En el 65 aniversario de la
liberación de Auschwitz
La intolerancia como la guerra, a la que con frecuencia precede, provoca, alienta y profundiza, es también, como dice el poema, un “monstruo grande y pisa fuerte...”. Muchas veces, sin embargo, no se dan cuenta los pueblos de cómo este monstruo, esta hidra de mil cabezas, impulsado desde el poder político, el dinero y el púlpito, se va apoderando de ellos y avanza destruyéndolo todo.
La paz, la libertad, la democracia, la justicia, los derechos humanos caen hechos añicos a su paso y sólo cuando es demasiado tarde suele la gente lamentarse por haberse rendido ante ella.
¿Cuánto dolor y cuánta sangre ajena y propia costó, por ejemplo, a los alemanes haber permitido que el virus del nazismo se extendiera? ¿Cuántos millones de seres humanos tuvieron que morir antes de que esos mismos alemanes entendieran que fueron ellos, voto a voto unos, con su indiferencia otros, con su concurso activo en la barbarie los más, los que encumbraron a Hitler y abrieron así las puertas del infierno en la Tierra?
La tentación de imponer a toda costa su verdad, sus dogmas sobre otros, de dictaminar sobre lo que es correcto, normal, natural y lo que es perverso, pecaminoso, contrario a los designios de Dios o, lo que es lo mismo, de la naturaleza o peor todavía del partido o del régimen, del clan o de la raza. La perniciosa inclinación a descalificar primero, luego segregar y finalmente destruir a quien se ve, piensa o actúa diferente es una enfermedad congénita que, de alguna manera, nos es común a todos los seres humanos.
¡Es un Honor Estar con Obrador!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
#Dontriananews gracias por escribirnos