Glifosato: del mito a lo escatológico
01-08-10 Por Graciela Gomez
Si por mito se entiende que es una narración imaginaria, creo que asociarlo al glifosato haría reír a carcajadas al mismo Levi-Strauss. Con más de treinta años en el mercado, sigue allí, con idas y vueltas, firmas, omisiones, connivencia de universidades, ministerios, legisladores, gobernantes y consultoras que facturan, por fuera y por dentro del Estado.
Digamos, una consultora dentro del Ministerio de Tecnología y Ciencia y otro por fuera, en manos privadas pero aliadas entre sí para perpetuar el templo al poroto que exige ser bañado con el mito-venenito mientras los países del primer mundo buscan alternativas para sacárselo de encima y hasta tal vez tirarlo al tercer mundo o mas civilizadamente países emergentes.
Da vergüenza ajena ver a médicos prestándose al circo de charlas des-informativas donde dibujan las buenas prácticas ante un espectador que sólo quiere escuchar la frase “es inocuo”, mientras detrás del telón los disertantes confiesan en voz baja, que realmente algo pasa que todos saben. Y es que el glifosato bloquea la acción protectora del ácido fólico.
Profesionales que se prestan a consultoras y a multinacionales inescrupulosas y que deberían estar haciendo como mínimo el “test de la cometa”, lo más sencillo, ya que alegan que el Estado no asigna fondos para estudios de epidemiología, y de genotoxicidad ni reconoce los que ya están hechos. Pero la cometa parece estar en el bolsillo de esta gente, donde el diablo metió la cola hace 14 años.
Dicen que “No existen agroquímicos seguros”, nadie lo niega, “Solo formas seguras de aplicarlos”, ahí viene lo gracioso: In situ, a “seguro” se lo llevó el viento, no la deriva.
“Podemos aplicar glifosato a 50 metros sin que se nos escape una gota” dijo un experto en jugar “al sapo” y debe ser el único en el mundo, que además desconoce que existe un invento en otro de los colosos productores de soja que se llama “Atrapador de Deriva” en los EEUU.
Manifiestan también que el principio precautorio “se aplica sin tener ningún criterio tecnológico o de la gente especializada”, desde el Colegio de Ingenieros Agrónomos de Santa Fe. Los jueces que aplican tal principio, seguramente no estudiaron o estos señores confunden la profesión “de interés público” con “el bien común” de la gente.
Un concepto que bien presentaba Tomás de Aquino: “A la autoridad estatal o a la misma comunidad le corresponde velar por el bien común”, y que fue incorporado en las constituciones y legislaciones de numerosos países.
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