, ver una película de cuestionable pundonor. Que para más inri, era una película animada, Heavy Metal, producción canadiense de breves relatos de fantasía y ciencia ficción erótico malévola creados a partir de las historietas que publicaba la revista homónima con gran éxito y de la que yo era un apasionado y furtivo coleccionista (en mi casa Heavy Metal era considerada pornografía vil). Cuál sería mi sorpresa cuando al entrar al cine, un poco avergonzado, me topé con una sala atestada de niños gritones y señoras empiringotadas. Cientos de mocosos haciendo un ruidero infernal en lo que el cácaro atinaba a apagar luces y empezar la proyección. Cuando por fin comenzó la película y un absurdo Corvette entró en la atmósfera terrestre se hizo un silencio sepulcral muy de agradecer. Y a las primeras escenas de desnudos y escarceos sexuales, los dibujitos animados a ojos de todas aquellas señoras despistadas se convirtieron en porquería, insulto, insidia y pecado, y aquello fue un delicioso éxodo de señoras taconeando pasillo afuera, llevando a jalones a sus vástagos, algunas tapándoles los ojos. Yo me divertí doble, entre los personajes de la película y los que vi salir echando pestes del cine, gritando su indignación, sin faltar la que salió rezando. Mis carcajadas abonaron el flamígero enojo de algunas.
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http://www.jornada.unam.mx/2012/10/28/sem-moch.html
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