"La columna de Aguayo ; ¡Ay, la solemnidad!
Un lastre cultural es la solemnidad torpemente procesada que provoca confusiones entre jerarquía y autoridad. Es un mal que afecta a gobernantes y gobernados. El viernes 12 de febrero La Jornada llevó como portada una foto excepcional firmada por la agencia Cuartoscuro. En ella, Felipe Calderón suda agobio y desconcierto, mientras que su esposa Margarita Zavala tiene la cabeza ligeramente inclinada y su expresión es propia de una Dolorosa. Frente a ellos, pero dándoles la espalda, está Luz María Dávila, la madre que perdió a sus dos hijos en la masacre de Ciudad Juárez. Uno se imagina que ése es el momento en el cual Luz María cubre a Calderón con el desdén y la rabia acumulada mientras encuentra refugio entre los suyos.
El poder del momento captado por esa fotografía se esfuma cuando se ve la misma imagen como parte de una noticia transmitida por televisión. Se observa entonces la escenografía propia de la solemnidad de nuestros políticos. Desde que tengo memoria, la 'dignidad' de un evento público exige adornar el estrado con arreglos florales, mientras más caros mejor. ¿Cuánto gastamos en esos adornos que después de ser efímeros testigos del boato político terminan alegrando las estancias de funcionarios menores?
La presencia de Calderón en una escenografía tan convencional confirma que optó por refugiarse en la solemnidad y la jerarquía. Me explico. Independientemente de su origen social y su biografía, la mayor parte de quienes se ponen la banda presidencial sufren una metamorfosis. Su entorno inmediato los eleva y mantiene en el Olimpo. Es un mundo regido por el Estado Mayor Presidencial."
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