Alcaldes ricos, municipios pobres
Martes, 07 de Diciembre de 2010 00:00
Escrito por Daniel Dueñas
A nadie debe extrañar la noticia de primera plana de este diario publicada el pasado domingo, señalando que los municipios se encuentran en bancarrota, no solo, imagino, con las tesorerías vacías, sino con fuertes deudas, fenómeno motivado por el exceso de gasto de los alcaldes golosos de bienes materiales, casotas, ranchos, camionetas, negocios de ciudad y haciendas de campo, así como la vida dedicada y alimentada a las buenas viandas, los vinos de año, los destilados importados, la frecuencia en los table dance, y uno que otro viajecito a las Vegas a echarle a la ruleta, a los dados y a las maquinitas, fajos de esos dineros que hoy faltan.
Uno de los ejemplos clásicos es la corrupción en los ámbitos de los gobiernos, ya los federales, estatales y, en este caso los municipales, de la corrupción, destacan, repito, los llevados a cabo por los presidentes municipales a lo largo y ancho de la República, no importa si estos son chicos o grandes, pobres o ricos, sus munícipes encuentran siempre la forma de allanarse dineros para sus insaciables bolsillos, así como los de sus parientes entre hermanos, cuñados, hijos y compadres, beneficiarios en la concesión de contratos para obras publicas que van desde pintar los postes del alumbrado de las calles, a la construcción de estos, a la compra de lámparas y focos, el cable que transporta el fluido eléctrico, pasando por el arreglo a las banquetas, colocación y compra de materiales para los sistemas de desagüe o de bombas, tuberías y bitoques para el servicio de agua potable, así como la compra de cloro para purificarla o metiéndole duro al relleno de baches en las calles, verdaderas trampas mortales para automóviles y transportes de pasajeros y de carga, que, en el caso de nuestra primaveral Cuernavaca, semejan los cráteres lunares, y para no salirnos de las vías públicas, que me dice de las que infinitamente se recubren en su totalidad año con año, pues así calculan las millonarias renovaciones anuales al solo emplear seis centímetros de carpeta asfáltica, ridículo espesor comparado con los treinta centímetros que se emplean, por ejemplo, en las calles alemanas.
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