Nos mataron al Feroz
El Feroz daba clase de literatura en la UAS. Pero él no enseñaba literatura; la compartía.
2011-04-30•Antesala
Álvaro Rendón, alias El Feroz (1948-2011). Foto: Especial
Los escritores que visitamos Culiacán disfrutábamos por sobre todas las cosas la compañía del Feroz. Era, en el sentido más puro de la palabra, un lector. Devoraba los libros de tal manera, que de ahí le vino el nombre por el que todos lo conocíamos.
Bebiendo una Pacífico tras otra, explorábamos el alma de las novelas, de la vida a través de las novelas, sin que viniese a importunarnos alguna cita de algún teórico francés. Fuera quedaba cualquier pretención de intelectual, pues en el fondo, toda gran obra era una novela del corazón.
¿Era auténtico el amor de Svidrigáilov por la hermana de Raskólnikov? ¿Cómo podríamos haber salvado a Anna Karenina del suicidio? ¿De verdad Juntacadáveres era un desalmado? ¿Te habrías enamorado de Emma Bovary?
Y llegaba otra ronda de Pacíficos, y más entrada la noche hablábamos de Bajo el volcán.
El Feroz daba clase de literatura en la UAS. Pero él no enseñaba literatura; la compartía.
No deseaba que lo promovieran, que lo hicieran jefe del departamento o director de la facultad. Dios nos libre. Él era hombre de libros, no de andar administrando cosas, así le pagaran el doble o el triple.
Y en los últimos años, junto con amigos como Élmer Mendoza y Elizabeth Moreno, había transformado la imagen de Culiacán. Todos los escritores queríamos ir a Sinaloa por una razón muy sencilla: había lectores, muchos lectores.
Pero el Feroz cometió una falta que en estos tiempos se castiga con la muerte: transitar por carretera.
Unos hombres sin ideas borraron de un gatillazo las obras completas de Faulkner, todo Onetti, Fuentes hasta Instinto de Inez, Conrad, tres antologías de Chéjov, Don Quijote y medio Siglo de Oro, un montón de clásicos, buena parte de la literatura contemporánea mexicana, la mitad de la novela que estaba leyendo este sábado, en fin, miles de libros, millones de palabras, incontables conversaciones, sueños, interpretaciones, dudas y versos.
No sé a quién le dedicó su último pensamiento. ¿A Pedro Páramo? ¿Gregorio Samsa? ¿Artemio Cruz?
Seguro no pensó en sí mismo porque la novela de un hombre al que asesinan mientras circula por carretera es poco apasionante, una vulgaridad de nuestros tiempos. Nada saben los sicarios de poesía.
El Feroz se nos fue mientras un hombre cínico en Los Pinos se reía y se echaba una gran comilona y varios tragos y le susurraba a uno de sus allegados: Me importaba ser presidente; lo demás me vale madres.
Ciertos regímenes odiosos han destruido libros; el nuestro destruye lectores.
La última vez que vi al Feroz, hablamos de Isaac Babel, sobre una mujer que junto al cadáver de su padre habla con un soldado enemigo: “Dígame usted, ¿dónde voy a encontrar a otro padre como ese?”
¿Y dónde, mi querido Feroz, vamos a encontrar otro lector como tú?
David Toscana • dtoscana@gmail.com
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