23 de octubre de 2011

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Kaibiles: horrendo experimento de Estados Unidos
Autor: Red Voltaire
Sección: Línea Global
18 OCTUBRE 2011


Durante la Guerra Fría entre Estados Unidos y la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Guatemala, país de campesinos, tuvo la desgracia de encontrarse dentro de la mira de Washington, que temía un cambio de modelo económico y una pérdida de influencia en la región. Estados Unidos llevaría a cabo en ese país una política de genocidio y de tortura gracias a sus aliados, los militares guatemaltecos, a quienes adiestraron y formaron en técnicas de tortura y contrainsurgencia en la tristemente célebre Escuela de las Américas

Prudencio García/Red Voltaire
Los horrores perpetrados por el Ejército Guatemalteco contra las comunidades mayas durante el “quinquenio negro” (1978-1983) desbordan toda posible descripción. Algunos culpables han sido condenados a 6 mil 30 años cada uno.
En la sala del Tribunal de Alto Riesgo de la ciudad de Guatemala, bajo la presidencia de la jueza Jazmín Barrios, la voz firme y serena de la juez vocal Patricia Bustamante sonó especialmente rotunda cuando leyó: “Quedó demostrado que los militares actuaron de forma planificada, con ensañamiento y perversidad”.
La sentencia se refiere a los hechos producidos, principalmente, el 7 de diciembre de 1982, cuando una unidad de kaibiles ?tropas especiales? irrumpió en el poblado de Las Dos Erres, pequeña aldea maya del Petén, al Norte del país. Un total de 201 campesinos, civiles desarmados, en su mayoría mujeres y niños, fueron asesinados. Veintinueve años después, cuatro exkaibiles han sido juzgados por aquellos crímenes y condenados en primera instancia a 6 mil 30 años cada uno de ellos.
Según limita la ley, tendrán que cumplir 50 años. A estos se añaden otros 30 por incumplimiento de sus deberes para con la humanidad, que suman 80 años en total.
Los horrores perpetrados por el Ejército de Guatemala contra las comunidades mayas durante largas décadas, pero principalmente en el “quinquenio negro” (1978-1983), desbordan toda posible imagen.
Las descripciones fidedignas existen, pero nadie podría creerlas si no fuera por su abrumadora evidencia en extensión, detalle y concreción testimonial.
Ahí están las 1 mil 500 páginas, en cuatro pavorosos tomos, del informe Recuperación de la Memoria Histórica, emitido en 1998 por la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala (24 de abril de 1998). Páginas, a su vez, corroboradas y extensamente ampliadas un año después (25 de febrero de 1999) por las todavía más brutales 3 mil 800 páginas de los 12 tomos del informe de la Comisión de Esclarecimiento Histórico de la Organización de las Naciones Unidas sobre Guatemala (a la que tuvimos el honor de pertenecer). En caso de no existir tan aplastante volumen documental y testimonial, nadie podría creer los hechos en éste registrados, dada su inaudita atrocidad.
Salvajismo con las mujeres, incluidas las embarazadas, brutalidad con los niños, inclusive los bebés. Monstruosas mutilaciones masculinas y femeninas, previas a los asesinatos. Empalamientos, personas quemadas vivas, aberrantes formas de exterminar que aseguraban largos días de agonía.
Difícil tarea, la de describir lo indescriptible. Pero trabajosamente se hizo, y el fruto documental de ambos informes citados quedó ahí, y ahí sigue para la posteridad.
Conforme los hechos establecidos, los soldados ?unos 40 kaibiles?, al irrumpir en Las Dos Erres, separaron a las mujeres y niños de los hombres. Estos fueron reunidos en la escuela, donde fueron torturados y finalmente ultimados.
Las mujeres con los infantes fueron encerrados en la pequeña iglesia evangélica de la comunidad. Después, las mujeres fueron obligadas a cocinar y servir la comida a sus verdugos, antes de ser violadas y asesinadas por éstos. Las violaciones y asesinatos se cometieron con especial sadismo, y los cadáveres fueron arrojados a un pozo, utilizado como fosa común. Igualmente, los niños fueron también asesinados y arrojados a éste.
Dos exkaibiles, miembros entonces de aquella unidad militar, hoy retirados, radicados en México y testigos voluntarios de la Fiscalía, aportaron al juicio, por videoconferencia, detalles escalofriantes sobre la actuación de los acusados. Por ejemplo, uno de los criminales ahora condenados, el subinstructor kaibil Manuel Pop Sun, se llevó por la fuerza a una niña hasta ocultarse con ella en una zona de matorrales próxima al poblado, donde la violó. Regresó con ella, la decapitó y la arrojó al pozo.
Otros detalles igualmente horribles vinieron a configurar el contenido de la sentencia. Recordemos un hecho que nos fue relatado personalmente por un exmiembro del Gobierno del presidente democristiano Marco Vinicio Cerezo.
En 1986, al ser nombrado ministro, se le asignó como escolta un antiguo kaibil. Al saber que la hija de éste sufría una grave dolencia de la vista ?cercana a la ceguera salvo que recibiera un tratamiento muy caro y especializado? el ministro, compadecido de aquella desgracia, insoluble en una familia de muy pocos recursos, le consiguió dicho tratamiento en Estados Unidos. Cuando se lo comunicó al padre, recibió esta tremenda respuesta: “Agradezco sus desvelos por mi niña, pero sepa que serán totalmente inútiles, porque lo que le ocurre a mi hija es el castigo que Dios me envía a mí, por las atrocidades que yo cometí con los niños mayas cuando era kaibil”.
¿Qué horrores infanticidas perpetraría aquel sujeto para experimentar un remordimiento patológico de tal magnitud?

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