28 de julio de 2012

La función de las encuestas: y ¿ahora qué? - Pablo Gómez

La función de las encuestas: y ¿ahora qué?:

Pablo Gómez

2012-07-27 •


Pareciera que unas disculpas ofrecidas y unas lamentaciones expuestas fueran suficientes para dejar zanjado el asunto de las encuestas en el reciente proceso electoral. Pero no. Se trata de un problema mayor en tanto que la mayoría de los encuestadores conocidos, cuyas mediciones se difundían a través de medios convencionales, coincidieron durante todo el trayecto en dar a Peña Nieto una diferencia que no correspondía con el más superficial análisis de la situación política del país.



En el principio de las series, una mayoría absoluta a favor de un candidato era un mentís al país o el registro de un cambio insospechado de la situación. Se retrataba, sin embargo, una realidad política que no existía. Por mayor que fuera el deterioro del gobierno de Calderón, por un lado, y el desgaste de las izquierdas después de recientes desavenencias internas, por el otro, nada podía justificar la existencia de una fuerza política mayoritaria. México es un país de tres grandes fuerzas en competencia real pero muchas encuestas estaban tratando de cambiar esa realidad. Los analistas se encontraban sin habla ante tan difundidos estudios de opinión.

Tantas encuestas, tan repetidas y tan remachadas hicieron suponer un acuerdo entre los encuestadores, pero éstos lo han negado. Han dicho que el error no solo fue involuntario sino coincidente. Jamás tendremos, sin embargo, una completa certeza al respecto.

No conocemos la forma exacta en que se diseñaban las muestras. Es difícil hacer, por tanto, un análisis objetivo del trabajo que durante meses realizaron esos encuestadores. Como no se podía discutir en el terreno propiamente técnico, era muy fácil descalificar el análisis político con la pura exhibición de las encuestas, las cuales eran defendidas en forma altanera para descalificar a candidatos pero también para minimizar otras encuestas. En verdad, los defensores de sus propias encuestas —y de otras de la competencia pero coincidentes— se comportaban como propagandistas de Peña. La industria de los sondeos de opinión tenía un veredicto mayoritario; esa era la verdad y las disonancias eran sencillamente descalificadas y ridiculizadas. No es menor la transgresión cometida por quienes afirman —sin bases en la politología, naturalmente— que las encuestas son un ejercicio que favorece el desarrollo de la democracia.

Se ha prometido revisar los marcos teórico-prácticos de esas encuestas fallidas, pero todo parece también una mentira. Al final hubo quien sin rubor afirmó que, a pesar de que sus propias mediciones habían sido erróneas, el resultado concreto —el proclamado triunfo de Peña— fue un acierto. Entonces no se trata de ejercicios democráticos, sino de pronósticos políticos interesados.

Ahora bien, ¿cómo quedó el país con tan abrumadores errores de medición de tendencias de voto? Parece que pocos quieren tocar el tema, el cual se resbala como si fuera un asunto menor. Pero aquí también ciertos medios tienen responsabilidad, tanto porque eran copartícipes de los fallos como porque se dedicaron a anunciar y defender una realidad política que era falsa desde el principio.

Con cierto estupor escuchamos decir que las encuestas no son pronósticos sino mediciones. Entonces, ¿por qué fueron defendidas como si fueran instrumentos para señalar el inevitable resultado de la elección? Haya sido como fuera, lo que tuvimos fueron encuestas militantes en su mayoría. Había otras, pero fueron aplastadas por una mayoría intolerante. “Nos vemos el primero de julio”, afirmó un periodista-encuestador. Ya nos vimos. Y, ¿ahora qué?

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