En defensa del bla, bla, bla
De seguro ya lo saben, pero igual les platico: para quienes tenemos el lenguaje como materia prima de nuestra chamba resulta muy graciosa esa contraposición infundada que establecen algunos entre acción y palabra, entre discurso y praxis, como si el hablar no fuera parte del hacer, como si la formulación verbal o escrita no fueran, en sí misma, acciones concretas.
Se suele usar las expresiones “bla, bla, bla” o “palabrería” para referirse a un discurso mentiroso y hay la creencia rústica de que la comunicación, por sí misma, no sirve para nada.
Bueno, pues resulta que La Ilíada, El Capital, la Constitución, el Ágora de los griegos, una asamblea de #YoSoy132 y los discursos de Martin Luther King son, en rigor, 100 por ciento palabrería; que la civilización es un edificio de palabras y que el “bla, bla, bla”, oral o escrito, es el único componente tangible de la filosofía, la historia, el periodismo y la poesía, y el elemento predominante en la política, el conocimiento científico, la psicología y la enseñanza. Entre otras actividades.
¿Cuáles son las tareas básicas de un dirigente o gobernante? Pues escuchar y leer (no música clásica ni el ruido de la lluvia sino las expresiones de sus gobernados), dialogar (y no se dialoga intercambiando estampitas sino vocablos) pensar (intenten hacerlo sin lenguaje) y luego, formular, mediante palabras, directivas, lineamientos, instrucciones.
Pero como es muy fuerte el prejuicio despectivo hacia los actos idiomáticos, el dirigente o gobernante se ve presionado a "la acción” y de cuando en cuando agarra una pala y siembra un arbolito para que le tomen fotos mientras “hace algo concreto”.
¿Bla, bla, bla?
Je, je, je.
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