DEL REFORMA:
Rafael Segovia
Principios electorales
Si el señor secretario de Gobernación se permite perdonar -en el nombre de Dios- la vida a los oaxaqueños, en nombre de alguien desde luego menor nos encaminamos hacia una reforma electoral. Nadie sabe por qué se siente la necesidad de enmendar el Cofipe, cuando es una ley que, dentro de la imperfección inevitable de las leyes y reglamentos electorales, es lo más aceptable de cuantas disposiciones guían y limitan nuestra vida política. Si el presidente López Portillo apareció en algunos breves momentos como el autor de aquella reforma, todo el mundo interesado de cerca o de lejos por el tema sabe que don Jesús Reyes Heroles fue quien decidió de la forma y fondo de la ley. Su intención, debe señalarse, no fue maquillar unas disposiciones enmendadas en varias ocasiones que procedían del gobierno de Miguel Alemán. Don Jesús logró una nueva legislación que transformará todo el sistema político mexicano.
Experto en la materia conocía los grandes principios que deben guiar un proceso electoral. Lo más importante no era una carreta antes de tener los bueyes sino, de acuerdo con la fuerza de éstos, construir el carricoche. Por lo poco que se conocen las intenciones reformadoras, hoy podemos suponer que los reformadores deberían tirar del carro y no subirse en él.
Empezar, pues, como se empezó entonces; por decir qué se buscaba, qué se quería y qué se esperaba conseguir. Partir por lo tanto de los actores principales, de sus posibilidades y capacidades, tema abordado ahora por un sesgo, lateralmente, porque los vencedores de la última elección no confían en su partido y menos en el de su adversario. Se intentará abordar ese punto desde afuera y no como hizo Reyes Heroles que fue meterlo en la Constitución. Inútil añadir que la derecha política -menos aun económica- es una de las organizaciones políticas sometidas a la Iglesia. Si hay todavía dudas sobre ese punto, basta con ver el comportamiento de los republicanos en Estados Unidos, o del Partido Popular de España para no volver sobre el tema de las democracias cristianas en Europa, para advertir el nexo indestructible que une a las democracias cristianas con los representantes y candidatos de la derecha. Pensemos sencillamente en el PAN y sus candidatos y en las homilías de los obispos que lo apoyan.
Favorecer a los partidos es, en la medida que se haga con limpieza, favorecer a la izquierda. Cuando, como ahora, se quiere reducir los subsidios a estas organizaciones, se intenta disminuir su presencia y su capacidad de interacción con la seguridad de los apremios financieros permanentes de la izquierda: la derecha siempre encontrará el dinero necesario, las almas caritativas que bajo diferentes denominaciones, amigos o simpatizantes, acudirán a llenar las escarcelas en apuros. Llámese el necesitado Vicente o Felipe.
Reducir la aportación a los partidos es siempre una manera de apoyar a los partidos de la derecha, desde que hay elecciones. Quizás el ejemplo más escandaloso de la historia europea sea la llamada ley de las tres clases impuestas por Bismarck primero en Prusia y después en todo el imperio alemán, donde de acuerdo con la categoría impositiva a la que se pertenecía aumentaba el valor del voto.
Fue una manera bastante cínica de eliminar a la clase obrera, a la socialdemocracia, que en aquella época fue ejemplar, un partido de una limpieza absoluta. Sólo con una ley tan canallesca se pudo gobernar con una cosa que se llamó el Zentrum católico. La historia se repite.
Se ha mencionado también la posibilidad de eliminar a los llamados diputados de partido, con el pretexto de la pluralidad de las Cámaras actuales. Fue, la creación de estos cargos legislativos, una manera de favorecer a los partidos minúsculos, siempre excluidos o reducidos a representaciones sin importancia, situados al margen de las comisiones. Es una forma de proteger del tiempo no sólo a los pequeños, sino a los declinantes, como el PRI. Dentro de dos legislaturas, de suprimirse los diputados de partido, esta formación pasará a mejor vida.
La izquierda siempre se ha inclinado por el reparto proporcional, innegablemente el más justo y equitativo. Es indispensable recurrir a este procedimiento si se quiere tener una representación lo más exacta posible de la voluntad nacional. La derecha, por principio, estaría en contra; pues esta derecha, esté en el PRI o fuera de él, sabe que el principio proporcional en primer lugar elimina a los caciques al ahogar su fuerza personal en la masa de votos nacionales.
El sistema mexicano creado por Reyes Heroles corrigió el método proporcional precisamente por las consecuencias nefastas que tuvo en Alemania donde, después de la Primera Guerra Mundial, harto el partido socialdemócrata de la tiranía del sistema bismarckiano de las tres clases, impuso la proporcional integral que hizo a aquel país electoralmente justo pero también ingobernable, con una subida imparable del nacionalsocialismo. En México, si es la voluntad de Dios, no habrá nacionalsocialismo. No pasaremos de tener una derecha de catolicismo social, como parece anhelar el PAN. Con tener suerte y algo de sensatez en las Cámaras, se mantendrá el sistema actual. Bastaría para que funcione con que los presidentes de las comisiones sean elegidos con más cuidado y el IFE, tan preocupado por el dinero concedido a los partidos, no se lo gaste en más encuestas sin pies ni cabeza. La corrupción es nefasta, pero la estupidez no le pide nada.
El 0.5 que le permitió al PAN quedarse en el triunfo fue ante todo una advertencia, cuyos resultados están ante sus ojos. Si aconsejan al PAN que aumente el campo de la clase media para asegurar su presencia en el país, la advertencia se antoja gratitud: las clases sociales no son elásticas, sólo una reforma económica y social superior a las fuerzas de Calderón y del PAN puede aumentar la fuerza electoral de este último. La ley electoral no puede cambiar al egoísmo de la derecha mexicana.
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