22 de septiembre de 2006

ANALISIS DEL TEXTO DE VILLORO,TRAIDO DE "BLOQUEDEOPINION"

TRAIDO DE BLOQUEDEOPINION,CONSULTA IMPERDIBLE A DIARIO:

Lo trágico del ridículo

En el siguiente texto, comentamos el artículo “Entre lo histórico y lo trágico”, de Juan Villoro (JV), publicado en la revista Proceso de esta semana (núm. 1559). Adelante reproducimos el texto aludido.

Juan Villoro comienza con una frase cierta –López Obrador (LO) ha generado un debate sin precedente–, y critica a Felipe Calderón (FC) por denostarlo en lugar de proponer algo. Tenue cuestionamiento a un candidato que hizo más que denostar a LO, y al que sigue un inteligente chistesito, que podría agradecerse si de él no siguiera su línea discursiva. Si detestar a López Obrador o a Calderón fuera sólo un asunto personal, individual, se podría hablar de neurosis, pero ese no es el problema. No es la neurosis la que no permite el matiz ni las distinciones, sino la vacuidad de la crítica que se afirma en lo que cuestiona. El problema es que no hay tal cosa como una dialéctica del todo o nada, que supuestamente es la de LO, con la que además se contradice a cada párrafo. La frase, muy en boga, es un absurdo, una frase hecha que no explica nada, pero deja bien claro de qué está hablando JV. Se trata de la necedad del Peje por no irse a su casa a detestar a Calderón mientras lo ve gobernar al país. Al fin y al cabo, JV podría recomendarle un buen siquiatra; Enrique Krauze, por ejemplo. Implica aceptar que LO sólo acepta la Presidencia o nada, pero luego dice que lo que quiere LO no es la silla, sino razones que justifiquen una causa, que nunca explicita.

Pero, bueno, veamos las distinciones, los matices que propone Villoro. Primero, para situarse hace un recuento de las victorias parciales de la “izquierda”. Gracias, ya nos las contaron Woldenberg, et al. , y habría que notar que no acusa recibo del Frente Amplio Progresista. Reconoce el agravio, bien; contienda injusta, bueno, cuando menos, no como Christopher Domínguez Michael, quien la calificó de equitativa, justa y no sé qué; santa, creo. Para seguir con las distinciones y matices continúa con la descripción que dejó a medias Krauze. Al describir a LO se puede aceptar la línea que comienza con “incansable” y termina con “popular”. Pero inmediatamente surge la duda. ¿A qué se refiere con gestión eficaz que no admite críticas? ¿A la gestión del conflicto, de la movilización de masas? Pues sí. LO es el caudillo inflexible y autoritario que hace saber de su fuerza y la impone a todos. En dos palabras, es el “Mesías tropical” que decide todo inspirado en su intuición, lo que no da resultados.

En un párrafo que se quiere lavar la cara, LV nos dice que votó por el LO a pesar de LO; votó por el proyecto y no por el iluminado. Y que a pesar de considerarlo como tal, participó en un video en su favor cuyo título refleja su creencia: la campaña de descrédito contra LO construía un monstruo y estaba sostenida en la sospecha. Ahora sí que no me ayudes, compadre: sospecho que LO es un peligro para México, pero no es no es tan malo. Si así lo dejaron apoyar la causa, o les tomó el pelo o son muy ingenuos –tolerantes– o no sé qué, pero cuando menos no es síntoma de totalitarismo… Habría que lavarse la cara con otra cosa. Tal vez si hubiera partido de algo más sólido, por ejemplo, como que la campaña se sostuvo sobre la mentira o la amenaza a la gente.

Lo siguiente no queda claro. LO no es un monstruo, pero ya no es “la figura por la cual votamos”. ¿Ya no es un iluminado; qué es ahora? JV no lo aclara pero dibuja ambiguamente al personaje. Y lo hace a partir de la anécdota: “que mi cuate…Una anécdota vacua y vana que le indica que algo no iba bien el 2 de julio, presumiblemente que LO iba perdiendo. Para el cronista del día, pudo haber sido un buen indicio, mismo que para el analista crítico de dos meses y medio después se convierte en una certeza. El indicio del cuate provisor no es que hubo malos manejos en la elección y la certeza es que LO no es sólo el Mesías, sino un mentiroso. JV afirma, sin decirlo, que LO sabía que iba mal, que perdió, pues, y que aún así alegó su triunfo. Y ha sostenido esa mentira, apoyado en algo así como la psicología social que caracteriza a nuestro país: la vocación por hacer del rumor, verdad.

JV dice que en un país como México, “nada tiene tanta legitimidad como el rumor”. Supongo que, además de ser malinchista, quiere ser caústico. Lástima que se refiera como rumor a algo tan ampliamente demostrado como la imposición de Calderón, aunque luego lo llame argumento. La demanda de voto por voto no debía ser atendida porque tuviera alguna validez sino porque así se desarmaba a LO y se disolvía el rumor. Claro, en una elección “ganada” por 230 mil votos, la ausencia de tres millones es sólo una extraña forma de presentar los resultados. El indicio del cuate no deja ver, tampoco que hoy, dos meses y medio después, siguen sin darnos cuenta de unas 2 mil casillas, casi 900 mil votos que ya no aparecieron, ni en el PREP, ni en los conteos distritales, ni con jueces y magistrados, ni, por supuesto, en el Trife, que sí tuvo las pruebas en sus manos, pero no las consideró determinantes, así se tratara de 1.5 millones de votos perdidos. Vaya extraña forma tan democrática de cumplir reglas, tan apreciadas por JV.

En las líneas que siguen, JV comete un desliz. LO no “acusó sin pruebas a los magistrados de recibir ‘cañonazos’ de dinero”. Dijo que los magistrados eran presionados con ofrecimientos de dinero y puestos, no que los hubieran recibido. El desliz se convierte en falacia malintencionada al plantear la pregunta de lo que LO “quería” al decir eso: la silla o razones para su causa (no hace falta aclarar que LO quería razones, pues no las tenía). Y es aún más falaz al comentar el fallo del Tribunal. No se descalificó de antemano al Tribunal, se le descalificó por ordenar la revisión de una ridícula parte del universo de casillas dudosas; se le descalificó por haber prohibido la entrada a ciudadanos y representantes de partido cuando empezó a surgir la evidencia de paquetes abiertos y sobres alterados en los distritos. Es falso que el Tribunal haya asegurado que no podía sancionar la injusticia. Simplemente no reconoció la injusticia y sancionó: el fraude fue enorme, pero no “determinante” para hacer “perder” a LO.

Y a todo, ¿cuál es la causa del Peje? No es la silla, si nos atenemos a JV. Parece que es la eterna movilización o algo así, y nos quedamos en el limbo, pues de aquí no pasa en sus distinciones ni matices.

No sabemos el método que ha usado JV para asegurar que millones de votantes consideran como agravio el que se le haya tratado a LO como “peligro para México”. Pero hemos sido millones quienes nos hemos manifestado, pública y abiertamente, contra otro agravio, uno menor, que casi no cuenta, uno del que nada se sabrá ni en 20 años, porque no habrá comisión de la verdad para averiguarlo ni boletas que revisar: la tergiversación masiva de nuestros votos acompañada de la amenaza y el chantaje para imponer a Felipe Calderón.

A pesar de todo, JV no considera todavía a LO un peligro para México, sólo lo sospecha, aunque sí lo considera un peligro para la izquierda por sus formas de protesta, o sea, por el “desastre” del Plantón, que a su modo de ver sólo perjudicó a los pobres y benefició a los ricos. Cuando menos, se ofende porque Calderón lo llamó caótico y opuesto a las instituciones.

Vaya que con estas premisas el horizonte es confuso. Aplaude la convocatoria a la Convención pero sólo si es de propuestas, nada de masas, porfis. Además, la asamblea no tiene representatividad. Si LO no junta a sus quince millones de electores nada vale. Claro, si los juntara, tampoco. Hay otros 25 que no votaron por él y si los convenciera, tampoco. Hay otros 55 que … Al fin y al cabo, con las propuestas basta y sobra; no hace falta gente que las impulse.

Pero LO no sólo es mentiroso, sino impulsivo y mezquino: decide en razón de sus impulsos y de su “inescrutable ánimo”. No piensa sus actos, por eso se autonombra Presidente. Para JV parece una locura, pues ni siquiera le podrá dar pasaporte y sin expedir pasaportes no se gana la Presidencia. Claro, con Rosa Luxemburgo de alter ego, no se puede pedir mucho. Por supuesto, es difícil convencer a alguien que vota por un Mesías sospechoso de ser un peligro para el país y que cree que aglutinar a tres partidos, a miles de organizaciones y mantener a cientos de miles de personas movilizadas durante meses es dividir a la sacrosanta izquierda –que lo menos que ha sido es unificada, por la sencilla razón de que no hay, ni ha habido, tal cosa como La Izquierda.

Aquí JV volvió al meollo: la derrota, y matiza “en condiciones desiguales”. Y parece volver al asunto que dejó pendiente en las primeras líneas, las distinciones, la crítica, la necesidad de matices. Bueno, lo seguimos esperando. En lo que ha escrito hasta aquí no hay distinción, ni crítica, ni matiz. Hemos visto en el texto de JV a un Mesías, sospechoso de ser un peligro para México y culpable de ser un peligro para la izquierda; a un gobierno de izquierda en la Ciudad de México que enriquece a los ricos a costa de los pobres. Vemos a una pobre periodista a la que ya no se le considera buena nomás por prestarse al fraude y a la manipulación –por no hablar de sus comentarios contra las mujeres violadas en Atenco, pues no viene al caso y al fin que es sólo un evento. Y ratifica: sólo si juntas a los cien millones de mexicanos en el estadio –¿Azteca?–, puedes proponer otra Constitución, aunque, claro, para gobernar legítimamente a esos 100 millones bastan 230 mil votos obtenidos en condiciones “desiguales”. Tampoco se vale que vayas a elecciones con candidatos populares. No, hay que ir con pazguatos, mientras los apoye Televisa: ahí está nuestro héroe Calderón para demostrarlo.

Lo de masificación y control de calidad suena a Bimbo, así es que mejor lo dejamos para futuras hermenéuticas. De las reflexiones del “monero” Patricio, baste decir que repetir la cantilena de Fox, Calderón, Televisa, Krauze, et al., no es disentir; ridiculizar a un líder que encabeza una movilización política de la magnitud de la que hoy dicta la agenda nacional; no es debatir, ni equivocarse siquiera. Confundir el rating televisivo con personas, tampoco. Para JV el simulacro se da en las calles y la realidad en la televisión. Como si no hubiéramos sido testigos de cómo se aprobó la Ley Televisa-azteca, ni existiera un tal Gamboa Patrón en la Coordinación Política de la Cámara de Diputados, ni Kamel Nacif, ni Mario Marín arropado por FC, ni el PRI chantajeando a éste con Oaxaca. Claro, en las plazas siempre son más lo que no llegaron que los que vieron a Adal Ramones, la verdadera neta de la inclusión social. Y de nuevo, como las plazas se llenan todas con los mismos de siempre, no cuentan. Si LO no las llena con todos los mexicanos de una vez, mejor que asista al canal de las estrellas para que satisfaga a todos con su discurso o con un buen psicodrama tipo RBD.

Por supuesto, al final, no deja de condescender: el “derrotado” tiene fuerza moral. Y le recomienda, en un discurso amelcochado, pasar a retirarse para conservar lo “mucho que se ha ganado” y ver si para dentro de 6 años se le hace sentarse en la silla, a menos que con la opción que le pone,“preferir la leyenda a asumir un cargo” se refiera a otra cosa. Según JV, “LO sólo se deja aconsejar por su intuición” aunque sabe que lo hace en el vacío. Pero lo que verdaderamente desarma por contundente es aquello de que la fuerza de la izquierda está en la solidaridad, no en la confrontación; es decir, la izquierda debería dedicarse a la caridad y no a participar políticamente. Se le olvida que las únicas solidaridades que han ganado elecciones han sido la de Polonia, financiada por la mafia vaticana, y la de Salinas…

Algunas personas dicen que no debo perder tiempo en desbrozar artículos, sino a desentrañar argumentos y contraponerles otros. El caso es que cada vez que leo un texto de quien se considera que puede hacer una crítica plausible de lo que sucede hoy en México aparece siempre el mismo “argumento”. Nuestras más insignes intelectualidades mexicanas que han corrido en paralelo a nuestras costosas instituciones electorales; que acaparan los medios de comunicación monopólicos; que se han pasado años y años en la televisión, en cuanta conferencia, seminario, foro y mesa redonda ha habido, convenciéndonos de que la democracia es un mero trámite que hemos aprendido a cumplir muy bien gracias a sus enseñanzas y que lo demás es lo demás y no tiene importancia, no es determinante; que la transparencia es la suma de sus virtudes, aunque sus máximos exponentes se hayan quedado mudos.

Y llega el momento en que ese demás demuestra que la democracia no es un mero trámite. Y lo más importante, se lo demuestra a millones de personas que del asombro pasan al estupor, al coraje, a la indignación, a la movilización, a la resistencia, a desobediencia o a la insurrección, al motín, al despojo…

Pero, ah, estamos en la desobediencia y el tamaño del agravio es tal –papito chulo– que no se trata de un trámite burlado un poco. Y no ha habido violencia más que de los autoproclamados pacíficos. Cosa que quienes, desde la comodidad de la vida de intelectual mexicano de clases media y alta, no quieren ver; quieren ver a México como si fuera programa de televisión inglesa. Hace falta decirles que la democracia no es un trámite y, para el caso, existe una democracia mexicana que se caracteriza por sus determinaciones concretas. Y entre ellas, está una elite plutocrática constituida y transformada desde 1982, cuando menos, que ha mantenido el poder y que presume de controlar cerca del 80% del PIB. También habría que insistir que durante esos largos años, esa misma elite construyó el discurso de la democracia desajetivada, ahistórica, ficticia, y sobre él edificó una enorme burocracia pletórica de privilegios, que hoy se rasga las vestiduras no por la vergüenza de lo que ha hecho sino por haber ser atrapada en el acto.

También muchos millones de pobres estamos dispuestos a actuar políticamente en contra de la posibilidad de que se esa plutocracia se consolide con el apoyo de la derecha más recalcitrante. Hoy la democracia mexicana es también una enorme coalición de organizaciones que actúan políticamente en contra de aquélla. Y esa coalición ha elegido a un líder de la única manera en que un líder puede serlo: por la suma de adhesiones, de personas que confían en la capacidad de un liderazgo para conducir al barco y, por supuesto, que ha dado resultados, por más que JV no los quiera ver o los considere negativos.

Querer reducir el conflicto a la personalidad de Andrés Manuel López Obrador es desconocer que lo otro existe y opera. Que LO no podría existir como sujeto político si el conflicto político y económico no estuviera en el punto en el que está. Hay un líder porque hay crisis; porque la suma de votos, en esa parafernalia burocrática, no es la materia de la confrontación; no es problema de contabilidad ni mucho menos de tránsito, sino de ejercicio del poder. Y por supuesto que la confrontación es posible hoy porque las miles de personas en el Zócalo son mucho más que votos sufragados y mal contados.

Insistir, una y otra vez, con insidia o con ingenuidad, con mejor prosa o con peor crónica de hoy, en que hay un señor en la calle que sólo quiere protestar con un montón de fieles inconsultos; un líder que se inventa un fraude y los convence de ir con él en una ruta sin destino, más que la trascendencia de sí mismo, es una necedad. Querer negar que la elección fue algo más que desigual, es también desconocer que efectivamente esa elite económica ha impuesto al Presidente no sólo en contra de quienes votamos por LO, sino en contra de todos los millones que son pobres, medio pobres o medio ricos, hayan votado por quien hayan votado. Y al hacerlo ha puesto en juego al Estado mexicano. Esa plutocracia no se ha cansado de demostrar que es el peligro para los mexicanos y para México. Ha fracturado una parte sustancial del andamiaje institucional del país y de la sociedad política.

Es insostenible un Presidente de la Suprema Corte de Justicia que diga que un artículo constitucional está escrito con las “patas” y por eso no lo aplica para dar certeza a la elección. Es insostenible que esa misma Institución exonere a un pederasta amafiado con quien operó la aprobación de la Ley Televisa-azteca, que es hoy el coordinador de la bancada del PRI y Presidente de la Junta de Coordinación Política de la Honorable Cámara de Diputados; el mismo que hace 25 años fungía como Secretario particular del Presidente que abrió las puertas a la misma elite de la que hablamos, que nos machacó con millones de spots radiofónicos y televisivos con mentiras, amenazas y ofensas. Y a Juan Villoro le ofende que Calderón lo sitúe entre los que atacan a esas instituciones.

A mi me ofende que Juan Villoro repita, con golpes de pecho, la misma historia sobre la personalidad de LO, absolutamente arbitraria, que armó una persona que se beneficia directamente, que lucra de ello, pero que se presenta como desinteresado, demócrata impoluto. Como si no tener carnet de partido garantice neutralidad. Y el problema no es que Krauze se beneficie de ello, el problema es que arrastre consigo a tantos intelectuales, y de “izquierda”, que pretenden ser críticos y apelan a su sagrado derecho a disentir para decir lo mismo que el letrado señor que se sienta en el Consejo de Administración de Televisa. Por favor, mejor que escriba de futbol.

Por más que le concedamos que actúa de buena fe, JV quiere tapar el sol con un alfiler. Si cree que no hubo fraude, que no hay razón para combatir a fondo a Televisa, que Krauze no defiende sus intereses en las casas de apuestas, las que Santiago Creel obsequió al monopolio de la comunicación, es problema de él. Pero si en verdad quiere hacer una crítica constructiva a LO y lo que representa, podría decirlo con todas sus letras y no esconder sus creencias en una retórica sin sustento. Si le parece que LO ha dañado a la Izquierda que provea de datos concretos, fehacientes, que desmientan la dimensión y extensión de la coalición política que hoy actúa en defensa de sus posturas y que se enfrenta a un poder económico que quiere imponer la continuidad de su despojo contra la nación. La balanza está en la mesa.

La supuesta amenaza a la izquierda que representa LO no es más que la forma que adopta una crítica que no quiere ver la realidad y hace de Cuauhtémoc Cárdenas, Monsiváis y otros, personificaciones puras de la izquierda. Hoy como nunca, si podemos hablar de izquierda unida es porque la crisis la unificó y lo hizo en torno de un liderazgo que ha actuado con responsabilidad, habilidad y mesura; que ha sumado a miles y miles de personas organizadas en diversas formas y que no entraban en lo que comúnmente se denomina izquierda. Si no fuera por eso, estaríamos lamentando el estallido de los más agraviados y no festejando la construcción de la única vía política posible en este momento: la construcción de una sociedad política que ofrezca una opción al despojo escanciado con letras libres de todo referente concreto. El problema no es que LO confunda lo trágico con lo histórico; el problema es que se niegue la historia para ocultar la tragedia.

Alberto Schneider
Ateneo Los días terrenales
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He aquí el texto de Villoro.

Entre lo histórico y lo trágico
por Juan Villoro

Presentación de Proceso: Ante los retos de la izquierda mexicana en este momento poselectoral sin precedente, Juan Villoro la confronta con su capacidad para cumplir sus metas sociales. "López Obrador -reflexiona el escritor en este texto exclusivo para Proceso- se debate entre atender a la misión que se asigna a sí mismo como líder o mantener unida a una izquierda más amplia que sus corazonadas... López Obrador se deja aconsejar por una sola entidad: su intuición. Es imposible saber lo que le dicta en estos momentos, pero no es aventurado decir que confunde lo trágico con lo histórico".

¿Un radical fuera de temporada?
López Obrador ha encendido un debate sin precedentes. Felipe Calderón dedicó su campaña a denostarlo; el adversario le pareció más importante que sus propias propuestas. Lo mismo ocurre en las reuniones donde se dedican más energías a insultar al Peje que a elogiar a otro candidato. La situación es equivalente a la de quien detesta más a su exnovia de lo que ama a su novia.

En este enganche neurótico apenas hay tiempo para el matiz, y sin embargo urge establecer distinciones. En la dialéctica del todo o nada, las importantes victorias parciales de la izquierda han pasado casi inadvertidas. El PRD se convirtió en la segunda fuerza en la Cámara de Diputados, arrasó en el DF y acaba de ganar en Chiapas. Pero todo se oscurece ante el agravio principal: la pérdida de la Presidencia en una contienda probadamente injusta.

Incansable, dueño de un instinto que lo ha sacado a flote en situaciones muy arrinconadas, convencido a fondo de su papel histórico, López Obrador ha combinado una doble estrategia: la movilización popular y una gestión de relativa eficacia que no admite críticas. La primera sostiene a la segunda. El esquema resulta peculiar. En todo momento, el caudillo hace saber que su fuerza es la gente. Esto, con ser mucho, no es suficiente. La política se mide por apoyos, pero también por resultados.

Voté por López Obrador pensando en un proyecto que excedía a un líder en estado de gracia. Un desafío esencial de la política contemporánea consiste en volverla ciudadana: pasar de la democracia representativa a la democracia participativa. Este proceso de construcción incluye al PRD, pero está destinado a rebasarlo y acotarlo desde la sociedad civil. López Obrador enfrentó una propaganda aviesa que distorsionaba sus propuestas e infundía el miedo. Uno de los recursos para desactivar esta campaña fue la serie de videos ¿Quién es el Sr. López?, dirigida por Luis Mandoki. La sección en la que participé llevaba por título El mito del dragón. Ahí comenté que la campaña de descrédito equivalía a contar una leyenda amenazante sin otro criterio de veracidad que la sospecha.

López Obrador no se ha convertido en el temido monstruo de la fábula, pero sin duda se ha distanciado de la figura por la cual votamos. Todo empezó el mismo 2 de julio. Hacia las seis de la tarde, hablé con un amigo que trabaja en el hotel donde se encontraba concentrada la dirigencia de la coalición Por el Bien de Todos: "Están muy preocupados", me dijo: "Las noticias no son buenas". Las encuestas de salida en las casillas no daban los resultados previstos. Poco después, López Obrador apareció en la televisión, con cara desencajada. Las cámaras lo siguieron en su ruta de la sede del PRD al hotel. Aunque luego diría que contaba con pruebas inobjetables de su triunfo, no había el menor gesto festivo en él ni en su entorno. Marcelo Ebrard había recibido una votación espectacular, pero tenía un semblante adusto. Todos estos son signos externos, los únicos de los que dispone un cronista.

A las 11 de la noche, el IFE creó un vacío de información: no podía dar resultados. Anticipándose a cualquier versión oficial de la contienda, López Obrador llamó a sus partidarios al Zócalo, a celebrar el triunfo. Desde ese momento no ha reconocido otra fuente de información que sus propios datos. La extraña forma en que el IFE ofreció los resultados preliminares y el hecho de que casi tres millones de votos quedaran fuera por inconsistencias, permitió que López Obrador volviera a anticiparse: ante la crisis de credibilidad, aseguró que el IFE había consumado un fraude.

En un país donde se necesita instalar una Comisión de la Verdad para conocer los sucesos 20 años después de ocurridos, nada tiene tanta legitimidad como el rumor. En estas circunstancias, las explicaciones conspiratorias resultan siempre las más creíbles. El Tribunal Electoral enfrentaba el desafío de limpiar una elección puesta en entredicho. Los errores y las irregularidades eran suficientes para que la confianza sólo se restableciera con un recuento voto por voto.

Pero el Tribunal no optó por la vía que hubiera quitado argumentos a una de las partes contendientes. Antes de que se tomara esta decisión, López Obrador volvió a adelantar su reloj: acusó sin pruebas a los magistrados de recibir "cañonazos" de dinero y posibles puestos en el futuro gobierno. Un refrán popular empezó a circular en el plantón de Reforma: los jueces habían sido "maiceados"; picoteaban monedas como las gallinas picotean granos de maíz.

¿Tiene sentido descalificar de antemano al tribunal al que sometes tus demandas? Siempre anticipado, López Obrador asumió que el fallo sería negativo. ¿Qué prefería su inescrutable ánimo: el recuento real o la negativa que lo facultaba a tomar las calles, que, por otra parte, ya había tomado? La pregunta se volvió retórica el 6 de septiembre, cuando el tribunal aseguró que la contienda había sido injusta pero no tenía forma de sancionarla. Este vacío jurídico dio tardía validez a los reclamos del candidato de la coalición Por el Bien de Todos. El tribunal no le entregó la silla, pero le dio algo acaso más valioso: razones para su causa.

¿Hacia dónde estamos nosotros?
Los millones de votantes de López Obrador sabemos que se cometió un agravio: un legítimo aspirante fue tratado como "peligro para México". ¿Qué viene a continuación? Las formas de protesta han dividido a la izquierda y amenazan con diezmarla. López Obrador se debate entre atender a la misión que se asigna a sí mismo como líder o mantener unida a una izquierda más amplia que sus corazonadas. Del 2 de julio a la fecha, ha actuado como si el respaldo fuera automático y se desprendiera en forma lógica de lo que propuso antes de la elección.

Por su parte, Felipe Calderón ha sacado conclusiones absurdas de lo que significó enfrentar a la izquierda. En su discurso del 10 de septiembre, en la Plaza de Toros, dijo que quienes lo apoyaban habían derrotado al caos y a quienes se oponen a las instituciones. Los 15 millones de mexicanos que votamos por López Obrador en el marco de la legalidad fuimos insultados por este primitivismo político. No votamos por los desastres que vinieron después de la elección, desde la falta de claridad del IFE hasta la reconocida impotencia del tribunal, pasando por el plantón de Reforma que ha llevado a una situación kafkiana: miles de pobres han perdido sus empleos y el gobierno de la ciudad, supuestamente de izquierda, ha compensado a los patrones eximiéndolos de impuestos que beneficiarían a los demás capitalinos.

En este horizonte confuso, la convención propuesta por López Obrador aparece como un foro no sólo oportuno sino urgente. Es necesario discutir las variadas opciones de la izquierda. Sería estupendo que fuera una plataforma de propuestas; sería dramático que fuera una asamblea constituyente. Se estima que 1 millón de personas estará presente. Una cantidad impresionante como movilización, pero menos de 10% de la gente que apoyó a López Obrador en las urnas.

Con la impulsividad de quien confunde la oratoria con el monólogo interior, López Obrador ha planteado la posibilidad de ser nombrado presidente alterno o en rebeldía por la Convención. ¿Qué significa eso? ¿Podrá expedirnos un pasaporte? Crear una presidencia paralela y ficticia debilita la lucha por la presidencia real que se debe obtener.

Rosa Luxemburgo advirtió con lucidez el "sustituismo" que aquejaba al Partido Comunista soviético: el partido único sustituía al pueblo, el comité central al partido, el buró político al comité central y Lenin al buró político. El lópezobradorismo está sometido a esta reducción telescópica. El 2 de julio, no le endosamos el futuro al candidato. Queríamos que ganara una elección. Nada más y nada menos. Si desea seguir otra estrategia (el vasto camino de la desobediencia civil), deberá convencernos.

El dolor de una derrota surgida de condiciones desiguales ha provocado una comprensible indignación. Sin embargo, la izquierda no puede renunciar a la obligación de criticarse a sí misma. No se trata de renunciar al cometido emancipador ni a la necesaria conducción de un líder como López Obrador. Se trata de mejorar estrategias y ampliar programas. Llegamos a un punto terrible, para el que no hay arreglo inmediato. Nuestros usos y costumbres dificultan el debate. En las tempestades, no hay matices. Aunque se esté de acuerdo en 80% de los puntos, poner algo en entredicho es visto por muchos como una traición a la causa. Hago mías las palabras del periodista y caricaturista Patricio: "Me preocupa el tono del movimiento; el que todo sea planteado en términos de blanco o negro, pues siendo así las cosas, cualquier crítica se toma de inmediato como una ofensa y coloca al que osa proferirla en la pira purificadora. Obviamente, en una situación así no hay espacio para la autocrítica. Me parece increíble que ahora Denise Dresser pueda pertenecer al grupo de los malos mientras que ¡Jacobo Zabludovsky ya sea bueno! Las personas son juzgadas a partir de su comportamiento en un solo evento, y todo lo demás se lo llevó la nave del olvido... Formar un gobierno paralelo o redactar una nueva Constitución significa no tomar en cuenta a 65% de los electores que votaron por los otros partidos y al resto de la población que no votó, caer en el 'ni los veo ni los oigo'. Ante la urgencia de enfrentar a una derecha desbocada y arrogante, la única aparente alternativa parece ser enfrentarla con lo que sea y como sea. Esto es, pepenando al candidato que esté a la mano y sea popular (Juan Sabines, por ejemplo) y que ahí quede la cosa: 'Se le ganó a la derecha, pasemos al siguiente frente'...

¿Cómo hacer compatible la masificación que la izquierda tradicional no había conseguido y la urgente necesidad de enfrentar a la derecha neoliberal con tener aunque sea un mínimo control de calidad?"

Las reflexiones de Patricio ponen en la mesa el derecho a dudar, a disentir e incluso a equivocarnos que debemos tener dentro de la propia izquierda. Si la derecha busca garantizar el status quo y por lo tanto preservar los privilegios y mantener la desigualdad y la discriminación (o, si acaso, atenuarlas en forma simbólica), el proyecto alternativo de nación debe ser incluyente y aceptar la fuerza creativa de la discrepancia.

El "rating" del Zócalo
En un país ultrajado por desigualdades, el arrastre de López Obrador ha sido único. Aunque puede ser hábil en las entrevistas, prefiere el coro de la multitud. Ningún candidato ha dependido tanto de las plazas públicas desde que existe la televisión. Es difícil no conmoverse ante las pruebas de adhesión que recibe de los expulsados del progreso. Sin embargo, con excesiva frecuencia, se desentiende de las razones de quienes no están ahí, ante el templete de sus preferencias. No se ha presentado como un estadista que concibe un país capaz de incluir a quienes no votan por él, sino como un caudillo en feliz retroalimentación con sus seguidores. Muy rara vez trata de persuadir. Los desastres de la patria son tan evidentes que considera que basta exponerlos ante sus fieles. Su continuo ataque a los medios ofrece una clave de su temperamento. La plaza representa para él la verdad y la televisión un simulacro. Cree en el contacto directo y refrenda a diario su pacto de lealtad con quienes lloran estremecedoramente en su camisa. Este esencialismo comunitario ("no estás solo") se convirtió durante la campaña en una suerte de dogma moral. La paradoja es que en las plazas siempre son más los que no llegaron. El afán de estar cerca de los otros desemboca así en una situación excluyente.

Dicha ante los incondicionales, la frase "cállate, chachalaca" puede ser divertida. En el resto del país se entiende de otro modo. La desconfianza de López Obrador ante las estadísticas y las encuestas hace pensar que para él sólo es real lo que aclama. Las cifras silenciosas son conspiratorias.

Las contiendas democráticas modernas suelen ser psicodramas que se resuelven en la pantalla. En este teatro de figuraciones, los gestos y la fotogenia importan más que los mensajes. López Obrador decidió, con razón, no hacer una campaña exclusivamente mediática, pero confió en las plazas al grado de ofrecer un discurso que satisfacía básicamente a los ahí presentes.

El primer militante de la nación se dispone a encabezar otro movimiento. Está en el territorio donde se siente cómodo. Las privaciones lo estimulan. Su valor y sus convicciones se agrandan en la inclemente intemperie.

No es casual que en su discurso reciente comparezcan, de manera directa o velada, otros sufridos héroes cívicos: Gandhi, Luther King, Mandela. Todo parece indicar que su lucha será ardua. Dispone de una base social para dificultar la gobernabilidad y mantenerse en las noticias de las que tanto desconfía.

La izquierda enfrenta un desafío mayúsculo: una estrategia incorrecta puede poner en entredicho una causa justa. No hay duda de que la elección fue desigual, pero hay diversas formas de elaborar políticamente la injusticia. El día nacional de Cataluña conmemora una derrota y las placas de los coches de Québec llevan la leyenda "je me souviens" en recuerdo de otra caída. No lo hacen por derrotismo. Quien es vencido por las malas dispone de fuerza moral. No es lo mismo resignarse que aprovechar una derrota injusta para construir y confirmar que se tenía razón.

En el caso de López Obrador, los agravios reales (la campaña del miedo, el papel del gobierno en la contienda, la negativa a limpiar la elección) pueden servir de fundamento para consolidar una alternativa duradera. No es fácil actuar con madurez ante el desasosiego. Sin embargo, pasar de la estrategia electoral a una movilización cuyo único principio rector sea la protesta ante la usurpación puede tirar por la borda las muchas cosas que ya se han conseguido.

López Obrador se deja aconsejar por una sola entidad: su intuición. Es imposible saber lo que le dicta en estos momentos, pero no es aventurado decir que confunde lo trágico con lo histórico. Pocas veces, los mexicanos usamos el verbo "arrostrar". Él está dispuesto a hacerlo. Una arraigada tradición nos ha hecho saber que toda grandeza, si es nuestra, también es dolorosa. Nuestras principales obras de arte reflejan el desgarramiento, la condición herida, y nuestros próceres derivan su gloria de tragos amargos.

López Obrador podría perfeccionar su papel de inconforme irreductible en la tormenta de la historia: preferir la leyenda a asumir un cargo. ¿Qué horas marcará el sol de la izquierda? ¿Es posible dar la espalda al pesimismo? Me atrevo a decir que es inevitable. La fuerza de la izquierda no está en su capacidad de confrontación, está en su solidaridad. Su estrategia debe prefigurar la sociedad por la que lucha. Jaime García Terrés puso en verso esta esperanza:

Ven. Al caos iremos otro día.
Ahora ven y préstame la fuerza
Increada que fluye de tus manos.

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