20 de agosto de 2012

Y el hijo puta sigue vivo, o por qué Assange debería estar muerto

Y el hijo puta sigue vivo, o por qué Assange debería estar muerto:
Los estadounidenses y los británicos se equivocaron al no ejecutar a Assange cuando pudieron hacerlo. Quizá la mujer que declaró ser violada por el fundador de Wikileaks y que, según afirman numerosos analistas, trabajaba para la inteligencia angloamericana, debía haber asesinado a Assange al estilo Nikita.

Pero no, el hijo de puta está vivo y a día de hoy ya no es un peligro por haber publicado documentos secretos del gobierno de los Estados Unidos o por haber dejado a la vista la corrupción y la hipocresía de la política internacional de las grandes potencias. Hoy Assange es peligroso por otra cosa. Si algún efecto está teniendo su presencia en la Embajada de Ecuador en Londres es el de hacer crecer exponencialmente el prestigio internacional de Ecuador y de las democracias latinoamericanas que le apoyan.

No podemos olvidar que los medios de comunicación controlados por los gobiernos y por los magnates estadounidenses y europeos llevan años lanzados en una campaña que pretende desprestigiar a los países latinoamericanos que han desafiado la autoridad de Estados Unidos, la de sus aliados europeos y la de las instituciones económicas y militares globales.



Por muchas elecciones que ganen Correa, Chávez, Morales o Cristina Fernández, por más que sus políticas sociales hayan reducido la desigualdad, por más que infinidad de organismos internacionales independientes certifiquen que estos países son un ejemplo en el respeto de los derechos civiles, el mensaje de los poderosos es el mismo: son "populistas" y siempre son preferibles los golpes de Estado (como los de Honduras o Paraguay) a que ganen las elecciones estos hijos de puta.

El problema es que ahora, para todo el mundo, algunas cosas están claras. Está claro que la amenaza británica de asaltar la embajada ecuatoriana, viniendo de un Estado que ha concedido asilo a numerosos disidentes rusos reclamados por su país, que protegió a Pinochet y que se ha opuesto históricamente a conceder la extradición de criminales de guerra nazis, es una vergüenza que deja la calidad democrática del Reino Unido a la altura del betún.

Está claro también que la negativa sueca de interrogar a Assange por vídeoconferencia o de desplazar al juez a Londres para hacerlo, responde a su voluntad inequívoca de entregárselo a Estados Unidos, lo cual representa una humillación sin límites a las tradiciones de un país famoso en el pasado por proteger a perseguidos políticos de todo el mundo.

Y está claro, por último, que el presidente Correa y las democracias latinoamericanas están dando una lección al mundo en lo que al respeto de los derechos humanos y al ejercicio de la soberanía se refiere.

Hoy, cuando un nuevo conflicto armado de dimensiones imprevisibles amenaza con desencadenarse en Oriente Próximo, la 'Crisis Assange' está poniendo de manifiesto ante la opinión pública mundial al menos dos cosas. En primer lugar, que el respeto por las libertades de las grandes potencias termina donde empiezan los intereses económicos y geopolíticos de una casta que no tiene más patria que su dinero y, en segundo lugar, que la esperanza democrática se llama hoy América Latina.

Artículo de Pablo Iglesias Turrión, profesor de Ciencia Política en la Complutense y presentador de la tertulia política televisada La TuerKa (extracto)


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