1 de enero de 2011

PROCESO: WIKILEAKS Un “tsunami informativo” Jenaro Villamil

Un “tsunami informativo”
Jenaro Villamil

Fascinación e interés mundiales produjeron este año las espectaculares y bien sincronizadas filtraciones del sitio de internet WikiLeaks.

En abril de 2010 se conoció un video grabado en 2007 donde se ve a soldados estadunidenses asesinar al reportero Namir Noor Eldeen, de la agencia Reuters, y a 10 personas más en Irak; el 25 de julio se divulgaron 92 mil documentos sobre la guerra de Afganistán entre 2004 y 2009; el 22 de octubre se realizó “la mayor filtración de información clasificada en la historia” –como la llamó la BBC– con 391 mil 831 documentos del Pentágono en torno a la guerra de Irak (Irak War Logs) y el 28 de noviembre se difundió parte de los 251 mil 187 cables secretos que enviaron las embajadas estadunidenses al Departamento de Estado (el llamado Cablegate).

A pesar de que hasta ahora sólo se conoce de 3 a 4% de estos últimos documentos –según declaró Julian Assange a la televisora Al Jazeera–, es claro que con esta fuga de información WikiLeaks se convirtió en el tema central de todas las redacciones y en un verdadero dolor de cabeza para el gobierno de Barack Obama, en especial para su secretaria de Estado, Hillary Clinton. La visión que tiene del mundo el gran imperio quedó desnuda y fue reproducida en todos los medios.

“Un término en sí mismo”



La fascinación por WikiLeaks es creciente. En menos de tres meses ese nombre ha tenido 102 millones de menciones en el buscador de Google. El Global Language Monitor, organismo estadunidense que vigila y clasifica el uso de las palabras inglesas en el mundo, estableció hace unas semanas que el vocablo wikileaks “ha cumplido con los criterios de alcance, profundidad y palabra para ser considerado un término en sí mismo”.

El fundador del sitio, Julian Assange, detenido el 7 de diciembre pasado, se convirtió en un personaje digno de una novela de Stieg Larsson: mezcla de hacker vengador, activista y sex symbol posmoderno.

El tsunami informativo generado por WikiLeaks es explicable. Sus filtraciones actualizaron dos de las grandes obsesiones de la era de la información, de su tecnología y de las redes sociales de internet: la develación de los secretos del poder y los límites a la intimidad.

Nadie ha dicho si lo expresado en los cables divulgados constituye “la verdad” de los hechos, pero ni siquiera el Departamento de Estado se atreve a negar la autenticidad de este intercambio de opiniones, espionaje y chismografía con el que se entreteje la política exterior de Estados Unidos.

La filtración no acreditó la veracidad, sino principalmente la vulnerabilidad de los “secretos” estadunidenses (primero los del Pentágono y luego los del Departamento de Estado). El Cablegate tiene muchos ingredientes de talk-show: el chisme y las infidencias propias de estos programas de la neotelevisión. Con sentido común extremo, Lula afirmó que el problema no es WikiLeaks, sino el Departamento de Estado, que permite e incluso pide que circule ese tipo de correspondencia oficial entre los embajadores de la máxima potencia mundial.

Más allá de las impresiones y deducciones de los diplomáticos estadunidenses, los cables también documentan el engaño sistemático en que los gobiernos occidentales, con la venia de Estados Unidos o sin ella, mantienen a sus ciudadanos, como dijo Javier Moreno, director de El País, uno de los cinco grandes periódicos que publicaron el contenido de los cables:

“El interés global concitado por los papeles de WikiLeaks se explica principalmente por una razón muy simple, pero al mismo tiempo muy poderosa: porque revelan de forma exhaustiva, como seguramente no había sucedido jamás, hasta qué grado las clases políticas en las democracias avanzadas de Occidente han estado engañando a sus ciudadanos” (El País, 19 de diciembre de 2010, página 6).

Otro ángulo de interés es la confirmación de que WikiLeaks forma parte de una tendencia iniciada desde mediados de esta década con Facebook, Twitter, YouTube, Weblog y otros sitios interactivos, que a la vez inauguran una nueva etapa y cierran un ciclo.

Lejos de suplantar el periodismo tradicional de medios impresos o electrónicos, WikiLeaks lo potencia. Nunca como ahora se reclama una auténtica labor de ensamblaje, de contexto y de mayor investigación sobre todas y cada una de las pistas que aportó este año el sitio de leak (fuga, goteo, filtración).

Esta es la labor pendiente, sostienen tanto los escépticos como los seguidores del fenómeno. Por otra parte, se cierra la era del Watergate y los “papeles del Pentágono” divulgados en 1971 por Daniel Elisberg –ahora firme defensor de WikiLeaks–; es decir, termina la época del escándalo político generado por la información documental y oral que depende de una “garganta profunda” o de fuentes personales y confidenciales que compartían los secretos y la intimidad del poder. Es la hora de la divulgación masiva de documentos que merecen relectura y cotejo de datos.

WikiLeaks y las variables que se crearán a partir de ahora no suplantan la labor periodística pero sí la facilitan y aportan muchas pistas. Incluso pueden ser generadoras de contrainformación. No borrarán la frivolidad predominante en las redes sociales más consultadas, como Facebook y sus 500 millones de usuarios en todo el mundo, pero abren nuevas posibilidades de autogestión informativa.

“Big Brother” al revés



El semiólogo italiano Umberto Eco afirmó hace dos semanas que lo sucedido con WikiLeaks es la contraparte del Big Brother orwelliano: así como los ciudadanos se han sentido vulnerables ante el poder invasor, ahora éste queda desnudo ante la propia incapacidad de guardar sus secretos.

“Ahora que se ha demostrado que ni siquiera las criptas de los secretos del poder pueden escapar al control de un hacker, la relación de control deja de ser unidireccional y se convierte en circular. El poder controla a cada ciudadano, pero cada ciudadano, al menos el hacker –elegido como vengador del ciudadano–, puede conocer todos los secretos del poder”, advierte Eco.

Y elabora una síntesis de su tesis sobre la tecnología y la modernidad: “Yo había tenido ocasión de escribir antes que la tecnología avanza como un cangrejo, es decir, hacia atrás. Un siglo después que el telégrafo sin hilos revolucionara las comunicaciones, internet ha restablecido un telégrafo con hilos (telefónicos)… No tiene pues nada de sorprendente que la política y las técnicas de comunicación vuelvan a los viejos carruajes”.

¿Esto nos volverá una sociedad mejor informada, hará que el periodismo vuelva a florecer a través de las redes sociales? La pregunta está en el aire. Parafraseando a Umberto Eco, en este tema existen también apocalípticos e integrados, optimistas en exceso y cautelosos de la vieja guardia.

Isaac Rosa escribió en el diario catalán Público que “la web 2.0 ha dejado de ser cosa de frikis. Ahora bien, de ahí a convertirse en un poder va mucho”. Cauteloso, advirtió: “WikiLeaks se topó con la prensa tradicional y sus filtros, pero también con la persecución a Assange, nada virtual. En cuanto a las acciones tipo Anonymous, son muy llamativas pero aún hay mucha diferencia entre tumbar la web a ese gobierno, y lo mismo vale para empresas o bancos” (Público, 27 de diciembre de 2010).

No será la tecnología en sí misma la que resuelva los dilemas planteados. Tampoco serán los periodistas y menos los grandes imperios mediáticos que han sido gestores y “filtradores” de la filtración misma.

El punto está en las audiencias de las propias redes sociales, en los lectores de los periódicos que han replicado esta información y reclaman más detalles y contexto; en la deliberación que se ha provocado, de una forma mucho más vertiginosa y globalizada que las grandes transmisiones de televisión abierta.

La era de la imagen, centro del poder de la televisión, está cediendo paso a la era que recupera los viejos telegramas, divulgados de manera simultánea a través de internet, y de los audios y videos que ya no son propiedad de las cadenas televisivas, sino de los propios usuarios.

WikiLeaks, en buena medida, obligará a una alfabetización informática y a una recuperación de los métodos periodísticos tradicionales, con el agregado importante de la convergencia o el triple play.

Censura y contracensura en internet



El desafío planteado por WikiLeaks también abre las compuertas para la creación de nuevos modelos de censura y autocensura en internet, pero también de antídotos.

Lo más sintomático frente al tsunami informativo ha sido la pretensión del gobierno de Estados Unidos –y del establishment financiero que se siente amenazado– de frenar con persecución judicial y con la acción coercitiva en internet un modelo que por definición es horizontal, autogestivo y fuera de los modelos de control tradicionales.

La gestión del escándalo ha sido torpe y ha arrasado el prestigio de algunos sitios que decidieron cerrar el acceso a las cuentas de WikiLeaks, como PayPal y Amazon. Frente a estos hechos Assange ha señalado: “Nuestra principal defensa no es la ley, sino la tecnología”. Y en este punto está lo más atrayente del tsunami informativo: ¿cómo frenar o censurar un modelo basado justamente en su capacidad de reinvención?

Frente a 2011, el simple anuncio de que la siguiente ola de filtraciones de WikiLeaks está relacionada con una gran institución financiera estadunidense ha puesto a remojar las barbas del Bank of America, Citigroup y otros protagonistas de la crisis global detonada en septiembre de 2008 con la quiebra de Lehman Brothers.

¡AMLO 2012!

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