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NOTA ORIGINAL DE ALBERTO SCHENIDER
Hombres necios que acusáis...
A continuación presentamos un artículo de Christopher Domínguez Michael aparecido en el número de septiembre de la revista literaria Letras Libres -como si las letras gozaran de libertad; al rato van a proponer la declaración universal de los derechos de las letras. Fiel a su credo que lo ensordece, el autor, que no ha escuchado nada que pruebe el fraude electoral, hace una muy objetiva y precisa descripción de los intelectuales que apoyan a AMLO.
Después de este texto, viene la crítica.
Servidumbre voluntaria
por Christopher Domínguez Michael
El espantapájaros de la reacción católica sirve de coartada moral a muchos intelectuales para suscribir acríticamente las acciones antidemocráticas encabezadas por López Obrador. Este hechizo colectivo, o servidumbre voluntaria, es analizado por Domínguez Michael. (Así lo presenta la revista)
Él mismo quedará derrotado desde el momento en que la gente no consienta en servirle.
Se trata, no de quitarle nada, sino de no darle nada.
La Boétie, Discurso de la servidumbre voluntaria.
Pocas veces en nuestra historia tantos intelectuales, artistas y profesores se habían puesto, con semejante entusiasmo y tan resuelta sumisión, a las órdenes de un jefe político, como ha ocurrido, después del 2 de julio, con López Obrador. El espectáculo ha sido deplorable. Desde que el candidato del Partido de la Revolución Democrática (PRD), para contrarrestar la mercadotecnia electoral que lo señalaba como lo que desgraciadamente es, un peligro para México, decidió parapetarse en la fama pública de algunos escritores, la complicidad quedó atada y amarrada. Se inventó un complot de la ultraderecha y con esa cantilena se engatusó a un grupo de escritores extranjeros, quienes dieron su firma protestando contra una andanada nacida del delirio de persecución. Desde entonces, para justificar su adhesión a la campaña de López Obrador, agitaron el petate del muerto de la reacción católica. Nunca está de más defender el Estado laico, pero basta con ver lo que está ocurriendo en Oaxaca para comprobar que es la combinación entre el corporativismo y la izquierda radical, no los fantasmones ultramontanos, lo que está poniendo a prueba nuestra vida democrática.
Una vez que el candidato del PRD perdió las elecciones, la opinión pública se fue infestando de una amplia variedad de mentiras, y entre ellas no ha sido menor el número de las esparcidas por los intelectuales. Han dicho, por ejemplo, que la prensa extranjera respalda sus quejas, cuando lo contrario es la verdad: en el mundo entero se reprueba la deslealtad del PRD hacia las instituciones democráticas. También se ha afirmado, ofendiendo el sentido común de quienes fuimos testigos del fraude electoral de 1988, que la elección presidencial de 2006 es una repetición de aquélla. Si la primera fue una tragedia, ésta es una farsa, para utilizar la archicitada frase de Marx. Y la versión entera de la historia de México que maneja López Obrador parece provenir de Los agachados y de Los supermachos, aquellas historietas didácticas que nutrían a la izquierda mexicana durante los años de plomo del PRI. Lo asombroso es escuchar a varios de los más prestigiados de nuestros escritores suscribir esa caricatura rústica, lóbrega y maniquea. Leer La Jornada o Proceso, la prensa que le es adicta al demagogo, es una curiosa aventura: asomarse a un mundo al revés.
Ni el demagogo ni su partido estaban preparados para la derrota, y cuando ésta se les vino encima tocó a los intelectuales una actuación protagónica en la embriaguez colectiva y en el embrujamiento patológico, haciendo el papel de contorsionistas y de maestros de ceremonias. Si López Obrador perdió fue porque es la víctima propiciatoria del mal, se deduce casi literalmente de sus dichos. Todo lo que proviene del gobierno (salvo si es el PRD el que gobierna) es diabólicamente perverso, uno piensa al tratar de interpretar su lógica. Si la realidad no cuadra, peor para la realidad, ésa es su divisa. Son escritores y artistas que contribuyeron al montaje de una realidad paralela, “el fraude electoral”, verdadera obra maestra del teatro callejero y de la farsa ideológica, representación aderezada con letanías, jaculatorias y estribillos que se predicaron para socializar el insulto y la calumnia. Pero pasaron los días y las semanas y el fraude no aparecía, ni en las pantallas de las computadoras ni en los paquetes electorales que el Tribunal Electoral ordenó abrir. El perjuicio ya estaba hecho, y quedará registrada, como una de las lecciones más amargas del 2 de julio, la servidumbre voluntaria de los intelectuales ante ese proyecto de desmantelamiento del sistema democrático que ha sido, de principio a fin, la característica esencial de la campaña de López Obrador.
Muchos de los intelectuales que apoyaron a López Obrador desde el comienzo de su aventura, lo hicieron atraídos por la quimera igualitaria del populismo. Otros personajes, los que marchan en el malecón de La Habana para festejar al dictador de Cuba y desean restaurar en México, corregida y aumentada, alguna clase de régimen autoritario, ni se tientan el corazón ni padecen de grandes problemas de conciencia. Algunas almas bellas, en cambio, se manifestaron engañosamente neutrales y dijeron que ellos no apoyaban al demagogo sino el recuento, voto por voto, de la elección, como si esa consigna propagandística no ocultara la voluntad de vulnerar, a beneficio del PRD, el sufragio efectivo. Quedan, finalmente, los que se manifiestan por amor a la vida mundana. La cursilería, la vanidad insatisfecha y las astillas atragantadas del muro de Berlín son otras de las características de una farándula militante que dio en el blanco, logrando que la fabricación mitomaníaca del fraude se arraigue en la memoria histórica de las nuevas generaciones de mexicanos.
También ha sido muy sorprendente la manera en que esos mismos entusiastas de López Obrador traicionaron lo que uno creería que les era más íntimo. No sólo apoyaron, con grados de entusiasmo que iban desde la mustia aquiescencia al delirio sistemático, a un candidato que tuerce el ceño y se tapa la nariz cuando se le habla de la vindicación legal de las parejas homosexuales y de otros derechos que están en la agenda de la nueva izquierda. No les bastó, para no irritar a su caudillo, con esa escandalosa omisión: descalificaron y excomulgaron a Patricia Mercado, la candidata feminista que oportunamente se llevó una pequeña parte de los votos de la izquierda, aquellos que quizá le habrían dado el triunfo a López Obrador.
Casi todo se ha dicho sobre las elecciones del 2 de julio e, infortunadamente, las aventuras del demagogo seguirán dando de que hablar. “No supieron ganar y no saben perder”, es la expresión adecuada para describir el sentimiento de los perdedores. Tendrán que tomarse su tiempo para asimilar la frustración. Pero lo peor es que diferencias de apreciación tan agudas como la que separa a quienes pensamos que las elecciones fueron equitativas, justas y legítimas de los que las consideran fraudulentas no pueden venir sino de concepciones mutuamente excluyentes de qué es una democracia. Mientras que los liberales pensamos que la democracia se sustenta en un conjunto de reglas verificables y anticlimáticas, buena parte de la izquierda tiene una noción bien distinta de democracia. Ellos consideran la democracia como un estado permanente de agitación, el éxtasis colectivo y redentor que fluye entre el caudillo y la muchedumbre. Por ello disfrutan tanto de las peregrinaciones y se prosternan ante la asamblea que acata y festeja. De la democracia sólo les interesa lo que buenamente entienden por la soberanía popular y la voluntad general. Son, para decirlo de manera muy elegante, más jacobinos que demócratas.
El problema no es quien deposita más fe, si nosotros en las instituciones democráticas o ellos en la mitología del fraude. La cuestión está en si se aceptan o se rechazan los datos empíricos: los votos que los ciudadanos contaron el 2 de julio le dieron la victoria al candidato del Partido Acción Nacional. Se me dirá que los argumentos de uno y otro bando son intercambiables. No lo creo. Una de las diferencias está en que yo no pensaría jamás que Felipe Calderón es un salvador de la patria. Pero es un presidente legítimo cuyo triunfo ha desatado una virulenta rebeldía antidemocrática.
En un par de meses, López Obrador ha derrochado el capital cívico que la izquierda mexicana acumuló durante décadas. El PRD, atizado por sus propagandistas, no ha sabido comportarse como lo que es, una parte del Estado mexicano en el ámbito Legislativo y Ejecutivo, una fuerza que gobierna desde hace nueve años una de las ciudades más grandes del mundo. La ciudad de México que su ex jefe de gobierno trata, en estos días, como un ocupante que vivaquea en descampado ante el temor de los vecinos.
No hemos escuchado todavía una explicación –que sería bienvenida por miles de sus votantes– de cómo fue que el PRD perdió unas elecciones que tenía, según casi todas las encuestas, ganadas. En el séquito del demagogo sólo se escuchan los acatamientos medrosos. Pero ya aparecerá quien le diga al rey que va desnudo.
Nadie, y así lo cuenta la historia del siglo pasado, peor preparado para aceptar la realidad que un intelectual ante las puertas del paraíso. Pero ya llegará, que siempre llega, el edificante espectáculo y, una vez que se les caiga la venda de los ojos, que se les caerá, seremos testigos de las palinodias, de los arrepentimientos líricos y de las confidencias apesadumbradas. Pero más allá de que la sintomatología descrita sea una constante en la tiranofilia de los intelectuales, no deja de seguir siendo enigmático que un demagogo con una ambición de poder tan desmesurada se haya adueñado de tantas inteligencias. Será que la izquierda tiene necesidad de enamorarse. Todavía nos deben, algunos de los protagonistas de la campaña electoral y de la “resistencia civil”, el relato de cómo terminó su relación anterior, la historia de amor con el subcomandante “Marcos”, de quien hoy huyen como de la peste y quien todavía en una fecha no tan lejana, el 2001, los tenía arrobados y temblorosos.
Es gravísimo que López Obrador insista en que la victoria de su adversario es moralmente imposible. Que un candidato, sea de izquierda o de derecha, sostenga esa opinión lo coloca fuera, aun de manera retórica, del campo democrático. Me pregunto quiénes, entre los escritores, artistas y profesores que han comprometido su reputación en nombre del jefe político, lo seguirán en ese camino de purificación que el propio López Obrador ha bautizado sin eufemismos.
México, DF, a 21 de agosto de 2006.
He aquí la crítica:
Hombres necios que acusáis…
Pocas veces en nuestra historia tantos intelectuales, artistas y profesores se habían puesto, con semejante entusiasmo y tan resuelta sumisión, a las órdenes de un enano político, como ha ocurrido, antes y después del 2 de julio, con Felipe Calderón. El espectáculo es deplorable.
Desde que Carlos Salinas afirmó[1] que López Obrador (LO) es un peligro para México y América Latina, la posición política de una considerable parte de nuestra intelectualidad asumió tal afirmación como ariete discursivo, sin más argumento que el mote de populista, término al uso que, sin embargo, ha sido definido con nociones vagas y que se refiere, básicamente, a un pasado “ya superado” de políticas centradas en la predominancia de Estado en la vida económica del país. Es el fantasma que el neoliberalismo, desde la plataforma del rational choice y el eficientismo económico, ha querido exorcizar. Letras Libres ha sido uno de los principales foros de esta postura, con un momento emblemático cuando en el número de junio de este año publicó el artículo –“El Mesías tropical”–, de su director, Enrique Krauze, adornando su portada con la imagen más deplorable de su historia y, tal vez, de la historia de las revistas literarias de nuestro país. Hasta ahora, ese discurso para descalificar a LO ha sido una constante acrítica en innumerables artículos en todo tipo de prensa, programas de televisión de “análisis” político y charlas de café.
Sin duda, las elecciones de este año han puesto de manifiesto la pobreza argumentativa de una buena parte de nuestros intelectuales. Efectivamente, muchos hay que se pusieron de lado de LO sin cuestionarlo. Pero muchos también están en su contra y han aceptado sin pudor tesis de una pobreza teórica que debiera avergonzar a cualquiera que se respete a sí mismo. Pretender hacer análisis político desde la plataforma de una psicología de boticario ha sido la norma de la mayor parte de quienes han cuestionado a LO y a quienes, con él, han puesto en tela de juicio la “democracia” mexicana.
En esta circunstancia, hemos constatado cuán vacua y falaz es nuestra inteligencia oficial. De Enrique Krauze o Héctor Aguilar Camín no sorprende pues han dado muestras fehacientes de que sus intereses están por encima de cualquier otra consideración. En el caso de Christopher Domínguez Michael (DM) no parece que sean intereses económicos o políticos lo que lo hacen pergreñar un texto como el que se comenta. La calidad de su trabajo como crítico literario es suficiente para abrirle cualquier puerta y no necesita quedar bien con nadie. La primera sorpresa fue cuando firmó el desplegado impulsado por José Woldenberg, en el que un grupo de intelectuales, sin mayor sustento que su propio prestigio, afirmaron que las elecciones fueron auténticas, que “siguieron” las pruebas presentadas y que no hubo fraude. En ese momento pensé que lo había firmado por ingenuidad, por descuido o por desconocer su contenido completo –como han expresado algunos de quienes lo firmaron. Ese desplegado es un insulto a la inteligencia y es, en todas sus partes, un auto de fe, que contradice cabalmente todo principio de rigor analítico.
Sin embargo, al leer su artículo, la sorpresa ha sido sustituida por la decepción y la tristeza. Es triste ver cómo una persona que ha destacado por su inteligencia, por un trabajo realizado con tesón y rigor, con una voluntad crítica sin concesiones, aún por una cierta soberbia que le permitía la erudición inteligente que lo identifica, se arroje a las más pobre apología del poder mexicano para aporrear a LO y sus seguidores. Domínguez Michael ha destacado, en el medio literario mexicano –el del halago fácil y convenenciero al trabajo de los cuates, de la pleitesía a los grandes nombres y a los importantes funcionarios– por arriesgar críticas y cuestionamientos que le han valido imprecaciones y denuestos y que han lastimado el amor propio de no pocos escritores. Ha forjado una obra intelectual relevante. Su antología de la narrativa mexicana o su reciente libro sobre Fray Servando confirman la solidez de sus esfuerzos por ofrecer una visión crítica, detallada y puntual, acuciosa y pormenorizada de su objeto de estudio. Aplaudí, por ello, el que se le haya entregado la Beca Guggenheim.
Afortunadamente sus principales intereses giran en torno a la literatura y no a la política. Hoy que aborda la situación política, lo hace claudicando de todo rigor, de toda inteligencia. Las herramientas intelectuales que lo han caracterizado no aparecen en este deplorable texto, que exuda coraje e insidia, cinismo y necedad. Flaco favor se hace a sí mismo y a la intelectualidad en la que se sitúa, la de los libres, que se oponen a los siervos que defendemos la postura de que estas elecciones fueron fraudulentas.
Como si hiciera falta situarse al nivel de Adal Ramones, afirma que LO es un peligro para México; que se inventó un complot y en su delirio de persecución ha arrastrado a la complicidad a importantes intelectuales para luchar contra el “petate de muerto” de la ultraderecha; es decir, una derecha inexistente, que no aparece por ningún lado y que es pura fantasía, un “fantasmón ultramontano”. Habría, pues, que concederle al loco ese de LO una habilidad extremadamente afilada para engatusar y poner a su servicio, para infestar de mentiras la opinión pública, a filósofos, literatos y artistas, a matemáticos, físicos y otros científicos que demostraron inconsistencias mayores en las cifras del IFE, incluso a magistrados y jueces que dejaron asentadas en actas las irregularidades en el 65% de los paquetes que el Tribunal Electoral mandó revisar y que involucran 1.5 millones de votos espurios –término del Tribunal.
Por supuesto que no defiendo la uniformidad, ni mucho menos la unanimidad de posturas frente a la situación política de nuestro país. Nunca como hoy es tan necesaria la crítica y el análisis de nuestra realidad política. Si DM está en contra de LO valdría la pena que, en uso de sus facultades mentales, libres de la enfermedad que nos ataca a los siervos, escribiera con el rigor exigible en cualquier análisis: partir de una plataforma teórica precisa y de ella, con método consistente, desbrozara uno a uno los componentes que determinan la situación actual y elabore una síntesis plausible que explique el panorama. Sin embargo, DM parece no darse cuenta de que hace exactamente lo que más cuestiona. Es decir, miente y caricaturiza la situación.
Dice que los siervos intelectuales que acompañan a LO afirmaron que la prensa extranjera lo apoya y que eso es falso: el mundo entero lo reprueba por su “deslealtad” a las instituciones. Miente DM con esa afirmación pues no hubo tal aseveración de los intelectuales, ni de LO. Si alguno lo dijo, eso no es infestar la opinión pública. Lo que hubo fue un llamado a la prensa internacional para que hiciera lo que hace comúnmente cuando en algún lugar se da una situación de tensión política. Mandar reporteros a investigar. Sabemos que a la prensa internacional se le facilita su trabajo en México. Por cierto, un reportero del NYT fue testigo, y así lo publicó, del dobleteo de votos espurios en favor de Calderón en seis de seis paquetes electorales abiertos en un distrito de Jalisco, aunque, claro, ha de haber sido por caer enfermo de servilismo mendaz.
Sería bueno que DM nos aclare en qué se basa para afirmar que en 1988 sí hubo fraude, ya que dice, fue testigo. Seguramente tiene pruebas contundentes, inatacables, y no es sólo una afirmación de sentido común, que como tal no vale ni el papel en que está escrita. De mucho nos serviría para confirmar lo que millones de personas denunciamos. Deben ser pruebas más sólidas y consistentes que el millón y medio de votos de los que no sabemos a dónde fueron a parar o de dónde salieron; deben ser más contundentes que los 450 millones de impactos mediáticos que contrató la Presidencia demócrata de la República en tres meses; deben ser más claras que el chantaje empresarial y los 7 millones de correos electrónicos en contra de LO que se enviaron desde la oficina del Secretario de la Función Pública –hecho confirmado por la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales posiblemente en un arranque de locura servil. Si para DM el inexistente fraude en estas elecciones es una farsa comparado con el de 1988, sería bueno que convenciera a los consejeros del IFE en varios estados que denunciaron la manipulación de la que ellos sí fueron testigos.
Hace, también, una caricatura “rústica, lóbrega y maniquea” cuando afirma que la versión de la historia de LO es tal y para demostrarlo hace un riguroso análisis científico, valido de términos acuñados por la más estricta ciencia política, como “embriaguez colectiva”, “embrujamiento patológico”, “contorsionistas” y “maestros de ceremonias”. Es casi hegeliano cuando nos ilumina sobre la personalidad del Mesías. Según deduce con brillantez DM, lo que le pasa a LO es que se considera “víctima propiciatoria del mal” y que su divisa es que, si la realidad no cuadra, peor para ella; la denuncia del fraude es para el ínclito pensador una muestra de “teatro callejero y de la farsa ideológica” que sirven para aderezar el “insulto y la calumnia”. Cuidado, señor Domínguez, tal vez esté enfermando, su texto está repleto de insultos y calumnias; el médico Krauze le podría recetar algo, no vaya a ser que esté cayendo en la órbita de este proyecto de desmantelamiento del sistema democrático que dirige LO.
Pero lo destacable de este texto está en sus conclusiones: nosotros los liberales “creemos” que la democracia se sustenta en un conjunto de reglas “verificables y anticlimáticas”(¿?). Para los siervos enfermos es un estado cuasimístico de agitación, éxtasis colectivo y redentor. Lo bueno es que DM no es caricaturista, o monero como les dicen aquí, porque los desplazaría a todos. Como si la democracia pudiera reducirse a una serie de reglas y nada tuviera que ver con la constitución y ejercicio del poder en realidades concretas. Si fuera sólo eso, un mecanismo de relojería, nada distinguiría políticamente a Alemania o Suiza de México. Y aún si la democracia fuera sólo eso, DM debería aceptar que se violaron esas reglas procedimentales que tanto alaba y que las instituciones que tanto ama fueron saboteadas desde su interior. Si quiere pruebas empíricas puede revisar las actas de las sesiones del Consejo General del IFE.
Luego afirma que lo importante no es la fe de cada quien –acepta la suya, lo cual se le reconoce– sino los datos empíricos: los votos que los ciudadanos “contaron” el 2 de julio. Lo que no explica es porqué 230 mil votos que le dan el triunfo a Calderón en 130 mil casillas son pruebas empíricas y el millón y medio que registraron lo jueces y magistrados en sólo 6 mil casillas no son más que fantasías de mitómanos. Ni los magistrados del Tribunal Electoral se atrevieron siquiera a concluir que las elecciones fueron equitativas, justas y legítimas. Claro, DM no ha escuchado una explicación de porqué perdió el PRD; es decir, no ha escuchado nada. Si hace falta que alguien le diga al rey (LO) que va desnudo, hace aún más falta que los demócratas sin adjetivos expliquen tales adjetivos, tan de su gusto.
Luego hace un cuestionamiento preciso: la supuesta omisión de los intelectuales, gravísima para DM, respecto a la postura de LO en relación con los derechos de homosexuales. Probablemente no escuchó tampoco entonces, cuando la Ley de Convivencia fue rechazada en la Asamblea Legislativa del DF, las críticas acerbas de muchos de quienes ahora lo apoyan. Sin duda tiene razón en cuestionar a LO, de ser cierta su postura –de la cual faltan pruebas empíricas, por cierto–, pero justificar con eso su apoyo a Calderón es querer sostener un edificio con un clavo. Por lo visto es más importante la ley de convivencia en el DF que la educación sexual en secundaria, prohibida en entidades gobernadas por la derecha inexistente. Para DM es inadmisible que millones de personas defiendan su derecho a saber qué pasó realmente en la elección si antes no se defendió el derecho a formar parejas de homosexuales. Con respecto al zapatismo, no es tan difícil encontrar razones para que la “izquierda” se haya distanciado de Marcos: con razón o sin ella, Marcos saboteó la campaña de la Coalición, cuando existía la posibilidad de vencer electoralmente a la derecha, la que sí existe y actúa políticamente, aunque nuestro autor no la vea ni la oiga, más que para defenderla.
“Nadie, –dice DM– y así lo cuenta la historia del siglo pasado, peor preparado para aceptar la realidad que un intelectual ante las puertas del paraíso.” Christopher Domínguez Michael acaba de demostrar que sí hay alguien así: un intelectual que se cree dentro del paraíso.
Ateneo Los días terrenales
Alberto Schneider
1. IX Foro sobre América Latina en el Instituto Tecnológico de Massachussets, en la ciudad de Boston, Estados Unidos, (IX Latin Conference, MIT Sloan), marzo, 2006.
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