10 de diciembre de 2009

La Guadalupana Símbolo de Sumisión y ...

La Guadalupana Símbolo de Sumisión y Poder


 


Por Erandi Villavicencio


 


La de abajo, la mujer sumisa nacida de las rosas que
sembraron los indios esclavos y siervos de los españoles y los obispos
católicos, se convirtió en la virgencita morena, la audaz valiente al
frente de las tropas de los rebeldes, de los guerrilleros
independentistas. Cuando inició la lucha por la independencia, la
Virgen de Guadalupe fue pintada en el estandarte de los más jodidos.



 


Fue usada como bandera porque las fuerzas de Morelos
y de Hidalgo y todos los frentes de campesinos rebeldes eran diferentes
a las fuerzas de los criollos que buscaban la independencia sólo para
enquistarse como nuevos usurpadores del poder, y también para
diferenciarse de los reformistas que pedían a la España dominante que
no los abandonara, que una independencia de puro nombre podía ser
suficiente, que no creían que este pueblo de bárbaros e indios pudiera
salir adelante por sí mismo.



 


Los guerrilleros independentistas, así como los
revolucionarios de 1910, estaban llenos de fe. Algunos de una fe
expresada en el machismo oscuro y egoísta, o en el arma de seis balas,
actitudes aún pobres como para destruir un imperio que ha violado toda
dignidad.



 


El gran padre Dios se parecía más a los tiranos y
patrones, a los caciques, los capitanes y los machos “chingones”. El
anciano Hidalgo, débil defensor y flácido actor de la liberación se
parecía más al joven Cristo dolorido cercano a la idea del mexicano
empequeñecido por la alta figura del español poderoso. El mexicano,
achicándose a sí mismo, haciéndose sumiso como el dominador lo desea.



 


El mexicano venera al Cristo sangrante y humillado,
condenado por los jueces por que ve en él a Cuauhtémoc. Cuauhtémoc
significa el águila acaecida, Cortés le quemó lo pies por no someterse.
Todos los pobres perdieron el sentido de vivir, y dejaron que sobre sus
cabezas hablaran los criollos y fueran discriminados, explotados, sin
derechos ni dignidad. Tal y como ahora viven la mayoría de los
mexicanos. Todos sus dioses los abandonaron.



La amante del Dios renace aquí, la
Guadalupe-Tonantzin que recoge al héroe caído, el que espera la
resurrección, mamar de la luz de vida, del amor incondicional, la que
llena de sangre furtiva y da la vida para que los nuevos mexicanos
nazcan. Regresar al origen; romper con el dominio y resucitar.



 


El catolicismo, al final, retomo este gran mito: la
aparición de una virgen mestiza –cruza del dominio y la nueva sumisión,
el templo de la Tonantzin será usado por los católicos hasta que la
remplacen por la nueva virgen católica. La muerte de los grandes
dioses, los vengadores y atroces harán renacer a las deidades
femeninas. La única esperanza era la comunicación con el mundo, a
través de la madre, la tierra, la Tonantzin, el modelo mítico.



Los indígenas se guiaban antes de la conquista por
los ritmos de la tierra, se anclaban al movimiento del cosmos, ahora
esos ritos eran herejías, y los dominadores se los hicieron olvidar con
muerte y sangre. Atravesados por el fracaso, la debilidad y la pobreza,
los indios tenían que hacer méritos para ser reconocidos como humanos.
Se les negó la educación científica para que no pudieran entender las
causas verdaderas del poder económico y político que los hacía trabajar
en las minas, o para comprender el nuevo comercio mundial que haría que
los países europeos se enriquecieran con nuestro trabajo. Se le puso
encima el mito de la sumisión.



 


¿Cómo puede ser posible que la Virgen de
Guadalupe sirva para apagar la dignidad de los esclavos y al mismo
tiempo para reanimar el poder del pueblo?


La Iglesia condicionaba la categoría de “humanidad”
si el individuo se entregaba a la “pureza de la diosa consoladora”,
esta pasividad incondicional era entregada por dios padre, según el
mito, para sufrir con los pobres, para derrotarse con los derrotados,
morirse con los muertos en vida, los dominados.



 


Para otros mexicanos, despiertos y sin rendirse, la
Guadalupe es la madre violada, la conquistada, la carne misma de las
indias. “La malinche, la amante de Cortés, es verdad que ella se da al
conquistador pero este al dejarle de ser útil la olvida”. El pueblo
mexicano, en cambio, no olvidará la traición a la malinche. Maldición
al pueblo nacido de esta conquista hasta que su sangre de naturaleza
atroz, como huracán o como volcán despierte. La lucha independentista
irrumpió como un enorme trueno para quemar todo el orden instaurado
desde siempre injusto.



 


La historia que los españoles nos contaban sobre
nuestra naturaleza no se parecía en nada a la verdad del indio rebelde,
de los mexicanos dispuestos a tomar las armas. Ahora nada encontrará
consuelo sin la mujer que lucha, la que indica la libertad, la que
indica la posibilidad de autogobernarse, de conciliar a todos los
machos dominados contra los machos armados.



 


Guadalupana, el mito del regreso, la que consolaba a
los más pobres, está dispuesta a quemarse los pies como a Cuauhtémoc
con tal de no ver a su pueblo podrido, humillado, avejentado de
esperanza.



 


Los mexicanos la esperan ahora, en esa y en otras
luchas por venir, sea un mito utilizado por la Iglesia dominante del
pueblo y en contra de la identidad del agachado, se redibujará una
virgen despierta a la fe en nosotros mismos, de lo que son capaces, los
hombres desnudos de toda soberbia, de todo machismo, con nada más que
con el pecho dispuesto a recibir el poder popular o la muerte.



 


Las mujeres mexicanas destruirán toda la cultura que
les inculcó la sumisión: el ser sólo consuelo, sólo servicio y trabajo
sin paga, acción sin reconocimiento, y reprimiendo la desesperación.
Todas y todos revolucionarios, la virgen guadalupana que se quita su
túnica de estrella y de infinito y se pone por un momento los
pantalones del minero y se llena las manos de herramientas del
trabajador.



 


La virgen morena y moderna del tiempo ahora,
mexicanos al grito de guerra contra el robo de sus tierras, su
alimento, de un pueblo muriendo por falta de salud, de educación, de
justicia y libertad. La Madre Tonantzin Guadalupe ya no es un mito, es
la realidad de las madres solteras, de las mujeres abandonadas de la
historia, de las guerrilleras y luchadoras sociales, de las madres
trabajadoras de dobles jornadas, esa es la virgen reencarnada.



 


Para todos los trabajadores del SME, y todos los
luchadores sociales de esta patria México, va la dedicatoria de esta
parábola de la virgen que no es tan virgen, porque es por los dueños
del poder constantemente violada: representa a las mujeres violadas de
Atenco, de Ciudad Juárez, de Oaxaca, de Guerrero y de Xongolica, las
mujeres pobres en los reclusorios o en la prostitución forzada. Hombres
fuertes y trabajadores del México actual, tengan fe en su sangre, en su
fuerza de unidad, que las mujeres no harán más que armarse para
continuar por otros frentes en la batalla.



 


Sin vírgenes y sin estandartes, con todas las
divinidades muertas, habrá que abrevar de los nuevos tiempos de
libertad de nuestro pueblo, mientras tanto, que todas las fuerzas
religiosas se derrumben porque creen que seguimos ciegos de nuestro
propio gran poder.



 


¡Todo el poder al pueblo!


 



 


Joselo


 


http://resistenciaespiritual.blogspot.com/



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