3 de noviembre de 2011

LORENZO MEYER: Con novedades (?) en el frente democratico

Con novedades (?) en el frente democratico

Ya se sospechaba



Se dice que las comparaciones son odiosas. Cierto, pero también pueden ser útiles. En el proceso de compararnos, ya sea como personas o país, podemos empezar a entendernos y a encontrar explicaciones sobre nuestra propia condición. Y entender puede ser el inicio del cambio.


Lo anterior viene a cuento por dos series de datos que se acaban de publicar y que comparan conjuntos de países entre los que se encuentra el nuestro. En un caso, se compara a 18 naciones latinoamericanas en torno a las percepciones que sus propios ciudadanos tienen sobre sus respectivos sistemas políticos; en el otro la comparación corre a cargo de un grupo de expertos que examina un buen número de indicadores de los 31 países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) con relación al grado en que han hecho realidad la justicia social. En ambos balances, el resultado no es muy positivo para México, pero los dos reportes llegan en el momento en que ya arrancó la carrera para la sucesión presidencial y sería de utilidad incorporar sus resultados al debate político nacional. Y si no lo hicieran los candidatos y sus partidos, al menos deberíamos hacerlo nosotros, los ciudadanos, y actuar en consecuencia.






América Latina



Latinobarómetro es una ONG con sede en Santiago de Chile que lleva 16 años de hacer encuestas de opinión en América Latina en torno a temas relacionados con la política, la economía y la estructura social. En la encuesta que se acaba de publicar (Corporación Latinobarómetro, Informe 2011, Santiago de Chile, 28 de octubre) basada en una muestra de poco más de 20 mil personas (1,200 en México) y con un margen de error del 3%, hay decenas de preguntas. Una de ellas es ésta: "En general ¿diría usted que está satisfecho o insatisfecho con el funcionamiento de la democracia en el país?". Para sorpresa de pocos, los mexicanos resultaron ser los más descontentos de la región. En promedio, la insatisfacción latinoamericana con la forma en que funcionan sus respectivos sistemas democráticos comprende al 51%, pero en México es mucho mayor. Aquí el 4% no supo o no quiso contestar, sólo un 23% se dijo satisfecho pero el grueso -el 73%- de plano se colocó entre los insatisfechos. Y eso no es todo, al quedar confrontados con la evaluación de México como democrático o no democrático, sólo cuatro países -Paraguay, Guatemala, Bolivia y Honduras- tuvieron una autoevaluación peor que la nuestra y apenas por décimas de punto. Únicamente el 22% de los encuestados consideró que en México se gobierna para el bien de todos y un porcentaje igual de magro ve al país yendo por el camino del progreso -en Brasil, ese progreso lo percibe el 52%- y la actual distribución del ingreso sólo el 15% la calificó de justa. Con una visión tan poco positiva sobre el estado que guarda la situación política, económica y social de México, no es de extrañar que el apoyo a la democracia como forma de gobierno y de vida haya caído también en nuestro país, al pasar del 49% en 2010 al 40% en el 2011. Es verdad que ese 40% de ciudadanos que, pese a todo, insiste en preferir la democracia a cualquier otro sistema de gobierno conforma una minoría importante, pero finalmente es una minoría y esa no puede ser buena noticia para ningún demócrata.






Entre los de la OCDE



La Bertelsmann Stiftung, una fundación alemana, acaba de dar a conocer un informe sobre los países de la OCDE (Social justice in the OECD -how do the member states compare? Sustainable governance indicators 2011). Si entre los países de nuestra propia región e historia las comparaciones no nos favorecen, pues menos entre países donde hay algunos muy ricos y relativamente bien gobernados, con ciudadanías muy activas, con clases gobernantes que tienen un sentido bastante desarrollado de la responsabilidad y, sobre todo, un entramado institucional sólido y funcional.


Los expertos de la fundación Bertelsmann parten del supuesto que la justicia social es fundamental para lograr y mantener la estabilidad y la legitimidad de cualquier comunidad nacional. Ahora bien, definir qué se entiende por justicia social es un asunto controvertido pues el concepto es resultado de sistemas de valores que dependen de la historia y cultura de cada país. De todas formas, en la época moderna esa justicia se refiere al esfuerzo por lograr la igualdad de oportunidades y de desarrollo de vida de todos los miembros de una comunidad. Se trata no tanto de compensar a los menos favorecidos por su exclusión de los beneficios del sistema y más de hacer lo necesario para incluirlos de manera permanente en el mismo. Así, la justicia social hoy debe ser básicamente la construcción de un marco de reglas e instrucciones que redunden en una sociedad participativa que active y le ofrezca a todos sus miembros los medios para que puedan aprovechar efectivamente las oportunidades que les ofrece el entorno en que se desenvuelven. Este concepto de justicia social en una sociedad de mercado requiere de un Estado fuerte dirigido por quienes asumen la necesidad de llevar a cabo políticas sociales que aseguren esa participación (p. 11).


Los seis grandes componentes de la justicia social son: I) prevención de la pobreza, II) acceso a la educación, III) oportunidad de ingresar al mercado de trabajo, IV) cohesión social y no discriminación, V) salud y VI) justicia intergeneracional. Este último concepto se refiere a mantener la viabilidad del sistema de pensiones y a no afectar negativamente el ambiente natural de las generaciones futuras.


Se entiende la justicia social como una combinación de los seis factores mencionados, que a su vez están conformados por una batería de indicadores -21 cualitativos y 8 cuantitativos (p. 14). Y ya sea que a todos los factores se les dé igual peso o se otorgue más a los tres primeros, resulta que los países donde campea la justicia social son Islandia, Noruega, Suecia y Dinamarca. Y se mida como se mida, los cuatro países que están hasta el final de la escala son Chile, Grecia, México y Turquía. Los dos primeros intercambian la posición 29 según se trate o no del índice ponderado pero México siempre es el penúltimo y sólo Turquía le salva de encontrarse como el país con menor justicia social de esa organización a la que nos metió Carlos Salinas en 1994 en anticipación a la supuesta bonanza económica que traería el TLCAN pero que hasta ahora no se ha materializado.


Ahora bien, por si algo sirve de consuelo, es necesario notar que nuestro socio principal en el TLCAN, Estados Unidos,

no tiene ningún lugar honroso en el índice de justicia social: en el ponderado está en el lugar 27 de 31 países, apenas un par de escalones arriba de nosotros y en el no ponderado sólo sube tres escalones más, al 24. Lo anterior significa que nuestro vecino del norte será militar y económicamente poderoso, pero por lo que se refiere a la justicia social es un enclenque ¡y es con ese mal modelo con el que nos integramos cada vez más!


Si nos tomamos el trabajo de ver las tablas en donde se comparan los 31 países en cada uno de los rubros en que se descompone el índice justicia social, resulta que México no está nada mal por lo que se refiere a acceso a la educación ¡ahí estamos en un honroso octavo lugar! y muy por encima de Estados Unidos, Alemania o Japón (p. 23). Ahora bien, lo malo es que la calidad de esa educación es pésima, como lo muestra el resultado de la prueba Enlace, entre otros estudios (Reforma, 1o. de septiembre, 2010). Sin embargo, el problema fundamental de México es la pobreza, en ese rubro México sí se encuentra hasta el fondo de la escala con un índice que es apenas la cuarta parte del país más avanzado en la prevención de la pobreza y que, por cierto, no es el más rico del grupo: la República Checa (p. 18), lo que demuestra que el éxito en el combate al corazón de la injusticia social depende menos de la abundancia de recursos materiales y más de la voluntad e inteligencia de los gobernantes y de la sociedad. Finalmente, por lo que se refiere a la desigualdad en la distribución del ingreso, únicamente Chile -ese ejemplo de éxito de la política neoliberal en América Latina- nos salva de estar en el último lugar (p. 32).






En Suma



Las comparaciones sí son odiosas cuando nos dan resultados tan negativos como los que arrojan los dos estudios citados, pues muestran que México, como sociedad nacional, va por un camino errado. Sin embargo, en esas comparaciones están los elementos que nos permiten saber qué hay que modificar y en qué sentido. Así pues, odiosas pero muy útiles.




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