La obsesión de los Legionarios
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EL PAÍS
12-Julio-2010
Tags Relacionados: Legionarios, seminaristas, normas
Cuentan los curas cómo el padre Maciel educaba a seminaristas; afirman que era difícil cumplir las normas
Confesión. Luego de los escándalos en la vida del padre Maciel, personas que estuvieron cerca de él comienzan a dar sus testimonios. Foto: Vanguardia-Especial
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(SEGUNDA Y ÚLTIMA PARTE)
Los responsables de los Legionarios remachan a cada paso que dan, sus miembros viven en penuria, negando así las informaciones que atribuyen a la congregación una fortuna de 25 mil millones de euros resguardados en paraísos fiscales. “La mayor parte de nuestro patrimonio son los terrenos y los inmuebles de nuestros centros educativos. Es un gran patrimonio, pero no vamos a vender”.
El control del dinero de la Legión está en manos de Álvaro Corcuera y, sobre todo, de su hombre en la sombra: el padre Luis Garza, un brillante ingeniero por Stanford perteneciente a una de las grandes familias industriales de México. Así lo confirma René Lakenau, un empresario mexicano de 57 años que preside Integer, el opaco grupo de seglares que asesora a la congregación en sus asuntos terrenales: “Somos un equipo profesional que les ayuda en la elaboración de presupuestos, contratación, recursos humanos, en temas educativos; somos el soporte de sus obras; pero en asuntos de dinero, los padres tienen el control.
El dinero se maneja de forma centralizada desde la dirección general. Ahí no entramos. El desvío de fondos del padre Maciel no pasó por mí. Los Legionarios tienen buenos amigos que les aconsejan con el dinero”,dice.
En todos los seminarios y comunidades que hemos visitado en Italia y en España sus superiores afirman invariablemente estar a dos velas. Algo que contrasta con el aspecto inmaculado de sus propiedades. Todos los edificios están situados en buenos barrios y son amplios, diáfanos y agradables; silenciosos y minimalistas; no hay una mota de polvo; los muebles son sencillos, pero de buen gusto; los suelos están pulidos como espejos, el jardín, bien segado y cultivado. A los caminos de grava no les falta una china, y en el cuarto de baño de invitados un montón de toallas blancas perfectamente dobladas aguardan para secar las manos. Sobre la piscina no flota ni una hoja y el césped del campo de fútbol parece un green de golf. En sus capillas, en penumbra, rezan seminaristas estáticos como figuras de porcelana.
El seminario de Salamanca, con 150 estudiantes y 20 formadores, recibe de la dirección general un euro por persona y día. Para completar ese presupuesto, la comunidad tiene que buscarse la vida; es la tradición: desde recaudar entre bienhechores (“al principio te da vergüenza, pero luego te acostumbras”) hasta consumir productos desechados por las grandes superficies comerciales.
En el gélido invierno salmantino la calefacción nunca funciona. Los yogures están caducados y se descansa poco. El ejercicio físico es propio de un marine. Los seminaristas juegan al futbol con la misma convicción con la que rezan. Un ex legionario de 42 años afirma que es una forma descarada de programación del individuo.
La comida que compartimos con ellos en Salamanca es sencilla e insulsa. Pobre, pero digna. Un veterano legionario incide en esa idea de exaltación heroica de la pobreza en la congregación: “Los de abajo nunca vemos un duro”.
La manía en la Legión siempre ha sido que vayas justo de dinero; vas de viaje y no te llega para el hotel. Toda la vida nos han dado menos dinero del que necesitamos y tienes que presentar un recibo de cada gasto. Eso contrasta con la vida que llevaba Maciel, al que nadie le pedía explicaciones.
Viajaba en primera, en la TWA, porque ahí coincidía con los líderes, y nos parecía normal.
Iba a los mejores hoteles y tenía un Mercedes, y nos parecía normal. Venía a Salamanca y si no le gustaba la comida encargaban un bistec a un restaurante.
Vivía a otro nivel”. Para un legionario de la generación de los ochenta, “de acuerdo, aun suponiendo que el padre Álvaro y el resto de la cúpula no supieran las peores cosas de Maciel, deberían haberse dado cuenta de que no era un modelo de vida religiosa (perdía el tiempo, le gustaba la buena vida, el confort, era despótico); y aun así consintieron en crear una imagen falsa y heroica de él (que nosotros creímos), y ahora no hacen nada por adaptarse a la intervención del Papa.
Lo que teníamos que hacer es salir al encuentro de las víctimas de la pedofilia y el abuso de poder; reconocer nuestros errores y disponernos a una refundación en serio.
–¿Su visión de las cosas está muy extendida entre sus compañeros legionarios?-
“Hay de todo. Algunos sacerdotes se están saliendo durante el verano o tomando distancia para ver si las cosas cambian con el delegado del Papa. Otros simplemente esperan. Por países, los americanos son muy críticos de cómo se han llevado las cosas y cómo nos han mentido los superiores; son muy legalistas, ven en la pedofilia un delito, como falsificar pasaportes, que merece una condena, y no entran en disquisiciones morales. En España
hay sacerdotes muy quemados, y a alguno que sabía algo de Maciel lo mandaron al exilio.
Maciel hizo que sus legionarios no tuvieran nada, no supieran nada, no ambicionaran nada, que olvidaran a sus familias (“el que mira atrás no vale”). Y que huyeran del sexo opuesto. El ex legionario sexagenario describe esa conducta: “Yo desde el principio detecté que Maciel era un hombre con un problema sexual.
Era un inmaduro. Temía al sexo. Y eso se nota en las normas que fijó. En Maciel había un rechazo a la sexualidad y, al tiempo, una sexualidad desatada. Es un caso de estudio”. Según el estricto reglamento redactado por Maciel (aún vigente), los legionarios deben salir siempre de dos en dos. Y de sotana o impecable terno cruzado negro con alzacuellos.
Es su coraza. No pueden escribir a una mujer; pasear, fotografiarla, viajar ni convivir con ella; tampoco estar a solas ni visitarla (a no ser que se esté muriendo).
Tienen prohibido asistir a espectáculos, desde encuentros deportivos hasta la ópera o el ballet; presenciar películas si son “frívolas o sensuales”. No pueden poseer libros, ni radio ni televisor. Y leer la prensa que autorice su superior (en Salamanca, La Razón). Su correo está intervenido.
El que envían y el que reciben. Para defenderse de las tentaciones de la carne, Maciel les recomendaba “el descanso, la contemplación de la naturaleza, la programación del tiempo y la huida de la ociosidad”.
Descubren a su hija
A finales de 2005, la cúpula de la Legión, capitaneada por Corcuera, Garza y Sada, descubrió que Maciel tenía una hija de 18 años. Y una mujer. Le acompañarían durante largos periodos en sus últimos años. Harían exigencias económicas y de organización de la vida del ya anciano y senil Maciel y pernoctarían en casas de retiro de la congregación.
En una de ellas, en Cotija (México), saltaría la liebre. “La chica y su madre, que pensábamos que eran sus parientes, eran su hija y su mujer”. Conmoción. Los dirigentes legionarios no se lo comunicarían a sus subordinados hasta tres años más tarde.
¿Por qué? Corcuera contesta: “Tuvimos que asimilarlo y luego explicárselo personalmente a cada uno de los sacerdotes, y se nos pasó el tiempo”. A lo largo de 2006, 2007 y 2008, los miembros del movimiento tuvieron que soportar la continua humillación del goteo de informaciones sobre los crímenes de su fundador.
Aún le defenderían contra viento y marea. Lo llevaban en la sangre y el cerebro. “Los superiores nunca nos daban toda la información; nos contaron lo de la hija cuando ya había salido en The New York Times, pero no lo de la pederastia; siempre se guardaban algo”. Con esos antecedentes, muchos legionarios se sienten estafados. La demanda legal de dos hijos de Maciel contra la congregación, a la que acusan de consentir los abusos sexuales contra ellos cuando eran menores, ha sido la última gota. Están dispuestos a que el Papa llegue hasta el final en la depuración de la congregación. Las compuertas se abrieron. Los legionarios ya hablaron.
Comer en la Ostaria Schiavi Falas de Roma junto a tres intelectuales intelectuales de la Legión, los padres Barrajón, Villagrasa y Aguilar, supone presenciar un encendido debate entre distintos modos de concebir el futuro de la orden: desde la tibieza hasta la revolución.
Charlar con las consagradas, las religiosas de la Legión, que algunos medios han descrito como “las esclavas de Maciel”; las grandes olvidadas; relegadas durante décadas a tener menos formación intelectual y teológica, menos autonomía, atribuciones, presencia, opinión y margen de maniobra que sus compañeros sacerdotes, supone también un alegato a favor de que las cosas cambien. “Esta herida no se puede cerrar en falso”, dicen.
Juan Pablo II y Marcial Maciel se vieron por última vez el 30 de noviembre de 2004. En esas mismas fechas, el entonces cardenal Ratzinger acababa de reactivar el sumario por pederastia contra el fundador de la Legión. Cuatro meses más tarde fallecía Wojtyla y Ratzinger accedía al trono de San Pedro.
La última foto de Juan Pablo II y Maciel muestra a un Papa moribundo acariciando la frente de su viejo amigo. Era una despedida. Maciel ya nunca será santo. Wojtyla, probablemente, tampoco
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