Ya se me acabó la despensa que me dio el PRI para que votara por Peña Nieto. ¿Y ahora qué hago? Este cabrón aún no es presidente y yo sin dinero ni despensa. Le hubiera hecho caso a mi comadre, que me invitó a que fuera a la colonia Guerrero para que me dieran 1000 pesos y me daban 10 mil si llevaba 10 personas más. Ya con ese dinero me alcanzaba para más.
Este testimonio, como muchos más, escuchamos en la calle todos los días desde el pasado domingo. Muchos, millones de personas se fueron con la finta, por la necesidad o por lo que ustedes quieran, y aceptaron dinero del PRI para vender su voto. No pensaron que se les iba a acabar pronto, no pasó un solo momento por su mente que a ellos, al PRI, no les preocupaba su verdadera necesidad. Lo único que les preocupó, tanto a unos como a otros, fue ser como ave de rapiña: unos recogiendo las migajas, otros dándoles limosnas.
Esa es nuestra triste realidad. Un México que no puede presumir de una democracia, donde los votos tienen un precio y ese precio es la esclavitud a la pobreza. Pero ellos no lo saben. Quienes estiran la mano para recibir unos cuantos pesos, una despensa o un material de construccion, no tienen ni idea que están recibiendo el pago oneroso para su permanencia en la pobreza. Algunos, los que poseen un poco más de recursos y se llegan a vender, quizá no imaginan que también son víctima de un sistema que los ha marginado por décadas y a quien reciben con los brazos abiertos para que los vuelvan a pisotear.
Pero todo duele, México duele. Duele ser objeto de la burla de unos cuantos que nos arrastan sin saberlo hacia el fango. ¿Cuándo cambiará esta situación? Quizá nunca. Mientras siga habiendo hambre en el país nada se podrá cambiar. Y mientras sigamos teniendo miedo al cambio, menos….
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