El horrendo impacto de Wal-Mart sobre las vidas de cientos de millones de personas
David Moberg
Alternet
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Wal-Mart proyecta una sombra global sobre las vidas de cientos de millones de personas, entren o no a un híper-mercado. Con 405.000 millones de dólares en ventas en el último año fiscal, Wal-Mart es tan grande, y tan obsesivamente centrado en la reducción de costes, que sus acciones influyen en nuestro paisaje, trabajo, distribución de ingresos, modelos de consumo, transporte y comunicación, política y cultura, y la organización de industrias desde el comercio minorista hasta la manufactura, de California a China.
Sin embargo otros caminos son posibles, y la compañía no tendría tanta influencia si el mundo no hubiera cambiado para posibilitar su crecimiento similar a una metástasis. Si los sindicatos hubieran sido más fuertes, especialmente en el Sur, y más dedicados a organizar el creciente sector de los servicios, es posible que Wal-Mart no se hubiera convertido en un obstáculo semejante a la renovación laboral. Si no se hubiera limitado el control antimonopolista, Wal-Mart jamás habría crecido al tamaño que tiene. No habría semejantes mega-mercados si los gobiernos estatales no hubieran revocado las leyes de comercio justo de la era de la Depresión. Y el ímpetu dado por Wal-Mart a la fabricación de productos de consumo estadounidense a China dependió de un fundamente político y tecnológico previamente establecido de globalización favorable a las corporaciones.
Sería un error afirmar que Wal-Mart sigue simplemente la nueva lógica de la competencia en el comercio minorista, porque Wal-Mart refuerza todas las dimensiones de este clima empresarial emergente. Como señala Jennifer Stapleton, directora asistente del proyecto de Trabajadores Unidos de Alimentos y Comercio, “Making Change at Walmart” [Cambiando Wal-Mart: “Ellos fijan las reglas”.
Consideremos a Ana Sánchez, inmigrante de 45 años al sur de California desde México: Wal-Mart no la emplea, pero en cierto sentido es su jefe. Sánchez trabajó dos años en una agencia de trabajo temporario que suministraba personal para un gran almacén en California. Trataba de pagar la universidad para sus tres hijos en Oaxaca, México, con una paga que comenzó a 6,75 dólares por hora, y luego subió a 8 dólares, sin prestaciones. Recuperaba cartones, colocaba etiquetas sobre los productos, luego envolvía en plástico las paletas para embarcarlas. Sobre todo, enviaba vestimenta hecha en China a Wal-Mart.
El trabajo era duro, rápido, y estresante, con “presión constante”, dice. “Si me mataba haciendo 2.000 etiquetas al día, al día siguiente, me daban 200 más. Aumentaban constantemente la cuota. Era muy peligroso. Y con cada pedido de Wal-Mart, los supervisores decían que era urgente que lo cumpliéramos. Los ejecutivos se quejaban de que la compañía los presionaba considerablemente.”
Al apresurarse a cubrir una paleta en abril de 2009, Sánchez se cayó y se hirió. A pesar de un historial de trabajo impecable, la agencia la despidió, supuestamente por un error de papeleo, pero más probablemente –cree– porque se hirió. Incapaz de encontrar otro trabajo, vive en una pequeñísima habitación en la casa de un primo, haciendo tamales para venderlos y buscando trabajo. “No quiero volver a México destruida y fracasada”, dice.
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