Unos integristas le dieron dos tiros en la cabeza porque quería aprender. Malala Yousafzai, la muchacha paquistaní de 14 años, es una víctima más del fanatismo ideológico. Los talibanes no pudieron con su vida y ahora se recupera en un hospital británico. Salvando todas las distancias, otros integristas con corbata también están disparando contra miles de niños y niñas que tienen los mismos deseos de Malala.
Malala Yousafzai, en un hospital de Birmingham |
Sus balas no son de plomo. Son balazos silenciosos, disparados con una cadencia estudiada para que sus efectos sean menos perceptibles. Y mientras lo hacen, se ríen de la gente con mentiras y engaños, insultan a quienes osan protestar y les llaman terroristas.
No son balas que matan con sangre. Son balas que siegan ilusiones, esperanzas, proyectos. Balas que destrozan familias. Son balazos que golpean a los más débiles, a los más necesitados. Balazos para impedir que la gente piense, que dude, que pregunte y que exija. Balazos menos espectaculares que los de los talibanes, pero envueltos en un integrismo muy similar. Balazos que cercenan el futuro de decenas de miles de Malalas en España.
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