15 de diciembre de 2010

La estirpe del dragón Por: Luis K’Fong

La estirpe del dragón
Por: Luis K’Fong
 
“…Cuando la madre volvió a su lado, en el lecho de su hijo no había cosa viviente, fuera de gusanos.

“Ling Tan, al saberlo, suspiró y dijo a su esposa:
 
“—Estoy seguro de que ese muchacho no hubiera sido cosa de provecho y que hubiera acabado haciéndose bandido y robándonos como ellos nos roban; pero, sin embargo, ¿Por qué habría de haber muerto mientras otros, que son peores viven? Tenía derecho a vivir y el enemigo le ha quitado la vida, y por eso cada día siento más odio contra los enemigos que han traído la guerra a gente buena como nosotros. Tanto odio tengo que juro que no podré soportarlo si no lo quito de encima de alguna manera.”

Lo leí y no daba crédito a mi capacidad interpretativa:
 
¡Al fin! ¿un pariente de una de las innumerables víctimas de esta guerra sin sentido, reaccionaba?

¿Alguien cuestionaba no sólo la justicia divina, como suele hacerse cada vez que pierde uno a un pariente, sino a la oficiosa que suprime jóvenes con el pretexto de que en el futuro se volverán bandidos?
 
A este Ling Tan no le gusta —me dije— que los muchachos terminen tan mal, pero de ahí a que se tenga que suprimirlos, habiendo otros que son peores —y aquí me puse a pensar: ¿se referirá a los grandes delincuentes, a los capos, corruptos, defraudadores, expropiadores de pensiones, incapaces de generar empleo, el único bien que exuda el capitalismo para los de abajo?

Yo quiero conocer a ese tal Ling Tan. Me alegraba —si es que cabe alegrarse en estas tremendas circunstancias—, en otro hogar, en otro punto de la geografía de la muerte continua había alguien que pensaba como nosotros. ¿Cuántos más habrá? Me animaba —si es que cabe animarse en estas tremendas circunstancias—: ¿y si somos muchos así, pero no pesamos porque cada uno refunfuña por su lado, en lugar de juntar todas las gotas en un solo torrente?

Tengo que conocer a Ling Tan, hablarle, juntar nuestras desesperaciones.
 
Entonces llamé a la honorable colonia china. Me dijeron que no, que a Chihuahua nunca llegó nadie de los Ling ni tampoco de los Tan. Que buscara en Baja California, Coahuila, Michoacán, Tamaulipas, Guerrero o posiblemente Chiapas.

—¿Allá también llegaron numerosos chinos, como aquí?
 
—No sé —me aclaró la voz al teléfono—. Pero allá también están matando indiscriminadamente y, por lo que me cuenta, a lo mejor su Ling Tan llora algún joven de alguno de aquellos estados.

—Mmmm —lamenté el inefable humor de chino inmigrante.
 
Tengo que contactarlo.

Lo sentía en riesgo, las últimas frases me hablaban de lo que siempre me previnieron: lo malo del odio cuando se te aplica, no es tanto el daño físico que puedan causarte, sino que tarde o temprano te hacen odiar; es como contagioso.

Sentía que nosotros, los kaminantes, teníamos la fórmula para aliviarlo, para sacarle de encima el odio que amenazaba con no dejarlo vivir en paz consigo mismo; una alternativa de resistencia. Ya somos algunos, pero con Ling Tan y otros podríamos ser más, proponernos otras cosas más allá de las Kaminatas.

Sin darme cuenta, se me volvió urgencia, me sentía más presionado que Tom Hank buscando al soldado Ryan.
 
Ni hablar, me dije en un arranque. Y metí el nombre en todos los buscadores de la net, en el facebook y el twiter; publiqué avisos en cuanto blog me dejó y, al final, después de muchos homónimos que no tenían nada que ver, apareció Ling Tan.

Era un personaje de Pearl S. Buck, una escritora con premio nobel y toda la cosa, quien ni siquiera se llamaba así realmente, sino Pearl Comfort Sydenstricke, y que inventó a mi extraviada alma gemela para que protagonizara una de sus novelas que en español titularon La estirpe del dragón.

Y por supuesto que el muchacho ejecutado no es vecino del Saucito, ni los enemigos de los que habla Tan son los mismos que me traen jodido a mí, sino los habitantes de más allá del océano oriental, es decir los japoneses que en 1937 invadieron China, donde residía la autora.

Y entonces simplemente concluí: ¡Afortunado Tan!, cuando menos él podía odiar al invasor de su patria… en cambio nosotros estamos ocupados militarmente por quienes se dicen nuestros connacionales.
 



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P.Mordax

¡AMLO 2012!

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