Un efecto distractor llamado Carstens Carlos Acosta Córdova
Para Felipe Calderón hay apremios más acuciantes que ponderar la utilidad real de que Agustín Carstens llegue al cargo de director gerente del FMI. Una de esas presiones lo constituye la necesidad de disimular la imagen del México violento en el mundo. De manera similar ocurre con el secretario de Hacienda, Ernesto Cordero, quien está más preocupado por posicionarse mediáticamente de cara a la elección presidencial; de ahí que haya emprendido una febril promoción, dentro y fuera del país, de la candidatura de Carstens al organismo internacional. En pocas palabras, un juego de efectismo coyuntural, más que realismo político...
Si logra franquearse la férrea defensa que los países europeos han hecho en torno de las aspiraciones de la ministra francesa de Economía, Christine Lagarde, para el cargo de director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), no será Agustín Guillermo Carstens Carstens –exsecretario de Hacienda y hoy gobernador del Banco de México– el primer mexicano en dirigir un organismo multilateral.
No será tampoco el primero al que se le atribuyan credenciales, prendas, habilidades, prestigio, reconocimiento internacional, para desempeñarse en un cargo de esa envergadura.
Y su eventual arribo al mando del FMI, más allá del fortalecimiento que pueda significar para la imagen del país en el exterior, en nada ayudará a resolver la paradoja que es el hecho de que México, semillero de hombres ilustres en materia de economía y finanzas, con resonancia internacional, no deja de ser un país subdesarrollado, con crecimiento económico mediocre, con muchas taras que impiden el uso eficiente de sus recursos naturales y humanos…
Es larga la lista de mexicanos prestigiados, reconocidos internacionalmente, la que precede a Carstens. Por ejemplo, Antonio Ortiz Mena, secretario de Hacienda en los sexenios de Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz (1958 a 1970), presidió el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) durante 17 años, de 1971 a 1988.
Antes de él, Eduardo Suárez, secretario de Hacienda cinco años con el presidente Lázaro Cárdenas –le tocó recomponer la economía luego de la expropiación petrolera– y los seis de Manuel Ávila Camacho –es decir, ocupó el cargo de 1935 a 1946–, también fue un funcionario distinguido internacionalmente.
Él encabezó el equipo de mexicanos ilustres –entre ellos, Daniel Cosío Villegas, Víctor L. Urquidi, José Medina Echavarría, Javier Márquez y Raúl Martínez Ostos– que participaron en las deliberaciones de junio de 1944, en Bretton Woods, Estados Unidos, de las cuales surgieron por cierto el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
Además de esos casos emblemáticos, en la historia económica del país destacan personajes que han dejado huella, como José Yves Limantour en el porfiriato, que puso orden en las finanzas y la economía del país los últimos siete años de ese periodo; como Alberto J. Pani, fundador con Manuel Gómez Morín del Banco de México y que fue secretario de Hacienda, aunque intermitente, durante 13 años, en los gobiernos de Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo L. Rodríguez. Es decir, entre 1920 y 1933.
También destacan Ramón Beteta Quintana, uno de los fundadores de la Escuela Nacional de Economía de la UNAM, que luego sería Facultad, además de secretario de Hacienda con Miguel Alemán (1946-1952), y Antonio Carrillo Flores, titular de la misma secretaría en el gobierno de Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958), al que se le atribuye una participación decisiva en la construcción de las principales instituciones financieras del país.
En el sexenio de Luis Echeverría, que marca el inicio de los desastres económicos internos en el país, acaba la época de secretarios de Hacienda que no son economistas de origen. Hugo B. Margáin, José López Portillo y Mario Ramón Beteta encabezaron esa dependencia en el mismo sexenio, que se distinguió por el desorden en la conducción económica y marcó también el inicio del sobreendeudamiento externo, las devaluaciones, el desastre fiscal…
Con López Portillo empieza la era de los técnicos, economistas de oficio y profesión, al frente de Hacienda. Secretarios que si bien no pudieron evitar la profundización de ese desorden –el sexenio acabó con una espectacular deuda externa de 80 mil millones de dólares, cuatro veces la heredada; devaluaciones constantes e hiperinflación y un déficit fiscal de dos dígitos– también se distinguieron por mantener una economía en alto crecimiento y la creación de magnas obras de infraestructura, sobre todo petrolera.
Se excluye al efímero Julio Rodolfo Moctezuma Cid, que no duró ni un año debido a las pugnas con Carlos Tello Macías, titular de la recién creada Secretaría de Programación y Presupuesto. Pero a partir de David Ibarra Muñoz, que entró al relevo en ese mismo año y que renunció antes de que concluyera el gobierno de López Portillo, en 1982, todos los subsecuentes secretarios de Hacienda, hasta Agustín Carstens, han sido funcionarios públicos mexicanos que han gozado de prestigio internacional.
Al propio Ibarra Muñoz, de fuerte influencia en el pensamiento económico de América Latina en los años 70 y 80 del siglo pasado, se le reconoce en el mundo y en México como uno de los grandes reformadores del sistema fiscal mexicano. Fue quien introdujo el Impuesto al Valor Agregado (IVA) en México, que implicó la derogación de más de 60 impuestos.
A partir de él, todos los secretarios gozaron de los reflectores internacionales. A Jesús Silva Herzog Flores le tocó protagonizar la crisis de la deuda externa que México estuvo a punto de no pagar.
Los tecnócratas
Pedro Aspe Armella –egresado del ITAM y doctorado en el Massachusetts Institute of Technology, MIT, discípulo del Premio Nobel Franco Modigliani y de Rudiger Dornbusch– fue el primero de la generación de tecnócratas y neoliberales que han conducido la economía del país. Cobró relevancia internacional por la exitosa renegociación de la deuda externa y por la masiva venta y desincorporación de paraestatales. Pero también, para no regatear méritos, por haber logrado el equilibrio macroeconómico del país.
Al tiempo que Aspe era secretario de Hacienda, Ernesto Zedillo Ponce lo fue de Programación y Presupuesto, al que se le reconoce una sólida formación económica, que le valió para superar de manera más rápida –ya como presidente– la más severa crisis económica de la época reciente, la originada por la dramática devaluación de diciembre de 1994.
El reconocimiento internacional de Zedillo es indudable. Es el mexicano con más presencia en foros internacionales; académico de universidades en Estados Unidos y Europa; consejero de empresas multinacionales y asesor de la ONU y de distintos gobiernos en el mundo.
Guillermo Ortiz Martínez, economista por la UNAM y doctorado en la Universidad de Stanford –y en un tiempo representante de México ante el FMI– también fue destacado secretario de Hacienda y primer gobernador del Banco de México autónomo.
Ortiz debió hacer uso de sus múltiples contactos con el mundo financiero internacional y de su convocatoria con grandes empresarios mexicanos –la reprivatización bancaria que él condujo en el gobierno de Salinas le había dado una fuerte presencia con los hombres del dinero–, para darle una salida más o menos rápida a la grave crisis económica y financiera de 1995, provocada por la devaluación de diciembre el año anterior.
Su sucesor, José Ángel Gurría Treviño, si bien no tuvo mayor trascendencia como secretario –le tocó en suerte que el PRI perdió la mayoría en la Cámara de Diputados desde 1997, y nada pasó en el Congreso de lo que propuso, como cambios al régimen tributario, reformas en el sector eléctrico, entre otros–, era hasta entonces el mexicano más conocido en los medios financieros internacionales.
La razón: desde temprana edad, apenas incursionando en el sector público, se dedicó a atender asuntos de la deuda externa. Durante casi 30 años fue el eterno negociador, incesante fue su ir y venir por el mundo en busca de dinero “fresco”, quitas, descuentos, plazos, créditos puente y demás.
Esa presencia en el mundo financiero internacional, y su paso por la cancillería y por Hacienda, es lo que hoy lo tiene convertido en el secretario general del famoso club de los países ricos, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, la OCDE, y ratificado recientemente para un periodo más de seis años.
Terminada la era de los gobiernos priistas, Francisco Gil Díaz –priista que fue subsecretario de Hacienda con Pedro Aspe, cuando ganó fama de “fiscal de hierro”– toma posesión como secretario de Hacienda con Vicente Fox, primer presidente panista.
Egresado del ITAM y de la Universidad de Chicago, donde fue alumno distinguido de Milton Friedman, considerado el padre del neoliberalismo, fue quien concretó la extranjerización de los bancos del país.
Ese hecho lo acercó a las grandes corporaciones financieras, al grado de que algunos lo invitaron a formar parte de su consejo, como el gigante inglés Hong Kong Shanghai Banking Corporation Holdings (HSBC). Actualmente es presidente ejecutivo de la trasnacional española Telefónica para México y Centroamérica.
Los bonos de Carstens
Nadie duda de las prendas académicas de Agustín Carstens ni de su eficacia en su desempeño tanto en el Banco de México y la Secretaría de Hacienda –subsecretario en el gobierno de Fox; titular con Calderón–, ni de su habilidad negociadora con actores políticos, como se lo han reconocido legisladores de todos los partidos.
Muchos expertos inclusive lo señalan como el secretario de Hacienda –hoy gobernador del Banco de México– con las más altas calificaciones técnicas en la historia económica reciente del país.
Por ello mismo fue invitado por el FMI en 2003 a ser parte de su equipo, como subdirector gerente, el segundo nivel de mando del organismo, cargo que dejó en octubre de 2006, tras aceptar la invitación de Felipe Calderón para ser su secretario de Hacienda.
En realidad esa estancia en el Fondo era la segunda, pues de mediados de 1999 a finales de 2000 fue director ejecutivo del organismo, representando a México, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Venezuela y España.
Cuando fue subdirector gerente –en los periodos de Horst Köhler y Rodrigo de Rato al frente del FMI– le tocó manejar la relación del fondo con más de 70 países de los tres grupos: pobres, de ingreso medio y ricos.
En una entrevista que el reportero le hizo a Carstens en noviembre de 2006 –coordinaba el equipo económico en el periodo de transición–, dijo lo siguiente sobre su paso por el organismo.
“Para mí fue una gran educación. Trabajé con los países más pobres del mundo. Aprendí mucho. Para lo que me sirvió mi tránsito por el fondo fue volverme un economista más pragmático. He aprendido que no hay recetas únicas, que cada país debe tratar de entender cuál es su problemática, y encontrar la mejor manera posible –y aquí subrayo la palabra posible– de cómo se puede mover un país hacia adelante”. (Proceso 1569)
Pero…
Nombres emblemáticos, personajes polémicos, algunas mentes brillantes, y sobre todo mexicanos de reconocimiento internacional, no han dejado, empero, un país próspero, una economía boyante ni índices de bienestar satisfactorios.
No falta semana en que organismos internacionales (OCDE, sobre todo; pero también OIT y Cepal) y nacionales (INEGI, Coneval) hagan hincapié en lo mal que sigue el país en muchos terrenos, sobre todo el social, muy a pesar de la estabilidad macroeconómica lograda y el crecimiento reciente de la actividad productiva.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, dirigida por el mexicano José Ángel Gurría, casualmente se ha convertido –de manera involuntaria pues sus estudios implican a los 34 países miembros y México es uno de ellos– en la principal fuente de crítica de la situación actual del país.
En su documento Estudios económicos de la OCDE: México 2011, del 17 de mayo, elogia la solidez de la recuperación económica de México, que luego de una fuerte caída de 6% del Producto Interno Bruto en 2009, al año siguiente logró un crecimiento de 5.5% y espera otro de 4.4% para 2011, pero reprocha que, en prácticamente todos los indicadores económicos y sociales, el país anda mal.
Por ejemplo, en materia de empleo, si bien ha habido un aumento en el número de puestos de trabajo, son de menor calidad, con los salarios más bajos y se concentran en la informalidad, según la OCDE en su más reciente estudio económico sobre México, del 17 de mayo.
También se destaca que dentro del organismo México sigue siendo el más débil en recaudación tributaria; un tercio de sus ingresos son volátiles e inciertos, pues provienen del petróleo.
Hasta ahora, según la OCDE, ningún gobierno ha podido –otros no han querido– enderezar el sistema fiscal. Las tasas cero, las exenciones y las tasas reducidas en IVA, así como regímenes especiales en ISR “complican el sistema impositivo, dejando un margen amplio para la planeación fiscal e incluso la evasión. Se pierde casi 2% del PIB por los tratamientos especiales en el IVA”.
Señala el organismo que “México gasta montos significativos en subsidios a la energía en renglones como electricidad, gasolina, diesel y gas LP que, en conjunto, sumaron más de 1.5% del PIB en promedio por año entre 2005 y 2009”. Por ejemplo, el PIB nominal de 2009 fue –según el INEGI– de 11 billones 823 mil millones de pesos. El 1.5% significa 177 mil 345 millones de pesos.
“Los subsidios a la energía son ineficientes como mecanismo para reducir la pobreza, ya que en gran parte es absorbida por los grupos de mayores ingresos”.
En México, como en pocos países, el trabajo informal es abultado, hecho que es “a la vez síntoma y causa de la baja productividad”.
Los anteriores son indicadores de que, a consideración de la OCDE, el país anda mal, y en los que ya en otros estudios ha enfatizado. Pero donde verdaderamente el país está peor, según el organismo, es en materia de competencia, en prácticamente todos los ámbitos: transporte aéreo, transporte foráneo de pasajeros, banca al menudeo, sector farmacéutico, pero sobre todo en telecomunicaciones.
Finalmente, lo más preocupante –dice la OCDE– es el poco avance en materia de desigualdad social. En los últimos 10 años se ha concentrado más la riqueza. De hecho, dice, el gran problema de México es que “la desigualdad sigue siendo alta; los niveles de bienestar de la población están lejos de la media de la organización”. ¡AMLO 2012!
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