19 de julio de 2010

CINISMO GRINGO: EEUU no admite a periodistas dignos de Harvard

EEUU no admite a periodistas dignos de Harvard: "
Hollman Morris (Antonio Rull)

Hollman Morris (Antonio Rull)


Hollman Morris, el periodista colombiano más reconocido internacionalmente, llega a Gijón en medio de un huracán. Estados Unidos le ha denegado la visa para poder estudiar la beca Nieman de la Universidad Harvard, la más prestigiosa entre la profesión, por supuestos vínculos con el terrorismo, como él mismo explica. Organizaciones internacionales de periodistas, Human Rights Watch, que le concedió el Premio Defensor de Derechos Humanos del año 2007, así como universidades o la Fundación Nuevo Periodismo de Iberoamericana han puesto el grito en el cielo contra un hecho que es la continuación de la campaña de desprestigio que el gobierno de Uribe lleva años poniendo en práctica por hacer un periodismo que visibiliza a las víctimas de todos los bandos, de las guerrillas, pero también de los paramilitares, de los parapolíticos, del Ejército y del Estado. Ahora, el embajador estadounidense en Colombia ha respaldado su decisión en el Acta Patriótica, la ley que el gobierno de Bush promulgó en 2001 para ampliar la capacidad del control del Estado para combatir el terrorismo. En Colombia ser un buen periodista o un defensor de Derechos Humanos ha sido tildado por el gobierno uribista de aliados del terrorismo en más de una ocasión, una práctica que en Colombia se conoce como señalamiento y que supone la inmediata puesta en la mirilla de los grupos militares de extrema derecha.


Sin embargo, Hollman Morris se sube al estrado, mira por última vez el teléfono al que vive encadenado, y empieza a hablar sobre “el segundo drama humanitario en el mundo. Colombia. Cuatro millones de refugiados internos, desaparecidos, 25 millones de pobres y 7 millones en la miseria extrema (…) Esa es la realidad que yo tengo en frente. Pero además con otro ingrediente. Ni mis abuelos, ni mis padres, ni mis hijos ni yo hemos conocido un sólo día de paz en nuestras vidas. Y desde esa situación hago periodismo”. Morris lleva años viviendo un infierno por ejercer un periodismo independiente, pero no empieza hablando de él, sino del por qué de su férreo compromiso con la profesión.


Hollman Morris, a sus cuarenta años tiene un currículum que demuestra una asombrosa capacidad de trabajo. En la década de los noventa, en la que se dedicó a seguir el crecimiento y consolidación del fenómenos paramilitar, colaboró con numerosos medios y fue fundador y editor de la sección Paz y Derechos Humanos del diario El Espectador. Pero es a principios de esta década cuando crea Contravía, buque insignia del periodismo de calidad colombiano que se ha convertido en referente latinoamericano y objeto de estudio en las universidades de este continente. “A los periodistas se nos olvida escuchar. Sobre todo, a los más humildes, a los que no han ido a la escuela y que no saben la importancia de lo que están diciendo ante una cámara. Ser un buen periodista supone llegar a una comunidad y decir ‘buenos días’. Así de sencillo. `¿Podemos hablar, me permite entrar en su comunidad?’. La gente tiene derecho a saber para qué estamos ahí, para qué vamos a encender una cámara, que puede ser la primera que vean en su vida. Y después está el respeto por la gente. Si no respetamos al que tenemos en frente, no serán buenos periodistas muchachos”. Hollman Morris repite una y otra vez que “mi compromiso como periodista en esa realidad es un compromiso ético y moral con las víctimas de ese conflicto”. Morris sabe manejar la pedagogía. De hecho, el equipo de Contravía, en el que también trabajan su hermano y su mujer entre otros, se ha autoimpuesto de dar semanalmente una clase en distintas universidades, no sólo de periodismo.


“Hemos descubierto que es muy díficil contar el conflicto colombiano en una crónica de 40 segundos o en media cuartilla. Ese es el estándar mundial. ¡Para sus tres mierdas el estándar mundial! Porque estoy tratando con personas, y ese indígena no habla rápido y ni tiene por qué hacerlo porque soy yo y mi estándar mundial!”. Así es cómo Hollman Morris se empeña en crear un programa de reportajes en televisión en los que pueda explicar el conflicto. “Nos plantemamos que había que cambiar el formato. Las notas de cuarenta segundos sólo alimentan la confusión –porque no cabe el contexto–, la impunidad –porque no se sabe quiénes son los victimarios y quiénes las víctimas– y la invisibilidad –porque estas notas se hacen como salchichas–. Para nosotros las masacres no son noticias de cada día”.


Morris estos días ha tenido que sumar una nueva tarea, la de gestionar su defensa internacional ante la denegación de la visa, a otras que él entiende como fundamentales para poder hacer este periodismo hoy en día. “Tenemos que formarnos como empresarios de medios, gestores de nuestros propios medios de comunicación, saber buscar la financiación y manejar un gran número de relaciones públicas. Para un programa como el nuestro tienes que recurrir a la financiación de la cooperación internacional. Oir hablar de derechos humanos, críticas a los poderosos y darle voz a las víctimas cada vez va a ser más difícil”.


Hace unos meses, la Fiscalía descubrió que la agencia de seguridad colombiana, el DAS, había practicado un seguimiento continuado e ilegal de numerosos periodistas y defensores de Derechos Humanos, entre los cuales se encontraban Hollman Morris. Los documentos recogían los horarios en los que se movía, fotografías de sus hijos, hermanos y padres, transcripciones de sus conversaciones telefónicas, pautas para la desestabilización psicológica… De hecho, a lo largo de la ponencia mira varias veces a la cámara que retransmite el Encuentro en directo y se dirige a sus perseguidores. En una de esas ocasiones les dice “saludo a todos los servicios de espionaje. Que quede claro que no justifico la violencia de la guerrilla”. El escándalo sacudió el país, pero con la denegación de la visa se ha demostrado que la campaña de descrédito lanzada por el gobierno de Uribe continúa.


Colombia es uno de los cinco países que la Corte Penal Internacional estudia y vigila y Morris es consciente de que sus documentales pueden ser estudiados como pruebas de las masacres cometidas por el Estado. Por eso, recuerda a los participantes en el taller que “ustedes hacen periodismo para la memoria y que esos hechos tienen unos responsables”. Y añade, “las víctimas son sujetos de derechos y entre estos derechos está el de la esperanza. Ojo con construir relatos desde la lágrima o el pesimismo. La esperanza está en la restitución de la justicia, en encontrar la casa tras una catástrofe, en volver a la escuela, o en hacer propuestas. Hay que respetar este derecho”.


Pero para hacer este periodismo, Hollman ha tenido que sufrir dos exilios para proteger su vida y la de su familia, vivir con escoltas y recibiendo amenazas, como aquella vez que llegaron a su casa dos coronas de flores funerarias con su nombre. Así que la pregunta llega, ¿por qué lo haces pese a todo? Y el que pregunta añade, ‘tiene que haber algún motivo de satisfacción, de disfrute que nos permita comprender tal compromiso’. Morris se repite en voz alta y mirando a suelo varias veces ese por qué. “Los periodistas no podemos cambiar el mundo. Pero decir la verdad sí lo puede cambiar. El aporte para el futuro de mis hijos es contar esa barbarie, la primera forma de combatirla. La barbarie que se invisibiliza es barbarie que se perpetua. Si el día de mañana Colombia va peor, le podré decir a mis hijos ‘lo intenté’. Y luego está la satisfacción de que lo que he conseguido es fruto de mi trabajo. He tenido muchas dificultades pero doy todos los días gracias por ellas. Y yo no lo debo nada a esos grandes medios de comunicación. Y gracias a todo esto mi credibilidad no se pone en duda”.


La ponencia de Morris se ve interrumpida varias veces por los aplausos. El último, en una sala muy emocionada, atrona mientras a su móvil siguen llegando decenas de mails vinculados con esa visa que le permitiría a Morris estudiar un año en Harvard acompañado por su familia, uno de sus sueños, y descansar de defenderse de los ataques de los que saben que un periodismo hecho desde las víctimas es un peligro para la injusticia y la impunidad.


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