6 de abril de 2010

www.sectas.org: El Archivo Secreto Vaticano: el caso de Maciel y los legionarios

El Archivo Secreto Vaticano: el caso de Maciel y los legionarios


El Archivo Secreto Vaticano: el caso de Maciel y los legionarios

Una laicidad no dilucidada

El autor de, entre otros, La Iglesia del silencio. Mártires y pederastas, habla a M Semanal del uso político que en México se le da a los símbolos religiosos


FOTO: Milenio
Ariel Ruiz Mondragón

Tras la pérdida de muchos de sus privilegios desde el siglo XIX y limitada por la Constitución de 1917, la Iglesia Católica ha mantenido su acoso sobre el Estado laico para minarlo y recuperar terreno en la vida social y política de nuestro país. Para lograrlo, ha recurrido incluso a la manipulación de la historia, como ocurre en el caso de la beatificación de Los Mártires Guerreros, lo que ha sido utilizado para obtener beneficios simbólicos que la institución busca traducir en políticos.

Si por una parte la Iglesia ha querido destacar a sus mártires aun recurriendo a la falsificación histórica, también ha querido ocultar las faltas de personajes infames. De esa forma intentó silenciar las denuncias de las actividades pederastas del fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, para lo cual activó mecanismos que procuraran la sombra y el olvido ante tales hechos.

Sobre ambos aspectos habla para M Semanal Fernando M. González, autor de La Iglesia del silencio. De mártires y pederastas (México, Tusquets, 2009). González es doctor en Sociología de las Instituciones por la Universidad de París, investigador titular del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y miembro del Sistema Nacional de Investigadores.

ARM: Usted ha trabajado desde hace tiempo los dos temas del libro, la Guerra Cristera, y la pederastia del padre Marcial Maciel.

FMG: Yo ya había trabajado la Guerra Cristera, las pugnas entre organizaciones católicas y la manera cómo el Episcopado había intervenido tanto en el alzamiento como en su continuación y en los arreglos que le dieron fin. Lo que no había trabajado es lo que llamo Los Mártires Guerreros, aquellos que no habían sido beatificados como Anacleto González Flores y una serie de personajes que aceptaron la lucha armada directamente; tampoco había trabajado lo del padre Miguel Agustín Pro, el único de la primera generación que había sido beatificado en septiembre de 1988, tres meses antes de la entrada de Carlos Salinas de Gortari como presidente. En ambos casos me pareció interesante dar cuenta de cómo la historia de un suceso sucedido en 1926-1929, se sigue utilizando en la actualidad, en lo que la historia del tiempo presente llama “esos pasados que no terminan de pasar” y que se van re-simbolizando.

Esa es la razón para escribir la primera parte del libro. La segunda parte tiene que ver con Marcial Maciel. Me interesaba saber qué tipo de mecanismos institucionales habían utilizado los Legionarios de Cristo para procurar beatificarlo, porque si una congregación religiosa no tiene beatificado a su fundador, pasa a ser una congregación de segunda clase. Hay una especie de bolsa de valores simbólica entre los grupos religiosos, y en ella es importantísimo que el fundador sea beatificado.

Lo que pasó es que Maciel, poco antes de morir, fue explicitado en su impostura; apareció toda la parte de su pederastia, su toxicomanía y sus manipulaciones. Le tocó asistir a la debacle de su imagen. Él, que la cultivó tanto, de pronto apareció a cielo abierto; pero aun así los legionarios siempre estuvieron negando aquello, para lo que afirmaron que era una especie de martirio moral. Sin embargo, de pronto apareció la doble vida de Marcial Maciel —que no la triple, que es la de pederasta y toxicómano—, y los legionarios, que lo defendieron desde 1948 hasta el dos de febrero de 2009 bajo la afirmación de que cualquier crítica a él y a la Legión era un complot, de pronto se tuvieron que acusar, y lo tuvieron que hacer de una manera muy específica, porque apareció un fruto contundente, con ADN en la mano —su hija—, y ya no lo pudieron negar.

Los legionarios tuvieron que hacer un corte, y siguieron con la estrategia de que “esto sucedió afuera de la institución, y nos acabamos de enterar. Es muy fácil: lo cortamos como un fruto podrido, lo borramos, y quedamos intocados una vez más”.



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