EL OCASO DEL PATRIARCA |
La figura antaño señera de Cuauhtémoc Cárdenas, se ha desvanecido a partir de su soterrada animadversión hacia AMLO
De veras que da grima.
Antaño figura señera de las causas progresistas mexicanas, con un apellido nobilísimo a cuestas, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano se ha desvanecido lentamente en las sombras, llevado por una soterrada animadversión hacia un Andrés Manuel López Obrador quien emerge, cada vez más, como un auténtico líder de las mayorías en México.
Cuestionado desde 1988 por la tibia defensa de su evidente triunfo en las elecciones presidenciales de ese año, el cual le fue despojado por un cínico y desvergonzado fraude maquinado por Carlos Salinas de Gortari y la dirigencia del PAN, Cárdenas Solórzano justificaba como madurez y sensatez política el renunciar a encabezar un amplio movimiento de inconformidad cívica nacida al calor de ese megafraude. Hoy se ve que, simplemente, la banda presidencial le hubiese quedado grande... demasiado grande.
Después de todo, la cuna de terciopelo republicano que meció a Cárdenas -hijo de general, hijo de presidente, senador de la República, Secretario de Estado, gobernador y popular candidato del FCRN a la presidencia de la República- le evitó conocer de marchas, corretizas, cárceles y demás insignias que tantos y tantos seguidores de él muestran, como orgullosas cicatrices que sus luchas sociales les dejaran.
Sería imposible imaginar a Cárdenas Solórzano cerrando carreteras, encadenándose a las puertas de una paraestatal depredadora y encabezando, hasta las últimas consecuencias, un movimiento de masas, y resistiendo no sólo un injustísimo desafuero junto con burlas y escarnios, sino un escandaloso fraude electoral de cuello blanco.
No, el perfil de Cárdenas Solórzano es más bien bajo, discreto y parco en las palabras, quizás demasiado parco para horas de definición y de graves decisiones.
¿Cuántas muertes costó la impavidez republicana de Cárdenas en el sexenio espurio iniciado en 1988? Al menos, 500 miembros del PRD, organización política auspiciada por Porfirio Muñoz Ledo y el mismo Cárdenas Solórzano, pagaron con su vida el haberle dado a Salinas de Gortari la seguridad de que el movimiento de la inconformidad, durante su mandato, no gozaría de un líder decidido y arrojado, sino solamente de un líder "moral". Una figura simbólica, no real.
¿Cuántas muertes fueron resultado del saqueo a los presupuestos asignados al Sector Salud, que hicieron que miles y miles de mexicanos, fueran enviados a sus casas a morir ante la ausencia de atención medica con recursos suficientes y la falta de medicamentos en un cuadro básico destruido en el devastado Seguro Social? ¿Mejorales para el cáncer? ¿Fue esa la receta madura y sensata que el pueblo mexicano todo tuvo que soportar durante la larga noche del neoliberalismo que pareciera aún no terminar?
¿Cómo calcular las lágrimas y la sangre derramada? ¿Cómo se mide la desnutrición en niños, ancianos y mujeres, que tantos estragos ha hecho en la población?
¿Cómo explicar sensata y maduramente la evidente correlación retrógrada entre las curvas de desempleo y pobreza con las de criminalidad incipiente que acabó asolando al país entero?
Y ahora, notables seguidores del pensamiento gradualista, pretenden pedir otro plazo de gracia hacia un sistema que, llana y simplemente, no funciona. Insisten, como Cárdenas Solórzano, en respetar las instituciones, como si nosotros hubiéramos sido hechos para servirlas y no al revés.
¿Será que ignoran que un humilde carpintero de Nazaret, tiempo atrás, revolucionó el pensamiento de toda una civilización con una sencilla frase , "el sábado se hizo para el hombre, no el hombre para el sábado"?
No es entonces radicalismo ni ilegalidad, el exigir que las leyes sean al servicio del hombre y no al revés.
El ocaso del patriarca de la izquierda mexicana, coincide con el nacimiento de un nuevo astro que, aparentemente inmune a infundios, ataques personales y calumnias, no solo sobrevive sino que parece agigantarse ante la adversidad: López Obrador, el líder, el comandante republicano, el historiador y el hombre que pareciera poseer las dotes de guía que tanta falta le hicieron a quien, para su infortunio, acabó haciendo honor a su propio nombre: Un águila que cae.
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