Revela libro que 3 presidentes mexicanos sirvieron a la CIA
El Universal | 21-03-2011 | 00:48
Distrito Federal— Bajo el sello Taurus aparecerá esta semana en librerías “Nuestro hombre en México”, biografía de Winston Scott, que fuera jefe de la CIA en México a finales de los 50 a comienzos de los 60, y que tenía como agentes pagados a López Mateos, Díaz Ordaz y Echeverría, entre otros. Con permiso de la editorial, El Universal publicó ayer un adelanto.
‘Un yanqui en la cima del poder en México’
El momento exacto en que llegó Win a la cima del mando del poder mexicano puede señalarse con cierta precisión. Anne Goodpasture, por supuesto, puso los detalles. Ocurrió un domingo por la mañana, en agosto de 1958. El embajador Hill escoltó a Win a un desayuno con un amigo mexicano. El anfitrión era un confidente del presidente a punto de terminar su mandato, Miguel Alemán, y del presidente entrante, Adolfo López Mateos. Este último, que tomaría el poder en diciembre de 1958, tenía curiosidad por conocer al hombre que el embajador Hill presentó como su “experto en comunismo”. Win habló con autoridad. “Era un hombre de aspecto distinguido con el cabello casi blanco”, recordó un asistente de Hill. “Era fornido pero no rígido. Tenía un aspecto sano. Se sabía desenvolver. Inspiraba respeto.”
De ese desayuno veraniego surgiría la operación conocida como LITEMPO, una red de agentes pagados y colaboradores dentro y en torno a la oficina presidencial, que resultó uno de los mayores logros profesionales de Win. El nombre clave falseaba un poco la importancia de la operación. LI era un dígrafo utilizado para referirse a las operaciones mexicanas. TEMPO sugería nociones de estructura y ritmo que no eran inapropiadas para orquestar una amistad política y una alianza nacional. El programa se originó como “una relación productiva y efectiva entre la CIA y selectos funcionarios de México”, escribió Goodpasture en su historia de la estación. Pronto germinó en un entendimiento político por excelencia. Los agentes LITEMPTO de Win, dijo ella, proporcionaron “un canal extraoficial para el intercambio de información política relevante que cada gobierno quería que el otro recibiera, pero no mediante intercambios protocolarios públicos”.
El nuevo presidente, Adolfo López Mateos, no necesitaba un alias LITEMPO porque ya era un agente, conocido como LITENSOR. Era un ingenioso y bien parecido político que se dio a conocer como secretario del Trabajo. Era paciente, se sentía cómodo con el consenso y orden que valoraba el sistema político mexicano unipartidista. “La libertad es fructífera sólo cuando viene acompañada del orden”, declaró en su discurso de toma de posesión. Describió su gobierno como en “la extrema izquierda dentro de la Constitución”, una fórmula cuidadosamente calibrada que ofendió profundamente a Allen Dulles (director de la CIA). López Mateos comulgaba con los ideales igualitarios de la Revolución, así fuera sólo retóricamente. Disfrutaba de las prestaciones de la presidencia con hazañas amorosas muy admiradas que incluían largos viajes en el extranjero. Cuando estaba fuera del país pedía a Gustavo Díaz Ordaz, su secretario de Gobernación, que se encargara de todo.
Para la primavera de 1960, Win había formalizado sus acuerdos con López Mateos y Díaz Ordaz.
Win escogió a uno de sus mejores amigos, un confiable hombre del FBI que trabajaba en el equipo legal de la embajada llamado George Munro, para manejar los detalles de su relación secreta. Munro era un desenvuelto californiano con el cerebro de un ingeniero y los cojones de un ladrón. Se había graduado de la Universidad de Pomona a los dieciséis años y de la Facultad de Leyes de Stanford a los veintiuno. Gracias a su padre millonario, él era independientemente adinerado. Como Win, se había sumado al FBI antes de la guerra, lo enviaron a Latinoamérica y pidió licencia para trabajar en la OSS. Después de la guerra, volvió al buró. Trabajó como agregado legal asistente en la embajada por más de una década, así que se sabía mover por la capital mexicana, desde los salones más distinguidos hasta los mercados negros donde los ladrones vendían sus bienes. Ante la perspectiva de que lo reasignaran a San Francisco, Munro renunció al FBI un viernes. Win lo contrató al lunes siguiente.
Por el lado mexicano Díaz Ordaz, abogado hogareño con una impresionante ética laboral, eligió a uno de sus sobrinos, un distribuidor de autos llamado Emilio Bolaños, para que fuera su contacto con los norteamericanos. Munro y Bolaños se volvieron amigos. En los comunicados de la CIA, Munro fue identificado como “Jeremy K. Benadum”, y Bolaños, como LITEMPO-1. En ese momento, el presupuesto anual de LITEMPO que sumaba 55 mil 353 dólares mantenía a cuatro empleados y un equipo de vigilancia de cinco hombres, además de dinero para las “andanzas” de Munro y estipendios para los agentes. Anne Goodpasture se burlaba de Munro y Bolaños, pensando que no tenían la menor idea de cómo obtener inteligencia positiva útil, es decir, información específica sobre los planes y políticas de los gobiernos mexicano y cubano. Pero su opinión muy profesional no importaba. A Win le agradaba el estilo vaquero de Munro y sus resultados prácticos.
La cercanía de Win con López Mateos y Díaz Ordaz fue legendaria dentro de la agencia. Philip Agee, el futuro desertor de la CIA que entonces era un funcionario en la división del hemisferio occidental, escuchó que Win había comprado un auto para una novia de Díaz Ordaz. Cuando López Mateos se enteró, insistió en que Win también le comprara uno para su novia. Y así lo hizo. No se sabe cuánto dinero dio Win a López Mateos y Díaz Ordaz. Al menos un alto jerarca de la CIA pensó que demasiado. En una revisión del programa LITEMPO pocos años despueìs, John Whitten, el jefe del despacho mexicano, se lamentó que “a los agentes se les paga mucho y sus actividades no se reportan adecuadamente”.
Anne Goodpasture pensó que López Mateos era codicioso. Objetó el arreglo de Win en el que le daba al presidente 400 dólares al mes con la expectativa de que se los pasara a otro agente de LITEMPO. El dinero “bien se pudo haber ido al bolsillo presidencial”, escribió en un reporte clasificado de la agencia, agregando que el pago “era adicional al pago mensual de (cantidad en dólares borrada) a LITEMPO-1 como informante auxiliar de la estación”.
Pero cualquiera que fuese el costo de LITEMPO, Win consideraba que el gasto valía la pena. Sin duda Win necesitaba la Operación LITEMPO para cumplir con las expectativas de Washington en el uso de Meìxico para combatir la nueva amenaza en Cuba(...).
Cuba de pronto fue un enorme problema político para los Estados Unidos en México. La victoria de Castro causó admiración en las calles de México e inquietó a los amigos de Win en los niveles superiores del gobierno. El derrocamiento de un autócrata corrupto en manos de una vanguardia revolucionaria era casi una revelación religiosa para muchos mexicanos. Las imágenes noticiosas de jóvenes rebeldes barbados forjando un nuevo orden político en la isla, dijo un historiador, “hicieron que mexicanos de la misma edad se sintieran incómodos con su vieja y enmohecida revolución”. México parecía revitalizado con el ejemplo de Castro.
El amigo americano
Jefferson Morley, autor de “Nuestro hombre en México”, dice en entrevista que la presencia de Winston Scott “significa que el poder de Estados Unidos en México era clandestino y represivo, ayudábamos al monopolio del PRI”.
Era habitual verlo en Los Pinos, en donde a comienzos de los años 70 Winston Scott solía desayunar los domingos con el presidente Adolfo López Mateos. Fue también cercano a quienes gobernarían el país en los dos sexenios siguientes, Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez. La relación no sólo era de amistad, pues Scott incorporó a estos y a otros altos funcionarios mexicanos en una nómina de agentes pagados por la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por su siglas en inglés), de una operación conocida como LITEMPO, dedicada sobre todo a monitorear y, a la vez, impedir el avance comunista.
“Sólo los presidentes López Mateos y Díaz Ordaz tenían más poder que Scott”, dice en entrevista Jefferson Morley, autor de “Nuestro hombre en México”, “pero el poder del jefe de la CIA fue por un periodo más extenso”.
Para José Luis Piñeyro, experto en temas de seguridad nacional, el personaje Winston Scott “refleja en gran parte la mentalidad anticomunista de la época de la Guerra Fría, y es un ejemplo de cómo los gobiernos mexicanos seguían este doble juego de una política exterior independiente, incluso tercermundista, y por otro lado de colaboración estrecha con Estados Unidos en contra de aquellos movimientos, partidos o sindicatos de orientación comunista, socialista o antisistémica. Se muestra así la doble cara del Estado mexicano”.
Otro especialista en temas de seguridad, Raúl Benítez Manaut, pide no exagerar la influencia que pudo tener Scott en los altos círculos del poder. “Minusvaluarlo no es correcto, porque ciertamente tenía poder. Ahora, decir que era el que mangoneaba los hilos del poder en México es una exageración. Las élites políticas en la época del PRI, sobre todo en esta etapa de apogeo, no necesitaban que nadie les anduviera diciendo qué hacer, eran lo suficientemente capaces para controlar el país, como para necesitar consejos de los americanos. Más bien la cercanía de Scott con los presidentes, los secretarios de Gobernación, los jefes de la Dirección Federal de Seguridad o los militares, era para tener información de inteligencia de primera mano y para que México les hiciera ciertos trabajos de inteligencia, en este caso básicamente sobre Cuba y sobre dirigentes latinoamericanos de izquierda que pasaban por México”, dice.
“¿Ah, Chihuahua,
quién es ese?”
Una anécdota, extraída del libro de Morley, refleja el modo como Winston Scott entendía a México. En el verano de 1968 uno de sus hijastros, Gregory Leddy, choca su auto por la madrugada en Paseo de la Reforma y va a dar a la delegación de policía; al poco tiempo aparece Win en su enorme Mercury negro con placas rojas diplomáticas de las Olimpiadas. Contaría más tarde el propio Gregory: “Los policías mexicanos ven a este hombre y comienzan a pensar en su posición. ¿Ah, Chihuahua, quién es ese? Scottie entrega al primer policía que ve un billete de cien pesos. Da al segundo policía otro billete de cien pesos. Me pregunta si estoy bien. ¿El auto está bien? Digo que estoy bien y que sólo hay que pagarle al jefe. (…) Deambuló por la sala, estrechó la mano de todos y a todos les dio un billete de cien pesos. Al jefe le dio como cuatrocientos. Luego miró alrededor y preguntó: ‘¿Todos contentos?’ Ese era Scottie en su mejor momento, el estadounidense que podía hacer cualquier cosa”.
Si la influencia de Winston Scott en el poder político mexicano puede calibrarse de modo distinto, según la óptica con que se le mire, sin duda puede decirse que era entonces el verdadero embajador de Estados Unidos.
Dice Morley: “Para nosotros la presencia de Scott significa que el poder de Estados Unidos en México era clandestino y represivo, ayudábamos al monopolio del PRI. Scott murió en el 71, pero el sistema de colaboración que él fundó sobrevivió a las años 70 y después. ¿Cómo deben verlo los mexicanos? No estoy seguro. No soy mexicano. A mí la dependencia, la íntima colaboración y la amistad de presidentes y secretarios me parecen increíbles, es como la relación de Mubarak y la CIA hoy… o ayer”.
—Scott registra el paso de Lee Harvey Oswald por México poco antes del asesinato de Kennedy, ¿no es ingenuo pensar que no estuviera informado si se trataba de un agente estadounidense “vestido” de comunista, que es una de las hipótesis del crimen?
—Sabemos de una red en la CIA que conocía bien a este hombre antes del asesinato de JFK(John F. Kennedy). Sabían su nombre, su biografía, sus actividades izquierdistas, sus viajes… Estos hombres de la CIA observaron a Oswald muy de cerca. Scott era miembro de este pequeño grupo, aunque probablemente sabía menos que los otros. ¿Por qué? Los que observaban a Oswald en octubre de 1963 no le dijeron a Scott la historia completa. Su amigo James Angleton, número tres de la CIA, conocía mucho más de Oswald. Así es como trabaja la CIA: secretos entre amigos.
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