Epigmenio Ibarra
Con la historia sucede, parafraseando a Marx, que lo que una vez se produjo en tono de tragedia, cuando se repite se convierte en farsa. Hoy estamos ante una situación contraria: farsa hizo Vicente Fox de su intromisión ilegal en el proceso electoral de 2006. Tragedia será, para el país y su futuro, si Felipe Calderón sigue esos mismos pasos.
Que Vicente Fox y sus aliados en la cúpula empresarial, mediática y eclesiástica metieran las manos en la elección presidencial para sentar, “haiga sido como haiga sido”, a Felipe Calderón en la silla nos ha costado muy caro a los mexicanos.
Utilizó Fox como coartada su pretendida y proverbial estupidez política. Campechano, ingenuo como era, más bien como se vendía, se le hizo fácil presentar sus múltiples violaciones de la ley como inocentes gazapos.
Inconcebible resulta que el IFE de entonces se comprara la versión presidencial y le dejara actuar impunemente.
Vergonzoso y trágico para la democracia que, como si nada hubiera pasado, como si no se hubiera violado la ley, se celebrara el proceso electoral, se legitimara la elección y peor todavía que Vicente Fox se fuera a su casa con apenas un raspón del TEPJF.
No tuvieron los magistrados los tamaños para honrar su cargo, la institución a la que servían, el mandato constitucional que supuestamente deberían obedecer.
No revisaron a fondo ni anularon una elección tan cuestionada y en la que, de manera flagrante y evidente, intervinieron el titular del Poder Ejecutivo federal y los poderes fácticos.
Con discordia, sangre y pobreza hemos pagado los mexicanos la “ocurrencia” del guanajuatense. Con descrédito y desconfianza generalizada; con una bancarrota moral pagaron el IFE y el TEPJF su triste manejo de entonces.
Hoy las autoridades electorales en el país son vistas, por la inmensa mayoría de los mexicanos, con justificada sospecha. Si flaquean ante la intromisión anunciada de Felipe Calderón su colapso será total.
Más les vale entonces actuar con la honradez, dignidad y valentía de la que sus antecesores carecieron en 2006.
Hoy, como nunca, es deber de consejeros y magistrados salvaguardar la elección. Atar las manos, tapar la boca a Calderón e impedir que, otra vez, ahora desde el poder, manipule el proceso e imponga a su sucesor.
La situación de guerra que vive el país vuelve especialmente peligroso el momento histórico. La paz social de la nación esta en riesgo. Hay demasiados fusiles, botas y uniformes en la calle. Puede ser esta la última oportunidad para la democracia mexicana.
En estas condiciones no es inocuo que quien está sentado en la silla haga pronunciamientos públicos sobre el estado que guarda la campaña electoral. Menos todavía que lo haga en tiempos en que, por ley, el IFE ha decretado de veda electoral.
No hay inocencia alguna en la afirmación de Felipe Calderón de que las encuestas marcan un empate entre Enrique Peña Nieto y Josefina Vázquez Mota. Sabe del poder que los medios, que multiplican la onda expansiva de todo lo que hace y dice quien está sentado en la silla, darán a sus palabras.
Por los pasos de Fox, pero en tiempos mas revueltos todavía, comienza pues a caminar Felipe Calderón. Ha comenzado ya su tarea de zapa. Lo poco que queda en pie de la incipiente y frágil democracia mexicana puede ser demolida, merced a su intervención, con gran facilidad.
El exorbitante y escandaloso gasto en publicidad oficial —sólo en 2010, 6 mil 400 millones de pesos— tiene la finalidad expresa de cargar los dados y favorecer a sus intereses.
Nunca en la historia de nuestro país habíamos estado los ciudadanos sometidos a tan inclemente bombardeo propagandístico. La megalomanía del inquilino de Los Pinos se vale de un enorme y omnipresente espejo mediático que nuestros impuestos pagan.
En esa misma dirección juega la guerra. Nada mejor para quien se siente investido de una misión divina que disfrazarse de general y conducir una cruzada.
Nada más peligroso para la democracia que el Ejército en las calles y la obsecuencia del alto mando que, además de embarcarse en una aventura de antemano condenada al fracaso, es capaz de tolerar y servir incluso de comparsa en espectáculos lamentables como el del caudillo montando un caballo blanco.
La violencia y el miedo empujaran la mano del votante y Calderón lo sabe. Traición será votar contra quien supuestamente nos “salva” del narco.
Traición será decir que esa “salvación” es mentira y que en estos cuatro años de guerra ni los cárteles se han debilitado, ni la droga ha dejado de cruzar la frontera, ni los dólares y las armas han dejado de llegar.
Por otro lado, la politización de la procuración de justicia; un avance en la dirección marcada por Fox que hizo de la PGR su oficina de intereses, es ya una de las más letales armas electorales.
Propaganda, miedo, violencia, guerra y justicia sesgada son componentes de la guerra sucia que desde el poder han desatado Felipe Calderón y los suyos.
¿Quién detendrá esta intentona de golpe desde el poder a lo que queda de nuestra democracia? ¿Quién impedirá a Calderón seguir por los pasos de Vicente Fox? ¿Cómo haremos los mexicanos, divididos como estamos, para impedir que, otra vez, nuestra voluntad sea burlada?
http://elcancerberodeulises.blogspot.com
www.twitter.com/epigmenioibarra
Que Vicente Fox y sus aliados en la cúpula empresarial, mediática y eclesiástica metieran las manos en la elección presidencial para sentar, “haiga sido como haiga sido”, a Felipe Calderón en la silla nos ha costado muy caro a los mexicanos.
Utilizó Fox como coartada su pretendida y proverbial estupidez política. Campechano, ingenuo como era, más bien como se vendía, se le hizo fácil presentar sus múltiples violaciones de la ley como inocentes gazapos.
Inconcebible resulta que el IFE de entonces se comprara la versión presidencial y le dejara actuar impunemente.
Vergonzoso y trágico para la democracia que, como si nada hubiera pasado, como si no se hubiera violado la ley, se celebrara el proceso electoral, se legitimara la elección y peor todavía que Vicente Fox se fuera a su casa con apenas un raspón del TEPJF.
No tuvieron los magistrados los tamaños para honrar su cargo, la institución a la que servían, el mandato constitucional que supuestamente deberían obedecer.
No revisaron a fondo ni anularon una elección tan cuestionada y en la que, de manera flagrante y evidente, intervinieron el titular del Poder Ejecutivo federal y los poderes fácticos.
Con discordia, sangre y pobreza hemos pagado los mexicanos la “ocurrencia” del guanajuatense. Con descrédito y desconfianza generalizada; con una bancarrota moral pagaron el IFE y el TEPJF su triste manejo de entonces.
Hoy las autoridades electorales en el país son vistas, por la inmensa mayoría de los mexicanos, con justificada sospecha. Si flaquean ante la intromisión anunciada de Felipe Calderón su colapso será total.
Más les vale entonces actuar con la honradez, dignidad y valentía de la que sus antecesores carecieron en 2006.
Hoy, como nunca, es deber de consejeros y magistrados salvaguardar la elección. Atar las manos, tapar la boca a Calderón e impedir que, otra vez, ahora desde el poder, manipule el proceso e imponga a su sucesor.
La situación de guerra que vive el país vuelve especialmente peligroso el momento histórico. La paz social de la nación esta en riesgo. Hay demasiados fusiles, botas y uniformes en la calle. Puede ser esta la última oportunidad para la democracia mexicana.
En estas condiciones no es inocuo que quien está sentado en la silla haga pronunciamientos públicos sobre el estado que guarda la campaña electoral. Menos todavía que lo haga en tiempos en que, por ley, el IFE ha decretado de veda electoral.
No hay inocencia alguna en la afirmación de Felipe Calderón de que las encuestas marcan un empate entre Enrique Peña Nieto y Josefina Vázquez Mota. Sabe del poder que los medios, que multiplican la onda expansiva de todo lo que hace y dice quien está sentado en la silla, darán a sus palabras.
Por los pasos de Fox, pero en tiempos mas revueltos todavía, comienza pues a caminar Felipe Calderón. Ha comenzado ya su tarea de zapa. Lo poco que queda en pie de la incipiente y frágil democracia mexicana puede ser demolida, merced a su intervención, con gran facilidad.
El exorbitante y escandaloso gasto en publicidad oficial —sólo en 2010, 6 mil 400 millones de pesos— tiene la finalidad expresa de cargar los dados y favorecer a sus intereses.
Nunca en la historia de nuestro país habíamos estado los ciudadanos sometidos a tan inclemente bombardeo propagandístico. La megalomanía del inquilino de Los Pinos se vale de un enorme y omnipresente espejo mediático que nuestros impuestos pagan.
En esa misma dirección juega la guerra. Nada mejor para quien se siente investido de una misión divina que disfrazarse de general y conducir una cruzada.
Nada más peligroso para la democracia que el Ejército en las calles y la obsecuencia del alto mando que, además de embarcarse en una aventura de antemano condenada al fracaso, es capaz de tolerar y servir incluso de comparsa en espectáculos lamentables como el del caudillo montando un caballo blanco.
La violencia y el miedo empujaran la mano del votante y Calderón lo sabe. Traición será votar contra quien supuestamente nos “salva” del narco.
Traición será decir que esa “salvación” es mentira y que en estos cuatro años de guerra ni los cárteles se han debilitado, ni la droga ha dejado de cruzar la frontera, ni los dólares y las armas han dejado de llegar.
Por otro lado, la politización de la procuración de justicia; un avance en la dirección marcada por Fox que hizo de la PGR su oficina de intereses, es ya una de las más letales armas electorales.
Propaganda, miedo, violencia, guerra y justicia sesgada son componentes de la guerra sucia que desde el poder han desatado Felipe Calderón y los suyos.
¿Quién detendrá esta intentona de golpe desde el poder a lo que queda de nuestra democracia? ¿Quién impedirá a Calderón seguir por los pasos de Vicente Fox? ¿Cómo haremos los mexicanos, divididos como estamos, para impedir que, otra vez, nuestra voluntad sea burlada?
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