Tierra de nadie
Entre pares
Guillermo Colín
2010-04-29•Acentos
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En la fallida y supuesta guerra al crimen organizado (que no toca sus circuitos financieros), Monterrey en los hechos se perfila para configurar ese territorio de todo conflicto bélico denominado “tierra de nadie”, donde ni una ni otra parte beligerante pueden reclamar el control del territorio disputado; aunque muchos dirían que llamar así a la situación en la Sultana es una visión optimista.
Priva la impresión ciudadana de vivir más bien en tierra prestada (y a veces hasta en tiempo extra, donde no se sabe qué balacera intempestiva terminará la existencia de cualquiera súbitamente); una en la que los verdaderos hilos del poder a menudo parecen estar conducidos fuera del Estado de Derecho que se pensaba vigente.
La ocurrencia del fenómeno, cada vez más intenso, no le quita un ápice de gravedad a los hechos. Uno de ellos, entre los más emblemáticos, porque hay otros ejemplos de lo anterior, llama la atención: las fuerzas de seguridad regiomontana ya están en la práctica en un estado de sublevación. Según se observa, son capaces por cuenta propia de someter a la población –con el fuero del uniforme–, en retenes autónomos que son en realidad apoyos colaterales a los comandos del crimen organizado a los que sirven. Actos que configuran traición, delitos y una violación abierta y flagrante a las garantías individuales consagradas en la Constitución política del país.
Así los diputados y senadores podrán discutir en el Congreso todo lo que se quiera sobre las nuevas condiciones de orden legal requeridas para el desempeño de las Fuerzas Armadas en ámbitos civiles (que tanto urgen a los generales para evitar ser juzgados después del 1 de diciembre de 2012 por actuaciones en rigor al margen de la ley), mientras sin miramientos, la Policía regiomontana aplica de facto un estado de excepción a la tercera ciudad del país en importancia.
Aunado a lo anterior, el asombro de la población no conoce límites ante la pasividad cuasi cómplice de autoridades de todo tipo, nivel y jurisdicción, y la plaza parece rendida de antemano: “Yo me siento seguro”, dice ufano el secretario de Gobernación, Gomez Mont, como si lo suyo importara o fuera parámetro del país; “son una minoría”, añade su jefe, el Presidente, en delirio estadístico; “sigan su vida normal”, proclama a los que salen vivos de las balaceras, el secretario general del Gobierno de NL; “la seguridad no es lo único”, lo secunda campante el gobernador Medina, que no haya cómo malgastar el erario más que en kermeses millonarias de imagen pública, mientras la entidad se desangra por un clima de terror que asoma en todos los niveles de la sociedad.
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