24 de junio de 2010

ApiaVirtual: Naomi Klein sobre el derrame: una perforación en el mundo

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Naomi Klein sobre el derrame: una perforación en el mundo

Naomi Klein, The Guardian

Todos los participantes reunidos en la reunión en la asamblea municipal habían sido instruidos repetidamente para que mostraran urbanidad hacia los señores de BP y del gobierno federal.

Esos distinguidos personajes habían dedicado tiempo en sus agendas repletas para ir a un gimnasio de escuela secundaria un martes por la noche en Plaquemines Parish, Luisiana, una de numerosas comunidades costeras donde el veneno marrón penetra los humedales, parte de lo que ha llegado a ser descrito como el mayor desastre ecológico en la historia de EE.UU.

“Hablad con otros como quisierais que os hablaran”, rogó el presidente de la reunión por última vez antes de dar la palabra para hacer preguntas.

Y durante un momento la multitud, compuesta sobre todo de familias de pescadores, mostró un notable autocontrol. Escucharon pacientemente a Larry Thomas, un afable agente de relaciones públicas de BP, mientras les decía que se comprometía a “hacerlo mejor” en el procesamiento de sus demandas por pérdida de ingresos –luego pasó todos los detalles a un subcontratista mucho menos amistoso. Escucharon hasta el fin al dandi de la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés) mientras les decía que, contrariamente a lo que han leído sobre la falta de ensayos y que el producto está prohibido en Gran Bretaña, el dispersante químico que es pulverizado en cantidades masivas sobre el petróleo es realmente seguro.

Pero la paciencia comenzó a acabarse cuando Ed Stanton, capitán de los guardacostas, subió al podio por tercera vez para tranquilizarlos con la declaración de que “los guardacostas se proponen asegurar que BP lo limpie”.

¡Póngalo por escrito!” gritó alguien. A estas alturas el aire acondicionado había dejado de funcionar y las neveras de Budweiser comenzaban a agotarse. Un camaronero llamado Matt O’Brien se acercó al micrófono. “No tenemos que escuchar más esto”, declaró, con las manos sobre las caderas. No importa cuántas promesas nos ofrecen porque, explicó, “¡simplemente no confiamos en ustedes! Y al oírlo, le dieron tal ovación que se hubiera pensado que los Oilers (el desafortunado nombre del equipo de fútbol estadounidense de la escuela) había apuntado un tanto.

El enfrentamiento fue catártico, por lo menos. Durante semanas los residentes habían sufrido una andanada de palabras de aliento y promesas extravagantes provenientes de Washington, Houston y Londres. Cada vez que encendían sus televisiones, veían al jefe de BP, Tony Hayward, dando su palabra solemne de que “lo arreglaré”. O al presidente Barack Obama expresando su absoluta confianza en que su gobierno “dejaría la costa del Golfo en mejor forma que antes”, que estaba “asegurando” que “volvería a ser aún más fuerte de lo que era antes de esta crisis”.

Todo suena muy bien. Pero para gente cuyo sustento la pone en contacto directo con la delicada química de los humedales, también sonaba completamente ridículo, hasta doloroso. Una vez que el petróleo cubre la base del pasto de los pantanos, como ya lo había hecho a sólo unos pocos kilómetros de aquí, ninguna máquina milagrosa o mejunje químico puede eliminarlo con seguridad. Se puede retirar petróleo de la superficie de agua al aire libre, y se puede remover de una playa arenosa, pero un humedal cubierto de petróleo sólo se queda ahí, secándose lentamente. Las larvas de innumerables especies para las cuales el humedal es un lugar de desove –camarones, cangrejos, ostras y peces– serán envenenadas.



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