De un recorrido de miles de kilómetros, de miles de testimonios, del dolor recrudecido por la injusticia, y de muchas, muchas lágrimas derramadas al recordar, al escuchar, llegó la Caravana a Juárez y con ella la esperanza de justicia con dignidad para alcanzar la paz.
Grupos, colectivos, organizaciones y en lo personal, fueron recibidos con el abrazo del amigo, de la hermana, de las y los camaradas, de los compañeros y compañeras que representan el resto de las y los que resisten a que les roben el país y la vida.
Desde la sierra de Guerrero, las comunidades de Oaxaca, del centro y norte del país, llegaron las y los caravaneros para decir su palabra, y que su palabra se hiciera pacto.
Un pacto entre iguales, entre pares, que identifican al instante el dolor del otro y la otra por el propio dolor, que reconocen el agotamiento de los años de buscar justicia por haber recorrido el mismo camino, que no se cansan de gritar aunque en años nadie escuche, y sobre todo, de la consigna de no resignarse a no alcanzar la vida digna de la comunidad, de los hijos, las hijas y de los hijos y las hijas que el mañana que no veremos, llegarán.
La comunidad juarense, con el compromiso de la solidaridad, la alegría de recibirles y las dificultades de no contar con dinero, nos dimos a la tarea de asumir entre pocos, muchas tareas. Desde discutir y acordar los temas para las mesas y el sentido y espíritu del posicionamiento, hasta pedir prestado el sonido, las sillas y las lonas para el sol. También para identificar a las siempre manos amigas que en el anonimato, prepararon gratuitamente los cientos de burritos que alimentaran a todas y todos en abundancia, para que resistieran el intenso calor de Juárez y el más intenso de la palabra a compartir, a discutir y a consensar para que la palabra se escuchara.
No hubo profesionales en organización de eventos, todos y todas fuimos simplemente de buena voluntad, desde maestros de ceremonias, hasta los relatores y moderadores de mesa que se nombraron por los participantes o se ofrecieron de voluntarios en cada espacio de discusión. Los imprevistos tuvieron que resolverse en el momento y también, de buena voluntad, pero así mismo con el inquebrantable ánimo de recuperar la paz y la justicia.
Las y los que se asisten para tomarse la foto, platicar, comer y desde lejos ver como se trabaja, tampoco faltaron, así como no estuvo ausente el y la que desde lejos y desde arriba, creían tener la autoridad para ordenar y la calidad para mandar, aún así, todos y todas fueron bienvenidos, hospedados, alimentados y escuchados.
Fueron muchos los dolores compartidos, múltiples las injusticias reveladas, reiterante la ilegalidad en que pueblos y ciudades han estado sometidos y que no podían ser nuevamente acalladas. La palabra la tuvieron todos, pero faltó tiempo, faltó espacio, y falta vida para conocer y denunciar abusos, muerte, represión y mal gobierno.
Sin embargo, ni el calor, ni los imprevistos, impidieron que en cada mesa la palabra se escuchara, se escribiera y se compartiera. Cada mesa de trabajo con su improvisada organización y su larga experiencia en el dolor y la lucha, pudo y supo defender su exigencia y demandar su justicia. De ésta forma, los tres acuerdos de mesa se alargaron a 20, 30 o mas. Nadie se opuso, como decirle al compañero, a la hermana que su dolor no cabe, que su injusticia no cuenta.
Así se llenaron hojas y hojas con el dolor de la injusticia y el coraje de la represión y la palabra no escuchada.
Las y los relatores hicieron esfuerzos grandes para resumir los acuerdos y presentarlos en la plenaria. Era un trabajo de días, sin embargo, en el espíritu de la esperanza, las y los relatores, (en su mayoría jóvenes de la caravana) hicieron un buen papel y trabajaron en el resumen para la plenaria.
Luego llegó otra indicación, resumir lo resumido a un párrafo o dos, la presión era mucha, el tiempo poco, las habilidades escasas, pero mucho el compromiso y se hizo el esfuerzo en el entendido de que, lo resumido reflejaría sólo en forma general las demandas, pero que se publicarían en breve los resolutivos de cada mesa y que ese documento amplio forma parte del Pacto Ciudadano firmado en Juárez.
La esperanza de un pacto ciudadano y una marcha del consuelo es la vía para que los dolores no se repitan y la justicia llegue, eso es el pacto entre iguales, entre pueblos, entre ciudadanos, entre comunidades.
Nadie puede decir hoy que los kilómetros recorridos, las lágrimas y las palabras vertidas construyeron otra cosa, pero no pacto.
La gente del norte brava como un león herido y dulce como una canción defendió la construcción del pacto, trabajó y estuvo siempre pendiente y alerta de que la voz de quién dejó familia y trabajo por muchos días para llegar a Juárez, hablara y su palabra quedara en el pacto. Era nuestro compromiso y lo cumplimos.
Hoy el espíritu del Movimiento por la Paz navega para entender y entenderse en un pacto entre iguales o distintos, de abajo o del norte o del centro.
Queremos, luchamos y oramos por que se entienda que el movimiento no es de alguien porque es de todos, de los que llegaron y los que llegarán, no es del centro, ni sólo de abajo, todos pueden caber si se respeta la palabra y con ella los dolores que no tienen escala que los mida, porque los dolores no se valoran como mas o como menos, como especiales o comunes, es uno profundo, indescriptible y eterno.
La justicia como principio, como derecho y como bálsamo de alivio para los dolores, es la meta a la cuál todos queremos llegar, porque sabemos que sólo a partir de ahí, comienza la paz y la vida digna.
Que la unidad nos convenza, que la inclusión nos guíe y que la sabiduría de reconocernos iguales, sea la brújula que guíe el Movimiento por la Paz y que el respeto a la verdad, que es el dolor y la palabra del hermano y la hermana, le permita al Pacto, vida larga.
Elizabeth Flores
CENTRO DE PASTORAL OBRERA DE CD. JUAREZ, AC
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¡AMLO 2012!
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