Peña Nieto en su jugo
ÁLVARO DELGADO
5 DE DICIEMBRE DE 2011 · SIN COMENTARIOS
ANÁLISIS
Enrique Peña Nieto en la FIL de Guadalajara.
Foto: AP
MÉXICO, D.F. (apro).- “La verdad es que no me gusta leer”, le confesó Enrique Peña Nieto a Manuel Espino cuando éste le regaló, en 2008, un ejemplar de su libro Señal de alerta, en el que describe el lado oscuro de Manlio Fabio Beltrones, rival de ambos. “Voy a pedirle a mis asesores que me hagan unas tarjetas con lo más importante”.
Espino me compartió esta anécdota poco después de su encuentro con Peña Nieto, a quien yo había entrevistado para Proceso, en octubre de 2004, cuando se perfilaba para suceder a su tío Arturo Montiel, y su retórica tortuosa para evadir una definición pública de su ambición me hicieron decirle que era un político viejo a sus 38 años de edad.
–Habla usted como si tuviera 68, diputado –le dije, en el café Balmoral, del hotel Presidente, donde me citó.
–No, puede no convencerte, pero estoy convencido de esa disciplina partidaria, que ha sido una fortaleza de los priistas. No quiere decir que no se pueda, internamente, diferir. Se vale. Pero a final de cuentas debe imperar una disciplina partidaria. En la historia hay ejemplos: El Ejército y la iglesia.
Ahora que es víctima del escarnio por el ridículo que hizo en la presentación de su libro México, la gran esperanza, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) –peor aún que en la entrevista con Jorge Ramos cuando no recordó de qué había muerto su esposa y a cuánto asciende su patrimonio–, hay quienes critican a sus asesores por no haberlo preparado para una pregunta obvia, pero pienso distinto: Es positivo para los ciudadanos ver tal cual es a quien quiere gobernar México.
La descarnada ratificación de lo que Peña Nieto le confió a Espino es de extrema gravedad para México no porque en 2012 se dispute un concurso de erudición literaria, como algunos minimizan este episodio de vergüenza, sino porque la aversión al conocimiento que se adquiere a través de los libros, como es el caso del virtual candidato presidencial priista, exhibe lo que verdaderamente piensa de la educación.
No en balde los grandes proyectos educativos en México los protagonizaron intelectuales de la talla de Justo Sierra, José Vasconcelos, Jaime Torres Bodet, Agustín Yáñez, Gilberto Guevara Niebla y Jesús Reyes Heroles, mientras que la decadencia ha sido obra de personajes tan frívolos y corruptos como Vicente Fox y Elba Esther Gordillo, justamente mentora ésta de Peña Nieto.
La educación es, también, fuente de valores cívicos y morales que son clave para el desarrollo de una nación y, al contrario, al desdeñarse, sobreviene la ruptura del tejido social y se gestan fenómenos tan repugnantes como la corrupción, el crimen y la guerra.
Sólo la ausencia de ética o moral permiten que un gobernante corrupto como Montiel sea encubierto por su sobrino, Peña Nieto, y exactamente por lo mismo los priistas de la cúpula aclamaron a Humberto Moreira la renuncia a la presidencia de su partido sin exigirle cuentas por el monumental endeudamiento de más de 34 mil millones de pesos, la mitad al menos contratada de manera ilegal.
De manera que la ignorancia de Peña Nieto no es sólo un “error” libresco, como quiere hacer creer, sino una concepción de México y del mundo en el que los principios éticos están sometidos a la consecución de fines sin importar los medios.
La reacción de Paulina Peña Pretelini, hija de Peña Nieto, es también lamentablemente reveladora de una pobreza educativa. A través de la cuenta de Twitter de su novio envió, la medianoche del domingo, este mensaje: “Un saludo a toda la bola de pendejos, que sólo forman parte de la prole y sólo critican a quien envidian”.
Se entiende que la joven tilde de “pendejos” a los críticos de su padre, ofuscada por la mofa que concitó el papelazo que hizo en la FIL –donde fue custodiado por Raúl y Trinidad Padilla, que controlan la Universidad de Guadalajara–, pero la expresión “prole” revela sobre todo un desprecio por los pobres.
Y como escribió José Emilio Pacheco en Las batallas en el desierto, si los indígenas no fueran al mismo tiempo pobres, nadie utilizaría la palabra indio como insulto.
Es obvio que la joven Peña Pretelini no usó la palabra “prole” en la acepción coloquial –“conjunto numeroso de personas que tienen algún tipo de relación entre sí”–, sino en el sentido discriminatorio: Proletarios, asalariados, pobres, jodidos.
Angélica Rivera, mujer de Peña Nieto, piensa lo mismo, pero va más allá, según sus propios mensajes en Twitter:
“Osea (sic) sí, el PRI fue corrupto y mentiroso, pero ya supérenlo, no sean resentidos. Carlos Salinas ha sido el mejor presidente de México, me consta”. “No, los Zapatistas eran revoltosos que estaban poniendo en peligro la estabilidad de las empresas. Salinas hizo bien en mandarles al Ejécito.”
Y más de la actriz conocida como La Gaviota: “Osea (sic), yo creo que si los indios quieren salir de donde están que se pongan a trabajar y dejen de estar de flojos o violentos, como en Atenco”. “Enrique no se arrepiente nada por lo que pasó en Atenco, la verdad se lo merecían, sólo perturban la paz de todos los que sí queremos trabajar”. “Por eso dije que Salinas hizo bien cuando mando al Ejército a esos indios revoltosos, osea que se pongan a trabajar y amen a México también”.
Es el mismo nivel de insulto que las actrices Azalia Ojeda y María Vanessa Polo Cajica, a quienes se conoce como las “Ladies de Polanco”, profirieron a policías capitalinos que las reprendieron con insultos discriminatorios: “pinches asalariados de mierda”.
El lenguaje de estas cuatro mexicanas es usual en el mundillo de la farándula auspiciada por Televisa y copiada, tal cual, por Televisión Azteca y demás remedos televisivos, y es el que, ante el desdén del Estado en su deber formativo, se imparte a los millones de mexicanos.
Por esa misma razón, Televisa y todo el amasijo mediático que lubricaron los multimillonarios contratos con el erario del Estado de México callan o disimulan la ignorancia de Peña Nieto, un personaje que, ni modo, puede llegar a gobernar este país.
En 2006, Andrés Manuel López Obrador cometió el error de emplear una expresión desafortunada para exigirle a Fox no entrometerse en el proceso electoral –“cállate, chachalaca”–, y ahora Peña Nieto ha sentido el rigor de Twitter, en el que, por primera vez, se librará también la disputa presidencial.
Y es preciso recordar a Jesús Reyes Heroles: “En política únicamente se comete un error. Todo lo demás es consecuencia…”
Apuntes
Por cierto, la asesora de Peña Nieto en redes sociales es Alejandra Lagunes Soto Ruiz, exgerente de ventas de Google México y exdirectora general comercial de Televisa Interactive Media. Pero, además, es esposa de Rafael Pacchiano Alamán, diputado federal del Partido Verde y miembro de la “telebancada” controlada por Televisa.
Comentarios: delgado@proceso.com.mx
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